Toda crisis tiene exigencias momentáneas que urge satisfacer sabia y hábilmente, mas, si a ellas se consagran todas las aspiraciones, localizado el esfuerzo se localizan los resultados y, por consiguiente, trabajando siempre sólo para un determinado momento, a cada edificación ha de suceder una demolición; expediente por demás familiar a nosotros cuyos funestos resultados hemos palpado todos.
Se puede decir que en Venezuela la ley del equilibrio de las fuerzas vivas del Estado, condición esencial para la estabilidad y el progreso, ha sido interpretada de la manera más bizarra, por no decir absurda. Parece que aquí entendiéramos por equilibrio el estado anormal que determina la presión de un individuo sobre la colectividad. La mayoría de los venezolanos está dispuesta a acatar y sostener este funesto predominio, siempre que el que lo ejerza invierta un poco del tesoro común en obras públicas y mantenga la paz.
Pero resulta después que esta paz, viene a ser la de Varsovia y, a la larga, deja de ser una necesidad de todos para convertirse en la de uno sólo. Comienza entonces, naturalmente, a cundir una ansiedad angustiosa y surge una guerra, más funesta quizá que la que se resuelve en los combates de sangre, la guerra sorda del descontento general, con la oposición que se debate en la sombra restando fuerzas al Estado, devorando en cada ciudadano las energías que importa conservar íntegras.
Y esto será así, en tanto que nos penetremos todos, desde el primero hasta el último ciudadano, de que vale más un principio bueno que el mejor hombre en la curul del poder.
Hombres ha habido, y no principios, desde el alba de la República hasta nuestros hermosos tiempos: he aquí la causa de nuestros males. A cada esperanza ha sucedido un fracaso y un caudillo más en cada fracaso y un principio menos en la conciencia social.
Apresurémonos todos a reparar, aunque tarde, este error. Los momentos actuales señalan un cambio radical para la República; urge reformar las instituciones, darles un valor efectivo y urge, también, no menos imperiosamente, despertar las corrientes estancadas de la opinión; llevar hasta el fondo de las masas tardías e ignaras el empuje y la luz que las encaminen y conduzcan por los senderos nunca transitados.
En los párrafos anteriores presentamos una explicación para la situación actual de la República, en la que un régimen usurpa los poderes públicos, mientras a través de los medios de comunicación social sólo se permite la expresión del discurso diseñado y acordado para las “oposiciones” autorizadas y asociadas con el régimen.
Se pretende torcer, cambiar y crear otra verdad, esta es la realidad de nuestra historia actual, se promueve el engaño para impedir el debate que aspira y desea el colectivo, para impedir que inunde las tertulias en todos los rincones de la geografía.
Se trata de levantar el muro definitivo a ésta primitiva forma de hacer política, unidos, defendiendo principios, como el Estado de Derecho. El usurpador de la presidencia, el golpista-presidente, mediante el saqueo y el reparto del patrimonio nacional, se hace llamar presidente y se ha mantenido en esa condición a partir de 2003.
Sus secuaces, desde el que se hace a su vez llamar vicepresidente hasta el último funcionario designado, reúnen las mismas condiciones de ilegalidad e ilegitimidad y usurpan a su vez los cargos desde donde organizan y ejecutan sus asaltos.
La solución no puede ser por bizarra y por absurda, la de promover elecciones diseñadas y controladas para proclamar los resultados que a la corte putrefacta del régimen-oposiciones se le antoje. Ese es uno de los edificios, así como las deformes creaciones a partir de la perversión de las Fuerzas Armadas Nacionales que deberán, ambos, ser demolidos.
No se trata de argumentar para la promoción del desconocimiento de la ley, ni para un golpe de estado como lo practican de forma permanente los usurpadores, sus socios y mercenarios, se trata de lo opuesto, de rescatar los principios elementales del Estado de Derecho, desde la base, de acuerdo a como lo señala la tradición constitucional venezolana, desconociendo a los usurpadores así como sus actos y adicionalmente, organizando a nuestras comunidades para actuar, para establecer y mantener unidos el imperio de la ley.
Esta cruzada no podrá ser dirigida por quienes asumieron la más despreciable de las tareas, la del engaño y la traición a sus comunidades, a sus compatriotas, cuando les hicieron creer que el sufragio, el voto, existía y permitía que la voluntad del colectivo se expresara con libertad; entonces, colocando los principios de lado, se hicieron elegir mediante el mismo fraude diseñado para imponer la tiranía, quedando una y otra vez desnudos e impotentes, como era de esperar y se había anunciado, quienes tampoco muestran vergüenza alguna cuando sus mentiras han quedado expuestas y más bien disimulan insistiendo en su patética “¡lucha para salvar la patria!”.
Los párrafos de la explicación con la que iniciamos estas cuartillas, fueron publicadas el 31 de enero de 1909, como parte del artículo “Hombres y Principios”, en el primer número de “La Alborada”, cuando se atornillaba en el poder que sólo dejaría en manos de su Ministro de la Guerra después de su tránsito hacia el otro mundo, el usurpador-golpista-presidente del inicio del siglo XX: Juan Vicente Gómez, y fueron escritos por uno de los tocayos más eminentes, consustanciado con el sentido integral de la dignidad: Don Rómulo Gallegos.
Hoy tienen más valor que nunca y quizá sean útiles para contribuir a despertar al colectivo.
Por un lado, estaría planteado, en este inicio del siglo XXI, después de 100 años que habíamos creído que habían sido de evolución, que en realidad hemos retrocedido hacia las primitivas cavernas, para repetir una vez más el escándalo de la reinstalación de la tradición de las usurpaciones del Poder Público Nacional “hasta que la muerte los separe”, a la vista, cuando se han desatado los fantasmas de la sucesión del usurpador-golpista-presidente actual, dentro del mundo político visible, el único de las dos caras de la misma moneda: régimen-oposiciones.
Por el otro, la usurpación se realiza, por primera vez en la Historia Universal, disponiendo de los propios recursos del Estado para perpetrarla mediante la invasión extranjera, el sometimiento integral de las Fuerzas Armadas y de los organismos de seguridad del Estado por una miserable clase de funcionariado civil y militar mercenario y opresor, ante el silencio de las élites políticas, sociales, eclesiásticas, académicas, sindicales, empresariales, una vez más.
Debemos actuar de acuerdo con los valores de libertad e independencia declarados pero hasta hoy ignorados de nuestra Historia, rescatándolos de verdad, no de palabra, aquellos presentes desde la lucha sin cuartel contra el engaño invasor, de su conquista y su colonización, despreciando el invento original de la propaganda–manipulación-engaño para el Continente “descubierto”, adoptando la fe en la creación de una nación libre para los “no descubiertos”, con los mismos ideales del movimiento precursor y de la guerra de Independencia.
Hoy, debemos actuar con conciencia colectiva y de acuerdo con la tradición y el espíritu de la ley, para desconocer a los usurpadores y para deponerlos. Ese es nuestro verdadero enemigo. Pero antes debemos responder la pregunta: ¿tenemos esas necesarias reservas de dignidad?
Porque la sinrazón y la confusión generalizada nos conduciría a equivocarnos de nuevo 100 años después, lo que determinaría, como en 1909, que el sucesor-usurpador se habría preparado, insistimos, para renunciar sólo, “cuando la muerte lo separase”, después de 27 años, en diciembre de 1935.
¡Viva la democracia!, gritarán todavía algunos. El engaño ha sido perfeccionado.
29 de junio del 2011.
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