Veintidós millones de dólares a Gambia para ayudar a su sistema eléctrico, mientras el nuestro está colapsado. Diez millones más a un hospital extranjero, mientras nuestros niños se mueren por falta de recursos. Ambulancias y fuertes militares donados a Bolivia, casas a los cubanos y hasta petróleo gratis a los londinenses para que pasen mejor el invierno. Viajes presidenciales con enormes comitivas innecesarias y parásitas que cuestan una fortuna porque además llegan a los mejores hoteles y a las más lujosas y fastuosas suites. Lo anterior es tan solo una pequeñísima muestra de las acciones del Gobierno, a las que vale la pena agregar los por lo menos 400 millones de dólares que costará la inútil tarea de traer el oro venezolano al País. Inútil para los sensatos, para nosotros, pero para la Revolución será una estupenda oportunidad, al punto de que son capaces de extraerlo ilícitamente, lingote por lingote para aumentar las arcas de más de algún boliburgués.
Así, mientras el hampa se desborda por los cuatro costados del País y el Gobierno libera de manera irresponsable a muchos presos, sin resolver para nada el problema penitenciario y las policías no poseen los equipos mínimos indispensables para poder realizar su labor, el presidente cuenta con 5.000 funcionarios para su resguardo personal. Por su parte, el Ministro de Interior y Justicia, amenaza a las autoridades regionales casualmente de oposición, con quitarles sus policías (“olvidando” que el Municipio Libertador en Caracas presenta el mayor índice delictual) , tiene el descaro de hablar de incompetencia, cuando este Gobierno es el soberano absoluto e indiscutible en esa área (que por cierto las abarca todas) y destilando rencor, resentimiento y odio, afirma que la Policía Nacional fue creada “para brindar seguridad al pueblo y no para la burguesía”. Ahora bien, pueblo somos todos: ricos, pobres, no tan ricos, no tan pobres, obreros, trabajadores, profesionales, hombres, mujeres, jóvenes, viejos; pero si se está refiriendo al pueblo llano, a ese que denominamos “de a pie”, es precisamente ese pueblo quien padece directamente la criminalidad más violenta.
Este breve recuento de la semana, al que por supuesto hay que añadir, el reconocimiento público del presidente, de la culpa ante la crisis energética toda vez que ya no son ni El Niño, ni La Niña, ni la Iguana, los responsables de la misma, sino el gobierno que no invirtió, no se ocupó y cuando lo hizo lo hizo mal, es tan sólo un episodio más de lo que se ha convertido nuestra vida en Venezuela. La semana que viene, desafortunadamente vendrán nuevos abusos, nuevas afrentas, nuevos desmanes, comenzando seguramente con el desconocimiento que hará el Régimen de la sentencia que dicte la Corte Interamericana de Derechos Humanos, a favor de Leopoldo López, lo cual no será la primera vez que ocurra. Ya con el caso de los magistrados de la extinta Corte Primera de lo Contencioso Administrativo (la denominada Cortecita) pasó algo similar. El Tribunal falló a su favor y el Estado desconoció la sentencia, aduciendo demagógicas y absurdas razones de soberanía, carentes de asidero alguno.
Por el contrario, es la propia Constitución de la República en su artículo 23 la que establece que los tratados, pactos y convenciones relativos a derechos humanos, suscritos y ratificados por Venezuela tienen jerarquía constitucional y prevalecen en el orden interno y son de aplicación inmediata y directa por los tribunales y demás órganos del Poder Público. Por lo demás, si desconocen la autoridad de la mencionada Corte para qué se constituyeron en parte de un juicio ante el cual actuaron con todas las garantías del debido proceso? Lo que ocurre, es que lo excepcional sería que este Régimen reconociera los derechos de los ciudadanos y que imperara el estado de Derecho, porque mientras este gobierno siga en el poder ello no es posible.
Lo cierto, es que todos los días nos levantamos sorprendidos con algún nuevo exabrupto. Todos los días vulneran más y más nuestros derechos y se burlan de nosotros. Y todos los días aguantamos esa burla, esa indolencia, ese descaro, ese desprecio. Y todas las noches nos acostamos preguntándonos cómo hemos podido llegar a esto y cómo permitimos que sigan en sus desmanes de la manera más impune, desvergonzada y cínica. Y esto es lo verdaderamente preocupante. Los venezolanos estamos perdiendo el respeto por nosotros mismos y soportamos resignadamente todos los atropellos a los que nos someten.
Debemos reclamar nuestros derechos y exigir nuestras libertades. Debemos poner fin a los abusos y establecer responsabilidades. Debemos tener y ejercer conciencia cívica. No somos borregos ni miserables. Somos un pueblo digno que merece respeto. Pero nos lo tenemos que ganar y sólo plantándonos firmemente podremos recuperar nuestra dignidad. Mientras sigan en el poder debemos hacer que nos respeten. El tiempo se acabó, y estos tiranos traidores que han vendido la Patria y nos han humillado hasta lo impensable tendrán que responder por sus desmanes. Digamos ya basta! Llegó la hora de la dignidad nacional.
Jesús Urdaneta Hernández
C.I. 4.391.814
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