DESPUÉS DEL APAGÓN
Luis Marín
Hay una especie de
consenso en cuanto a que ésta es la peor
crisis que ha enfrentado el país en toda su historia republicana; también en
que se trata de una situación inédita, sin precedente alguno no solo nacional sino
internacionalmente y por último en que se apunta a un empeoramiento todavía más
grave de una situación que no toca fondo.
Esto exige repensar
completamente el contexto en que se produce esta cuestión con miras a
vislumbrar algún tipo de perspectiva de hacia dónde pueda conducirnos y cuáles
serían los posibles escenarios que tendremos que afrontar en el futuro más
inmediato. La falla eléctrica es una arista que atraviesa el colapso general
del país y se coloca en el centro de la controversia política.
En relación a la
inestabilidad del sistema eléctrico es poco lo que se puede agregar a los
diagnósticos que han venido haciendo profesionales y técnicos desde hace más de
una década, incluso antes de la creación de la Corporación Eléctrica Nacional
(Corpoelec) el 31 de julio de 2007, un arroz con mango en que se mezclaron casi
una decena de empresas que poco tienen en común, el sistema hidroeléctrico
integrado del Guri con una serie de grandes plantas generadoras
termoeléctricas, mas “planticas” locales aportadas por el primitivismo
depredador cubano.
Desde el principio se
denunció que esa mezcolanza no podría funcionar y sería el caldo de cultivo
para más corrupción, destrucción del aparato productivo nacional e
implementación del plan a gran escala de reingeniería social mal conocido como
socialismo del siglo XXI.
Sería demasiado arduo
e incluso repetitivo volver a recitar los nombres de los próceres del desastre
eléctrico, comenzando por Alí Rodríguez Araque, vivo o muerto pero en La
Habana, Diego Salazar y Nervis Villalobos, o nombres tan emblemáticos como
Odebrecht, Derwick y Associates, cuyas redes atraviesan desde el gobierno hasta
la oposición oficial.
Recordar al ministro
Jesse Chacón prometiendo arreglar el problema eléctrico en cien días o
renunciar tan lejos como en el año 2013, un sainete que va desde las plantas
maquilladas traídas de Tanzania, pasando por los bombillos ahorradores chinos,
para culminar en el Estado Mayor Eléctrico, sin olvidar que el despilfarro se
extendió al regalo de la termoeléctrica de Holguín en Cuba, más plantas para
Nicaragua y Bolivia; pero entonces las culpas se le endilgaba al fenómeno
natural de El Niño y no al imperialismo.
De manera que todo
había sido previsto, al punto de que el ingeniero Víctor Poleo, antiguo
viceministro de energía, llegó a denunciar que toda esta catástrofe es
deliberada, hecha a propósito con la finalidad de captar renta petrolera y
someter a la población a un tratamiento de electro shocks con la finalidad de
domesticarla, como ratas de laboratorio, tal como se hace en Cuba y Corea del
Norte.
De manera que
cualquiera que haya seguido los acontecimientos con un mínimo de seriedad,
honestidad intelectual y sobre todo algo de memoria, no puede menos que sentir
perplejidad ante la caterva de mentiras con que la propaganda oficial ha abordado
el tema del apagón, sus incalculables secuelas de sufrimiento inaudito y el
castigo propinado a una población inerme.
Lo peor es que el
sistema eléctrico sigue siendo tan inestable, frágil y vulnerable a cualquier
alteración, incluso fortuita, como lo era el fatídico jueves 7 de marzo a las 4
pm, que quedará imborrable como un día muy oscuro; pero no se necesita ser
miembro del club de los expertos eléctricos para predecir que puede repetirse
en cualquier momento, de un modo súbito y sin aviso.
Lo más aterrador es
que no se observa por los lados del régimen el menor reconocimiento de su
responsabilidad, ni el más mínimo arrepentimiento y tanto menos algún propósito
de enmienda, por lo que la crisis no hará sino agravarse hasta límites que no
podemos ni siquiera vislumbrar ni aún con los diagnósticos más pesimistas.
Por ejemplo, el 28 de
abril entra en vigencia el embargo petrolero contra PDVSA, por lo que, si las
plantas que deberían suplir la demanda no cubierta por el sistema
interconectado del Guri, que está exhausto por lo menos desde el 2016, hoy no
cuentan con diésel para entrar en el ruedo, puede pensarse lo que ocurrirá
después de esa fecha: nos quedamos sin combustible, sin gasolina, se acabó la
mecha y punto.
Si durante el apagón
se apoderaron de los llenaderos de agua, salieron unas cisternas fantasmas a vender
agua a 100 $ y los que no pueden pagar tuvieron que cogerla de El Guaire, puede
imaginarse lo que pasará sin suministro de gasolina, que hoy es gratis, porque
no la cobran en la bombas, pero que mañana no habrá ni para encender un
mechero.
El Apocalipsis se
interpreta frecuentemente como el producto enfermizo de mentalidades
enfebrecidas y delirantes; pero una cruel y recurrente ironía de la historia lo
abate contra aquellas sociedades que se sumergen en el Mal absoluto, que puede
resumirse muy simplemente como el reino de la mentira y el robo, en engañar y
aprovecharse del inocente.
No hay que ser un
profeta bíblico para advertir esos síntomas en la decadencia de la sociedad
venezolana: burda manipulación y depredación de los bienes públicos, cuyo resultado
en sana lógica no puede ser sino la ruina y devastación que hoy nos atormentan
sin ningún género de dudas.
La última cuestión
que siempre nos increpa es, ¿cómo se sale de esto? Pues si aquello es la causa
del Mal igualmente simple debe ser la respuesta: la más rigurosa veracidad y
aún más escrupulosa honradez, aún en los actos más simples de la vida.
Parece una cosa muy
general y abstracta, pero si se toma en serio implica perder unos cuantos
supuestos amigos, volverse incómodo, que le llamen divisionista o que sumes y
no restes; todo el que viva esta crisis en carne propia sabe de qué se le está
hablando.
Implica justicia, que
no es venganza; pero como todos tenemos que pagar la cuenta es indispensable
saber quiénes fueron los que se comieron el almuerzo.
Y llevarlos a lo que
más se parezca a Núremberg.
Luis Marín
21-03-19