Artículo de CHIQUI AVALOS, traducido
del portugués al castellano por Zaira de Andrade 04/07/2012.-
" La historia de Brasil, vista desde el
Paraguay, es otra" (Millor Fernandes)
Como un verso famoso de mi inolvidable amigo
Vinicius de Moraes, "de repente, solo de repente" algunos gobiernos
latinoamericanos están redescubriendo al viejo y sufrido Paraguay y deciden
salvar una democracia que habría sido herida de muerte con la caída de su
presidente. Se inicia así un engaño, una sucesión de engaños, mentiras y
desilusiones, en proporción e intensidad, que
sirven para componer una guaranía melodiosa pero de gusto dudoso en
extremo.
Ocurren hechos extraños en la vida de las naciones en pleno siglo XXI. Una gran cantidad de ministros de Relaciones Exteriores, salidos de la espectacular e improductiva Río+20 , el aterrizaje de otra ola de imponentes aviones oficiales en la madrugada de un invierno poco común, y ─estimulado posiblemente por la baja temperatura─ se comportan con la misma frialdad con la que la " Triple Alianza "diezmó cientos de miles de guaraníes en una guerra que devastó a la potencia industrial más desarrollada de América Latina.
¿Sorprendidos? No es para menos. Éramos ricos, muy ricos, industrializados, avanzados, educados, cultos, europeizados, amantes de las artes, de los libros, de las óperas, del desarrollo. Nuestros antepasados brillaron en la Sorbona y firmaron tratados académicos, descubrimientos científicos y refinados ensayos literarios. La mención de nuestros orígenes no provocaba burla o ironía, como es habitual en los días sombríos de hoy, sino la profunda admiración y curiosidad de los que siguieron nuestro camino como nación triunfadora.
No fuimos famosos como contrabandistas o
traficantes, sino como un pueblo emprendedor y progresista. La organización de
nuestra sociedad, la intensa vida cultural, el progreso económico irrefrenable,
la hermosa arquitectura de nuestras ciudades, nuestros museos y bibliotecas, la
formación inusual de nuestra élite cultural, la dignidad con la que vivían
nuestros hermanos más pobres (sin hambre ni miseria) impresionaban y merecen el
registro histórico.
La reina Victoria, quien no le brindó al resto del mundo la misma sabiduría con la que gobernó y marcó para siempre la historia del Reino Unido, armó a tres mercenarios quienes arrasaron, con su ambición desmedida y su eficiente espíritu pionero, tomando el mercado de la antigua potencia colonial por debajo del Ecuador; Brasil, Argentina y Uruguay nos arrasaron. Nuestros campos fueron fertilizados con los cuerpos en descomposición de nuestros hermanos, decapitados a punta de espada y con sádico refinamiento. El Conde D'Eu, esposo de quién liberaría a los negros de la esclavitud y entraría en la historia del Brasil, dirigió en persona y con donaire la masacre. Los historiadores, esa gente chismosa y necesaria, registraron su puntilloso esmero y su inocultable placer. El nefasto delegado Sergio Fleury tuvo un precursor casi con un siglo de anticipación.
Nuestras ciudades terminaron habitadas en su mayoría por mujeres y niños; pocos hombres sobrevivieron al genocidio perpetrado. Pedro II, quien marcaría la historia de Brasil por su honradez, se comportó de manera impresionante en esa página oscura de la historia del Brasil la que es inversamente conocidísima en relación con la historia de mi país y en la que, sin embargo, no se movió una paja ni se dijo una palabra sobre el sadismo de su yerno criminal. Documentos revisados por mí en el Archivo Nacional, en Río de Janeiro, muestran la firma del viejo emperador autorizando- la compra de naves, barcazas, caballos y todo lo que se necesitaba para una cacería de vida o muerte (más de muerte, por supuesto) contra López. No bastaba con derrotar al déspota esclarecido, al republicano que los humillaba, al que había desafiado a los imperios de Inglaterra, Brasil y España... Había que hacerle el epitafio y esculpirle su lápida. Y así se hizo.
Derrotados, nunca más fuimos los mismos. Pasamos a ser conocidos como una República ya bicentenaria pero atrasada, en comparación con los vecinos. Enfrentamos una cruel guerra con Bolivia, en la primera mitad del siglo pasado. Nos robaron la importante franja territorial del Chaco región paradójicamente inhóspita y riquísima. Ganamos la guerra. Nuestros soldados mostraron el valor y el patriotismo que brasileños, uruguayos y argentinos conocieron más de medio siglo atrás. Nuestra incipiente aviación militar y sus jóvenes pilotos asombraron a los expertos estadounidenses por su técnica refinada y por el éxito de sus acciones contra el agresor.
Sin embargo, en una historia llena de ironías,
ganamos la guerra y... nunca recuperamos
las tierras! Los bolivianos, que nunca miran a los ojos ni de las personas ni
de la historia, sin duda se regocijan en su andina soledad y, como los
argentinos después de la inexplicable Guerra de las Malvinas, se sienten
vice-campeones...
Salimos mal de la Guerra del Chaco y experimentamos la misma y acostumbrada crónica, tan rigurosamente común, de todos los demás países latinoamericanos. Golpes y contragolpes, instantes de democracia e hibernaciones bajo férreas dictaduras. Los presidentes se sucedieron, siempre despachando desde el hermoso Palacio de López y viviendo en la antigua mansión de Mburuvicha Roga ("La casa del gran jefe", en guaraní); algunos fueron aceptables, otros deplorables. Ninguno, sin embargo, recuperó la gloria perdida de los años de la riqueza, la opulencia y la abundancia. Un héroe de la Guerra del Chaco se convirtió en dictador y nos oprimió por más de tres décadas. Un hombre duro, pero de hábitos espartanos y por demás interesante, el multifacético Alfredo Stroessner no rechazó el papel menor de tirano, pero construyó con Brasil la estupenda planta hidroeléctrica de Itaipu, la obra de ingeniería más grande de su tiempo, salvando al Brasil de una predecible catástrofe energética. Fue socio y amigo de todos los presidentes de Brasil desde JK hasta Sarney. Con los militares post-64 se llevó de las mil maravillas, pero fue de sus manos que el exiliado Joâo Goulart recibió el pasaporte con el que viajaría para tratar su salud con cardiólogos franceses. Depuesto, el viejo dictador murió exiliado en Brasil. Aquellos que lo combatíamos (nací en Buenos Aires, donde mi padre, hombre de negocios exitoso pero opositor de la dictadura, sufría su exilio) jamás supimos de ninguna acción, ni siquiera una, del Brasil durante sus gobiernos democráticos, contra la dictadura del general que les dio Itaipu.
El turno de Fernando Lugo
Después de dos décadas del derrocamiento de Stroessner, se nos aparece Fernando Lugo. Su historia es peculiar. Fue obispo de San Pedro, simpático e izquierdista, quien predicaba a los sin tierra y que parecía no molestar a nadie, ni a los agricultores de la zona. En el año 2007 el entonces presidente Nicanor Duarte Frutos, un joven periodista elegido por los colorados, decide seguir el pésimo ejemplo de Menem, Fujimori y Fernando Henrique, dejando claro su deseo de cambiar la Constitución y permanecer en la presidencia, valiéndose del inexistente instituto de reelección. Su gobierno era más que sufrible, y —excusen la inmodestia anclada en nuestra historia— nosotros, los paraguayos, no somos dados al disfrute de cambiar nuestra Constitución para complacer la voluntad de ningún presidente.
El país se levantó contra la aventura y él, obispo bonachón, precisamente por no ser político y garantizar que no alimentaba alguna ambición de poder, fue escogido para ser el orador en un gran acto público, con decenas de miles de personas reunidas en el centro de Asunción. Pastoral, atractivo, preciso, el Obispo de San Pedro cautivó a la multitud, se encargó de la tarea y catalizó la inmensa indignación de la ciudadanía. La aventura continuista de Nicanor no tuvo éxito, pero con la sutileza de un príncipe de la Iglesia en los intrincados cónclaves que preceden la salida del humo blanco en el Vaticano, se nos presenta un fuerte candidato a la presidencia de la República: ´Habemus candidatum!´ Sin embargo, el hábito vestía más que a un pastor, escondía un hombre frío, ambicioso, ingrato y profundamente amoral.
Su primer problema fue con la Santa Madre Iglesia. La Santa Sede, sin duda sabiendo algo que nosotros desconocíamos, vetó su inclinación política. No, él nunca podría ser un candidato. La Iglesia católica combatió la dictadura del general Stroessner con inmenso coraje y acciones firmes, pero no quería ocupar la presidencia del país. "Roma locuta, causa finita" ("Roma habló, asunto concluido").
Pero no para Lugo, quien dejó su obispado, se
despojó de su hábito, y le dio la espalda a quien lo educó y lo acogió en su
seno. Pocos y valerosos colegas, obispos
y sacerdotes, se atrevieron a apoyarlo abiertamente. El pasado viernes, después
de tres años sin verlo o ser llamados por él, esos mismos amigos o partidarios
fueron hasta la residencia presidencial a pedir –en vano– que Lugo renunciase a la presidencia de Paraguay
para evitar el derramamiento de sangre. Con frialdad, el hombre seducido por el
poder, dijo no, se puso de pié y despidió a los inoportunos portadores de la palabra
divina.
Candidato sin partido, favorecido por la clara simpatía de la mayoría del electorado, se afilió al centenario y respetable PLRA de los liberales, con más de 60 años fuera del poder y con el bagaje de una valiente oposición a la dictadura de Stroessner. Como un Jânio Quadros, Lugo se unió al Partido Liberal Radical Auténtico y usó su bandera, su historia y su estructura capilarizada en toda la sociedad paraguaya. Y después le dijo adiós con el puño, frío e indiferente.
Una vez elegido, se deshizo de todos los compañeros de viaje. Uno a uno. Stalin no borró a tantos en las fotos oficiales del Kremlin como lo hizo el ex obispo. Por cierto, despidió a los más calificados. Quedaron los compinches, los facilitadores de negocios y fiestecitas íntimas, los "operadores" y algunos izquierdistas incautos para colorear con las tintas de un risible "socialismo Guaraní" el gobierno de un hombre que llegó como el Mesías y que terminaría como un Judas Iscariote.
Lugo podría prestar su nombre y su vida política (y personal, también) al maestro Borges y convertirse en uno de los impresionantes personajes de la "Historia Universal de la Infamia". Un infame, no más que eso! Apenas fue elegido y juramentado, ocurrió una sucesión de escándalos y se revela su conducta moral. Hijos inconcebibles para un obispo supuestamente casto. Varios. Ninguno reconocido o protegido; engendrados con las mujeres más pobres y sin instrucción alguna, del medio rural, humilladas después de utilizadas, una de ellas de apenas 16 años cuando la embarazó. Si traicionó a su Iglesia ¿por qué no nos traicionaría?
Durante sus tres años de gobierno, no pasó ni
siquiera un mes sin tener que viajar a algún país. Con razón o sin ella, ahí se
iba él, el alegre viajero asistente a conferencias vacías o ceremonias de toma
de posesión de mandatarios sin importancia para el Paraguay. Las trampas
del poder lo atraparían como a cualquier
déspota de una república bananera del
Caribe. Los convoyes de limusinas con escoltas estridentes, las fiestas y
besamanos, los sempiternos y blandos cortesanos del poder, las mujeres
hermosas, las mesas abundantes, los hoteles cinco estrellas, la riqueza, la
opulencia, los “negocios”.
El obispo despojado se convirtió en gran
ganadero, terrateniente, con plantaciones y ganadería. El presidente que asumió
el cargo con sus prosaicas sandalias, símbolo de humildad, se reveló como un
hombre vanidoso y fetichista. Cómo vistiéndose con la mentira en la que él
mismo se había convertido, pasó a llevar elegantes y bien cortadas túnicas encargadas a la
medida a los sastres de la celebérrima y carísima Savile Row, templo londinense
de la moda masculina. En particular, un robo (uno más): cuellos eclesiásticos.
Se aficionó a jóvenes y hermosas, llamémoslas
"modelos", que adornaron tanto su vida y la enorme bañera Jacuzzi de
hidromasaje que ordenó instalar en la austera y vieja residencia presidencial.
Muchas de ellas lo esperaban en el exterior, en fantásticos hoteles y palacios;
durante las reuniones internacionales; viajaban con documentos oficiales.
Gaddafi dio pasaportes diplomáticos a
los terroristas, Lugo, a las prostitutas.
El veto de Itaipu
Su afecto por los aviones y los jets llegó a rayar en el fetichismo: gran parte de su peculiar mandato lo pasó a bordo de ellos. Eran fletados a las compañías de taxis aéreos de otros países, enviados por amigos como Hugo Chávez y Lula, mientras otros eran prestados por misteriosos amigos. Chocó con el brasileño Jorge Samek, fundador del PT y gestor competente, cuando éste, como presidente de la parte brasileña de la compañía Itaipú, resolvió vetar el capricho juvenil del delirante ex obispo presidente: la poderosa binacional compraría un jet para su uso. Un Gulfstream tendría buen tamaño, tal vez un Falcon, o incluso un muy brasilero Legacy, pero necesitaba ardientemente tener su avión.
Luego ordenó al comandante de la Fuerza Aérea
que negociara un Fokker 100, equipado con suite y ducha. Nada que hacer, el
radio de acción sería pequeño y él necesitaba
ganar el mundo. Por último, en la agonía de su gobierno, negociaba la
compra de un Challenger usado, pero chic, a un jerarca del fútbol
paraguayo. El precio, como siempre, fue
un escándalo más de la Era Lugo, pero
menos del doble de un nuevo modelo salido de la fábrica…
¿Obras viales? Imagínese. ¿De infraestructura? Nada ¿La modernización del país? No pensaba en eso ¿El crecimiento económico? Sí, pero a través de una agricultura fuerte, de empresarios jóvenes y ambiciosos, de una industria en auge y de un ministro de Economía, Dionisio Borda, quien se desligó de la regla general del gobierno de Lugo: competente y austero, inmune a la voluntad del presidente y alejado de la escoria que lo rodeaba. Cada día, en el parlamento, en las redacciones, los sindicatos, los foros empresariales, en las reuniones con amigos, un comentario nuevo, una nueva historia sobre otra componenda de los asesores y compañeros de Lugo.
Proporcionalmente, ni en la dictadura de
Stroessner (más de tres décadas) se robó tanto como el gobierno
pseudo-izquierdista de Fernando Lugo (menos de tres años). Ya depuesto Lugo, su
secretario fuerte, Miguel López Perito, telefoneó al Consejo de Itaipu para
solicitar la bagatela de $300.000 para organizar una manifestación en defensa
del gobierno. Los quería “contantes y sonantes”, “en la maleta”, por fuera, no
contabilizados, no por "la caja 2" ¿Qué tal? El hecho, reportado por
un director de la binacional Itaipu, es revelador del modus-operandi de la
verdadera banda que gobernaba el país.
El juicio político
Su proceso de "Juicio Político" –algo así como un proceso de remoción presidencial– está previsto en la Constitución del Paraguay. No era una travesura histórica de parte de media docena de dirigentes políticos o parlamentarios, ni una reacción por los desaires de Lugo a los partidos, los empresarios, a todos los paraguayos. ¿Qué tipo de Jefe de Estado era ese que tuvo 73 diputados que votaron por su caída contra un solitario voto? ¿Qué tipo de jefe de la nación era ese, que tuvo 39 votos en contra en el Senado contra sólo cuatro senadores leales a su desgobierno?
Dicen que no tuvo tiempo, apenas dos horas para
defenderse. Pero la Constitución no determina tiempo, sólo garantiza el derecho
de defensa, ejercido a través de abogados competentísimos, quienes hicieron
exposiciones brillantes en defensa de lo indefendible. Uno de ellos, el Dr.
Adolfo Ferreiro, admitió claramente que el proceso fue legal. Por otra parte,
el Dr. Emilio Camacho, en imponente ironía de la historia, expresa que los
magistrados de la Corte Suprema sacarán de uno de sus celebrados libros los
conocimientos necesarios y la debida jurisprudencia para rechazar la argucia jurídica del ya ex presidente, contra el proceso legal,
constitucional y moral que lo
defenestró. ¡C'est la vie,
Monsieur Lugo!
En Curuguaty, en un desalojo de las tierras
ocupadas por los "carperos"
(los sin tierra de aquí), hubo decenas
de muertos en ambos lados. Lugo y su ministro del Interior, el belicoso senador
Carlos Filizzola, fueron informados de que había una emboscada rápida contra las fuerzas militares. Con la arrogancia y la
absoluta irresponsabilidad que los ha caracterizado, desde el primero hasta el
último día, y fieles a los amigos que manejan el MST de aquí y convierten en un
infierno la vida de nuestros productores rurales (entre ellos los 350.000 brasileños que aquí plantan, cultivan, cosechan y viven: nuestros
hermanos "brasiguayos"), ambos ordenaron la acción que se convirtió
en una tragedia en la historia de nuestro país.
Podría mencionar también al EPP (Ejército del
Pueblo Paraguayo), guerrilla formada por terroristas estrechamente vinculados a
Lugo en sus tiempos de Obispado en la diócesis de San Pedro. Nunca las fuerzas
de seguridad pudieron hacer nada contra ellos. ¡Ubicados, territorialmente
identificados, monitoreados y libres! Lugo se mantuvo fiel a los bandidos por
quienes mostró claro y público afecto.
Como el respetado Terry Belaúnde en Perú, quien permitió con su
"democratismo" el crecimiento del terrorismo representado por el
Sendero Luminoso de Abimael Guzmán, el nada respetable Lugo es padre y madre
del PPE.
Un hiato en
la historia
Fernando Lugo fue un accidente en nuestra historia. Necesario, pero doloroso. Sus defectos superaron sus virtudes; aquellos eran muchos, las otras pocas. Nosotros que votamos deseando un Estadista, nos tocó un sibarita. Su legado fue uno de decepción y fracaso. No llorarán por él dentro de nuestras fronteras, y quienes lo defienden fuera de ellas lo hacen pensando mucho más en lo que les podría ocurrir a ellos que por solidaridad con el agradable gobernante y el despreciable homúnculo que cae.
.
El final de su gobierno le duele más a un ya dolorido Chávez que a nosotros. La señora Kirchner, radical en la condena que nos impone, se olvida de nuestra asociación en la gigantesca e importante usina hidroeléctrica de Yaciretá, y amplía su lucrativa viudez acogiendo en su seno lloroso al decaído amigo. ¿Solidaria? No tanto, simplemente oportunista y consciente de que se abrió el precedente para que los parlamentos expulsen a los incapaces. En Bolivia, el sentimiento popular en relación con el sectario e igualmente bolivariano Evo Morales no es diferente al sentimiento de los paraguayos por Lugo en el otoño de su aventura presidencial. Es peor. El reloj de la historia repicará las campanadas del final de una aventura improductiva, iracunda, racista y liberticida.
El final de su gobierno le duele más a un ya dolorido Chávez que a nosotros. La señora Kirchner, radical en la condena que nos impone, se olvida de nuestra asociación en la gigantesca e importante usina hidroeléctrica de Yaciretá, y amplía su lucrativa viudez acogiendo en su seno lloroso al decaído amigo. ¿Solidaria? No tanto, simplemente oportunista y consciente de que se abrió el precedente para que los parlamentos expulsen a los incapaces. En Bolivia, el sentimiento popular en relación con el sectario e igualmente bolivariano Evo Morales no es diferente al sentimiento de los paraguayos por Lugo en el otoño de su aventura presidencial. Es peor. El reloj de la historia repicará las campanadas del final de una aventura improductiva, iracunda, racista y liberticida.
La posición
brasileña
No entendemos la posición de Brasil. O no queremos entender por lo mucho que lo queremos. Brasil nos arrasó como sicario de la reina Victoria. Nosotros lo perdonamos y juntos construimos el coloso de Itaipu. Lo tratamos bien y ahora apoya la continuidad de una de las peores etapas de nuestra historia ¿En nombre de qué? Nos niega el derecho a la auto determinación, pero se olvida del papel ridículo que hace en defensa de un cretino igual a Zelaya, un corrupto ligado a grupos de exterminio somocistas y que era tan izquierdista como Stroessner y tan demócrata como Pinochet.
Fue deplorable el papel de la inexpresiva
canciller Patriota (que no lo engañe el nombre), mariposeando por las calles de
Asunción en precipitada carrera, presionando a los partidos Liberal y Colorado para
favorecer un presidente que caía, entrando al Parlamento junto al canciller de
Hugo Chávez, el Sr. Maduro, para formular amenazas a beneficio de un presidente
que el país rechazaba, yendo al vicepresidente Federico Franco para amenazarlo
con gran desfachatez, desconociendo su rol constitucional y el hecho de que
nadie renunciaría a nada solo por la bastarda amenaza de la UNASUR (que no es nada)
y otra no menos bastarda del Mercosur (que no es más que una ficción). El Barón
del Rio Branco (N del T: eminente diplomático brasilero, 1845-1912) se mesó sus
bigotes peinados. desde su tumba profanada por el Ministerio de Relaciones
Exteriores (Itamaraty) de hoy.
¿Que quiere el gobierno de Dilma? ¿Pasar por el mismo vejamen de Lula en la paupérrima Honduras? Nosotros estamos totalmente dispuestos a mantener una asociación que ha resultado positiva y digna para ambos países. Pero la austera presidenta no nos inspira el mismo terror-miedo-pánico que nos infunde su personal y sus ministros. La fealdad no hace la historia, sólo erosiona las biografías. Dilma llamó a su embajador en Asunción, Cristina hizo lo mismo. Las matronas radicales simplemente ignoraban que el embajador brasileño es un ausente total que pasaba más tiempo en Pindorama que aquí.
El embajador Eduardo Santos es considerado en el
Paraguay como alguien que cree que las mejores cosas en nuestro país son el
aire acondicionado y un pasaje de regreso. Nos recuerda al ex embajador Orlando
Carbonar, quien fue tomado por sorpresa en febrero de 1989 por el movimiento
que derrocó al general Stroessner. Hasta mis hijos, niños en aquel entonces,
sabían que el golpe se acercaba y que estallaría en cualquier momento. El único
que no lo sabía era el embajador de Brasil, quien descansaba en el carnaval de
Curitiba, donde nació. Regresó a toda prisa, en un jet de la FAB, para
embarcar a Stroessner rumbo a Brasil.
Y la Argentina... bueno, Argentina no tiene
embajador en Paraguay desde hace unos meses... Ocupadísima, doña Cristina no ha
nombrado el reemplazo. País de necrófilos (aman a Gardel, al Che, a Evita y a
Maradona, entre otros difuntos), doña Cristina llamó a un embajador que no
existe, un diplomático fantasma, para consultas en la Casa Rosada.
Paraguay hizo lo que tenía que hacer. Seguirá
adelante, como siguen adelante las naciones probadas y curtidas por las crisis
que consolidan el temple de la ciudadanía, reforzando su nacionalidad. El
religioso que no honró sus votos de castidad y pobreza y que traicionó a su
iglesia, fue rechazado por ella. El presidente que no honró nuestros votos y
nos traicionó, fue depuesto por nosotros. Derrocado por incompetente, por
mentiroso, por ineficiente y por deshonesto, pero, sobre todo, por haber
traicionado las esperanzas de un país y de un pueblo que lo necesitó y que
confiaba en él. Por eso, Lugo no regresará.
(*) Chiqui Avalos es un conocido escritor y periodista en Paraguay. Luchó contra la dictadura de Stroessner y apoyó la candidatura de Fernando Lugo. Es el editor de "Prensa Confidencial", un influyente boletín digital que se edita en Asunción.
Que llanto patetico de perdedor. Que retahila de disparates historicos. Que resentimiento por generaciones. Por suerte lo firmaste, Chiqui, y los que sabemos que siempre fuiste solo un borrachin ventajero, respiramos aliviados: "Es solo Chiqui diciendo pavadas para sacarle alguna platita a alguien, como siempre"
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