Rafael Olbinski
MAFIAS CON IDEOLOGÍA
Humberto García
Larralde
Quienes hoy ejercen el poder de facto en
Venezuela conforman una mafia dedicada a expoliar al país. No producen,
depredan lo producido por sus víctimas. Han saqueado por años las cuentas
públicas, embolsillándose las partidas para el mantenimiento de la infraestructura
y los servicios, para inversiones, y las destinadas a compras y contrataciones.
Lo mismo con empresas y fundos confiscadas, hoy totalmente desahuciadas de sus
capacidades productivas por el despojo a que fueron sometidas. Continúan
rematando las riquezas del subsuelo a cambio de jugosas comisiones, como
revelan los escándalos que se destapan en la banca mundial.
Por si fuera poco, algunos se han
convertido en garantes y cómplices del tráfico internacional de drogas a través
de territorio venezolano. Ahora, además, secuestran para sí el oro de las
bóvedas del BCV. Llevaron al país al borde de la expiración, pero siguen
pegados como sanguijuelas para extraerle sus últimos fluidos vitales.
Las mafias las cohesiona la lealtad
absoluta con sus jefes. Quienes son admitidos en el expolio cumplen sin
miramientos las órdenes impartidas: no hay escrúpulos ni moral que se
interpongan. De ahí su crueldad y recurrencia a la violencia. Observan ritos y
profesan votos de lealtad, encerrándose sobre si mismos para reforzar su
espíritu de cuerpo y asegurar la unidad de mando. Preservan, con ello, la
eficacia y contundencia de sus pillerías. La Cosa Nostra, por
encima de todo. La complicidad en las fechorías blinda a la mafia contra
deserciones y/o traiciones. Avenirse con ella para que se aparte del delito,
alegando el respeto a la ley y/u otras consideraciones referentes al bien
social, no es posible.
El hecho de que Maduro y sus cómplices
sigan atrincherados en el poder, sin admitir las ofertas para que su inevitable
e irremediable salida sea menos traumática, sólo se explica reconociéndolos
como mafia. Su comportamiento criminal se afianza aún más por disponer de una
construcción ideológica que refuerza su apego a una colectividad perversa. Los
aísla de tener que entenderse con una realidad que le es cada vez más adversa.
Cuentan, además, con esbirros cubanos como demiurgo diabólico capaz de asegurar
--hasta ahora-- que no se salgan del libreto. Con la repetición incesante de
mitos de la vieja izquierda y su imbricación con resabios patrioteros
alimentados por el culto a Bolívar, la mafia inculca a los suyos que son
“revolucionarios”, luchadores por los intereses más nobles de la humanidad.
Es irrelevante si se lo creen o no; lo
importante es alimentar su convicción de que el país les pertenece por ser los
únicos y auténticos representantes del Pueblo o de la Patria. Esta razón no se
refuta por estar reducidos a una exigua minoría: es de naturaleza cualitativa.
Si la mayoría se opone, mal por la mayoría: pierde toda legitimidad como
expresión del pueblo y, por tanto, no es “pueblo”. Todo les resbala, porque,
aun con las barbaridades que cometen, la Historia (con mayúscula) los
absolverá. Su ideología sirve de amparo, proveyéndoles de una burbuja anti
acústica como refugio. Disuelve todo criterio moral con que pueda juzgarse su
accionar, porque el fin siempre justificará los medios.
Es muy agradable, muy cómodo, poder
gastarse millones para el usufructo personal, importar lujos que hace tiempo
desaparecieron del país, contratar camiones cisterna cuando falla el agua,
tener plantas eléctricas particulares y contar con una plantilla de
guardaespaldas bien armados para resguardar tu seguridad, la de tu familia y
tus caudales. ¿Qué importan los sufrimientos causados con esta malversación si
se cuenta, cual bálsamo que alivia culpabilidades, con una narrativa que remite
la causalidad de los horrores padecidos al accionar de enemigos que conspiran
contra la “revolución” y contra los intereses de la Patria?
Por ello, este universo paralelo
discurre felizmente, hasta el punto de promover “Estudios Avanzados, Hugo
Chávez Constituyente” (¡!) y lograr manifiestos de solidaridad de cierta
“izquierda” (¿?) en otros países. Mientras puedan seguir disfrutando su jauja
particular y blindarse contra el mundo real, repitiendo incesantemente embustes
con los cuales inmunizarse contra su responsabilidad en la destrucción del
país, los mafiosos van a continuar aferrados al poder. No habrá terreno común
de entendimiento, alegando el interés y bienestar de los venezolanos.
Lo argumentado apunta a la
irracionalidad de la presente situación. Cualquiera pensaría que, ante las
muestras abrumadoras de repudio, el colapso notorio de su gestión, la presión
nacional e internacional, el efecto de las sanciones impuestas y la amenaza,
muy creíble, de que serán redobladas, los integrantes de la mafia --entre los
cuales destacan militares corruptos--, entrarían en razón sobre la necesidad de
negociar su salida, sobre todo cuando todavía tienen agarrado la sartén por el
mango. ¿Cómo es posible que alguien tan bruto, ignorante e incompetente, que
tan aviesamente ha destruido al país, no lo hayan removido sus propios
partidarios? ¡¡Cómo es que sigue todavía ahí!!
La perversidad del fascismo criollo desafía
todo intento de superación de la situación planteada con base en criterios
racionales. La imagen que viene a la mente es la de Hitler en su bunker en la
película “La Caída”, incapaz de enfrentarse con la realidad de su derrota,
invocando ante sus generales batallones fantasmas para lanzarlos contra los
rusos que están a las puertas de Berlín, para suicidarse al final,
denostando de su pueblo --los alemanes-- por no haber estado a la altura de sus
designios. ¡La ideología, en sus versiones extremas, es locura pura!
Hay una analogía entre la situación
planteada y el análisis de John Maynard Keynes sobre la gran depresión de los
’30 del siglo pasado. Como se recordará, la fuerte caída en la actividad
económica se prolongó por años, desafiando la idea prevaleciente de que la
economía poseía fuerzas correctivas que restablecerían automáticamente un
equilibrio de pleno empleo. Keynes argumentó la posibilidad de que la economía
se atascara en un equilibrio de profundo subempleo de recursos y de mano de obra,
si las expectativas de los inversionistas eran adversas. No invertirían, por lo
que se retroalimentaría las condiciones que generaban la depresión, perpetuando
las expectativas adversas. Recomendó que un agente externo, el Estado, ampliara
la demanda agregada a través de un mayor gasto público para insuflar en los
empresarios una perspectiva positiva de rentabilidad. La racionalidad implícita
en las fuerzas correctivas, autónomas, del mercado, estaban ausentes.
Al igual que la gran depresión,
Venezuela corre el peligro de estancarse en un “equilibrio malo”, uno en el
cual no se logra desalojar a los mafiosos por mecanismos racionales y en que, a
pesar del colapso visible del país en todas sus dimensiones, encuentren todavía
posible sobrevivir para continuar depredando lo poco que queda.. La idea que
recobra cierta fuerza ahora, de negociar elecciones con Maduro todavía en el
poder, empantanaría al país en un tremedal sin salida. Desmoralizaría las
fuerzas opositoras y otorgaría al usurpador, totalmente insensible a las
desgracias provocadas por su gestión, un respiro contra el implacable acoso de
“los enemigos de la revolución” (¡!), sin garantía alguna de elecciones
legítimas.
La prolongación del impasse implicaría
una tragedia aun mayor que la vivida hasta ahora. Al igual que la prescripción
keynesiana, no puede confiarse en que la racionalidad habrá de prevalecer para
arribar a la solución deseada. Hace falta el empujoncito para que, aun tras su
burbuja alienante, los delincuentes sientan irremediable su evacuación. ¿Qué
cosa logrará que una mafia ideologizada y tan perversa entre en entendimiento?
No hay fórmula sino seguir aumentando la presión. Muchas opciones están sobre
la mesa y, lamentablemente, ante la insania perversa, no puede descartarse la
aplicación de ninguna.
27 abril 2019
Humberto García Larralde
Economista, profesor
de la UCV
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