MERCENARIOS
Luis Marín
El adjetivo
“mercenario” nunca tuvo un carácter peyorativo, ni tan despreciable hasta que
la llamada revolución cubana lo adoptó como su insulto preferido para
descalificar a quienes la adversan. En Venezuela todavía se enseña que “el juez
es mercenario” en el sentido de que no actúa motu proprio sino a instancia de
parte.
Tanto menos malo es
pensar en los circunspectos guardias suizos que custodian la Santa Sede y al
Papa, un remanente de los mercenarios suizos que hicieron fama desde el siglo
XV como los mejores soldados de Europa.
O en los legendarios
aventureros de la Legión Extranjera francesa inspiradores de tan numerosos
relatos y en los famosos Gurkas, los ferocísimos guerreros nepalíes que todavía
hoy en día forman filas en las fuerzas armadas de su majestad imperial
británica.
Quizás esta
descalificación corresponda más bien a una práctica comunista que consiste en
poner el mundo al revés, siguiendo el consejo de Marx que en una ingeniosa
frase sobre Hegel recomendaba “darle la vuelta” a su idealismo, para arribar al
materialismo dialéctico.
No es cualquier cosa
tomar la hez de la tierra, los más pobres e incultos para formar con ellos un
olimpo; mientras que todo lo que es noble y digno, incluso la religión, se echa
al cesto de basura como lo peor, al punto que ni siquiera tienen cabida en la
sociedad futura.
Riqueza, cultura,
refinamiento, distinción, gustos despectivamente llamados “burgueses”, están
llamados a desaparecer en la utopía comunista del futuro, para ser sustituidos
no se sabe por qué, pues, hasta donde alcanza la historia, lo que ha ocurrido
en las sociedades que han abrazado ese ideal es la entronización de una casta
más exclusivista de burócratas.
De manera que sí hay
algo profundo en esa manía de llamar a los oponentes “mercenarios” que vale la
pena detenerse a estudiar, no sólo por sistemática y recurrente, sino porque es
el argumento único que parece sustituir a cualquier otro, de manera que basta
con decir de alguien que “recibió dinero” para que toda otra argumentación resulte
superflua.
Otra razón sería que,
como es común en la izquierda global, las estratagemas erísticas se
universalizan y ahora en cualquier país del mundo, incluso en el occidente
civilizado, los comunistas se limitan a demostrar que una institución recibió
financiamiento de alguna fundación, aunque todas sean lícitas e intachables,
para dar por inválidas sus conclusiones, sean desde el calentamiento global
hasta el efecto de las grasas saturadas sobre la salud.
Finalmente estos
argumentos, si pueden llamarse así, han colonizado las mentes de quienes se
suponen anticomunistas de manera que rechazan recibir financiamiento o
cualquier tipo de ayudas porque sienten que eso, de alguna manera, los
desautoriza ante sus seguidores, reales o potenciales.
“Si se corta el
dinero, se acaba la contrarrevolución”, sentencia en su lenguaje llano Miguel
Díaz-Canel, presidente nominal de Cuba; habría que preguntarle: ¿Y qué pasaría
en el mismo caso con la revolución?
Los observadores más
moderados estiman en seis mil millones de dólares anuales la asistencia que la
URSS le estuvo suministrando al régimen de Castro desde los años sesenta hasta
principio de los noventa, cuando colapsó económicamente arrastrando a Cuba al
llamado “período especial”, condiciones de guerra en tiempos de paz.
Entonces se asieron
de Venezuela que desde fines de los noventa, sólo en suministro de cien mil
barriles diarios de petróleo, les aporta más de la mitad de aquella cantidad,
sin contar los beneficios de la triangulación de casi todo el resto del
comercio exterior del país.
Cuba es el país que
más asistencia financiera ha recibido del exterior en forma gratuita y cuando
fueron préstamos la mayoría han sido condonados y el resto, simplemente, no los
pagan; como no han pagado todavía las compensaciones legítimas a las empresas y
personas naturales cuyos bienes fueron robados propagandísticamente por la
revolución.
Hilando un poco más
el argumento, podría preguntarse si el régimen cubano ha inventado algún
sistema de trabajo que excluya el pago de salarios, visto que ser un
“asalariado” es algo tan denostable.
Y ocurre que no, los
funcionarios del Estado comunista, en particular los funcionarios de seguridad,
que se ganan la vida espiando y maltratando a personas inocentes, son unos
asalariados en sentido estricto, reciben una paga por las tropelías que perpetran.
¿Con qué autoridad descalifican a los demás llamándolos “mercenarios”?
Esto vale también
perfectamente para la burocracia cultural, los que trabajan en el cine,
televisión, literatura y artes plásticas, pretendiendo una superioridad moral
de la que carecen; de algún modo los hace peores unir el pago al silencio
cómplice ante tanta felonía.
Gabriel García
Márquez, un prominente castrista, decía que no podía dejar de asociar el oro
con la mierda; pero se peleó con el diario El Nacional porque reclamaba que no
le habrían pagado alguno de sus artículos, aun siendo un sujeto con tanta
fortuna.
La cruda realidad es
que si se tomara en serio el argumento del poder corruptor del dinero, ninguna
de las profesiones llamadas liberales podría sobrevivir, porque todas dependen
del pago de los honorarios correspondientes al servicio prestado, que no tiene
nada de pecaminoso y que por lo común se
acepta sin el menor reparo.
No se sabe si reír o
llorar al ver escenas como las ya famosas de Gustavo Petro recibiendo gustoso
montones de billetes de algún patrocinante anónimo, porque en el fondo todo el
mundo sabe que la maquinaria política no podría moverse, como cualquier
maquinaria, sin ese lubricante universal.
Entonces, ¿a qué
vienen esas poses de incorruptibles y repudiadores públicos de recursos que
reciben con beneplácito en las sombras? Y a veces ni eso: mientras Ali
Rodríguez Araque denunciaba en La Habana que “quien firma los cheques es quien
da las órdenes”, su jefe, Hugo Chávez, en cadena nacional le entregaba un
cheque por treinta millones de dólares a su secuaz Evo Morales, quien lo
recibía diciendo jocosamente: ¿Y no puede haber uno cada mes?
A los revolucionarios
les parece natural el dinero que ellos reciben pero le atribuyen un carácter
deletéreo al que reciben los demás. Pero esto tampoco es raro: no hay uno que
no se rasgue las vestiduras por el “asesinato” del Che en Bolivia; las miles de
personas que él fusiló sin fórmula de juicio fueron muertes naturales.
De manera que en el
fondo hay una distorsión psicológica y moral: así como acusan a los demás de lo
que ellos hacen, les resulta insoportable la proyección de sus propios actos
en los otros. Lo grave es que haya tanta
gente que cae en esa trampa.
Ahora la catástrofe
humanitaria de Venezuela es culpa de “el bloqueo” y Padrino López está
esperando con su tropa la llegada de “los mercenarios”.
Luis Marín
03-02-19
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