lunes, 20 de abril de 2015

EL POPULISMO: ENEMIGO DE LA LIBERTAD


EL POPULISMO
ENEMIGO DE LA LIBERTAD
Miguel Aponte

El populismo es un estado de transferencia permanente que hace al populista indispensable y al ciudadano dependiente. Ambos enferman

El populismo nunca es bueno. Es, en realidad, ambición de poder; un hijo perverso de las buenas intenciones, cuando estas no se acompañan de sensatez y respeto al otro: sentimiento desgarrado, pasión irracional y deseo irrefrenable de ayudar y proteger, «a cualquier precio».

Arthur Miller decía que la brutalidad es a menudo la otra cara del sentimentalismo. Pero, atención, no es que per se esté mal ayudar y proteger. Nada de eso. De hecho todos somos protegidos alguna vez en nuestra vida y seguramente siempre. Nuestra relación social, por ejemplo, nos ayuda y protege: nuestra familia, nuestra comunidad, nuestra organización y uno espera, aunque un venezolano no lo crea, que “su” país signifique lo mismo para uno. Nada de esto está mal, pero nada de esto es «populismo».

El populismo origina, además, otro acompañante igualmente degradante: el deseo infantil, peterpánico, de continuar siendo protegido y nunca ser adulto. Nunca ser «par» e «independiente»; lo que nos lleva a la palabra clave: autonomía, libertad.   

El populismo es un estado de transferencia permanente que hace al populista indispensable y al ciudadano dependiente. Ambos enferman. Los lazos se trenzan para no querer desatarse jamás. El populista desea para siempre proteger y el dependiente desea para siempre ser protegido. Esta combinación jamás dará lugar al desarrollo individual y a la libertad; y, por supuesto, tampoco a una relación entre iguales: imposible. Así pues, primera conclusión: el populismo anula al ciudadano, lo hace imposible.  

Segundo, como el populismo se basa en el reparto y no en la creación, promueve la pasividad productiva, la actitud de espera, la reivindicación siempre justificada y nunca cuestionada. Presupone una misteriosa deuda cuyo origen nunca tiene lugar en el protegido, quien por tanto no se propone jamás a sí mismo como protagonista de su cambio y superación. Así, segunda conclusión: el populismo promueve la pobreza y jamás su eliminación.

Por último, y como consecuencia, cuando se instala sólo cabe postrarse frente al líder, el gobierno, el jefe de turno, solo cabe obedecer y buscar complacer al poder, decirle «sí»; se anula todo cuestionamiento y al final todo pensamiento autónomo.   

Pero resulta que la autonomía no se decreta sino que, al contrario, solo surge allí donde se ejerce; es una historia donde el agente principal del cambio es aquel que supera la dependencia. Es deseo, actitud y acción que asume la libertad como responsabilidad del ciudadano sobre sí mismo y que lo convierte en actor de su realización y no en simple espectador.

Así pues, el populismo es otro enemigo jurado de la libertad y el problema con él es doble, pues mientras promueve la servidumbre, se enmascara para colarse como conveniente y aún deseable: es una estafa.

19 de abril del 2015

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