PEDRO LEON
ZAPATA
Alfredo Coronil Hartmann
La muerte de Pedro
León Zapata es un abuso, dirían los españoles, con ese gráfico vocablo que
es un sinónimo de ensañamiento: “un recochineo”. No por la edad que
tuviese, 85 años, con su capacidad creativa y su humor, es si acaso una
prolongada adolescencia. Es un abuso, porque Pedro León es un icono de la
Venezuela decente, sensible, humana, un ser humano cálido.
Lo conocí siendo yo
apenas un muy joven aprendiz de poeta, un grupo de escritores y artistas
inventamos hacer un semanario humorístico: Rubenangel Hurtado, Carlos
Gottberg, Régulo Pérez, Zapata y algún otro maestro itinerante, yo
tenía apenas 23 años y Pedro León era un mozo de 36, lo denominamos “El
Infarto”.
Nunca, no obstante
el peso intelectual y artístico del equipo, me hicieron sentir, “como
cucaracha en baile de gallinas” mi minoridad era respetada y estimulada,
sin embargo no sacamos muchos números, “La Cadena” impuso, con el salvaje
capitalismo de las pedradas a nuestros pregoneros, un semanario similar.
Pero gozamos un puyero, además del gobierno, víctima propiciatoria de toda
empresa humorística, la farándula, la directiva del INCIBA, los
empresarios, ni siquiera mi papá se escapó de la mamadera de gallo, le
sacamos un versito con motivo de la visita de la exuberante Jeanne
Mansfield a Caracas…
Su caricatura
cotidiana en El Nacional era, junto a la mancheta de Miguel Otero Silva, el
editorial del diario de opinión más importante del país. Todos los
mandatarios y jerarcas de Venezuela recibían con mayor o menor humor los
pinchazos de su ingenio y de su genio.
Rómulo Betancourt
era un gran admirador suyo, y los zapatazos que le dedicó no fueron siempre
tersos, recuerdo en especial la versión de la propaganda del impactante
documental “Aguas azules, muerte blanca” donde el escualo
aparecía con una pipa en la boca y lo subtitulaba “el gran tiburón blanco,
su ferocidad es indetenible y su voracidad insaciable” y ninguno se puso
bravo con él, había que ser bien infeliz y bien pendejo para increparlo
como lo hizo el héroe del museo militar.
Lo declaro un abuso,
y que el Señor me perdone la irreverencia, porque sus conciudadanos nos
sentiremos incompletos sin el zapatazo que siempre marcó derroteros y sed
de justicia, porque la humanidad de Pedro León, su simple respiración en
este nada metafórico valle de lágrimas, era una contra eficacísima del
descreimiento y el desencuentro en que estamos sumidos los venezolanos.
Para Mara nuestro
mejor afecto y solidaridad. Hasta luego Pedro León Zapata, como diría Juan
Vicente Gómez, a quien tanto retrató: ¡Ah rigor!
Alfredo Coronil Hartman
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