Manuela Aristy
A Amaury me lo
dejaron soloVianco Martínez
30 junio 2021
Publicamos de nuevo esta
entrevista
a Doña Manuela Aristy, madre de
Amaury,
como un homenaje.
Ella falleció este martes 29 de
junio del 2021
De aquellos tiempos difíciles
en que su hijo, Amaury Germán Aristy, fue perseguido y eliminado por soldados
al servicio del gobierno de Balaguer, doña Manuela Aristy guarda recuerdos muy
tristes.
“Yo tenía siete meses que no veía a Amaury cuando lo mataron. En ese tiempo nada más lo veía en la televisión, cuando el gobierno los ponía
como prófugos, con un letrero grande de “Se buscan” y ofrecía una suma de
dinero como recompensa por él y sus compañeros. Tenía un deseo inmenso de
verlo, de tocarlo, de verlo reír, de acariciarlo y besarlo. Tenía también un
gran dolor. Me desesperaba mucho su situación y lloraba. Yo no dormía
tranquila, como si estuviera presintiendo el final”.
El final llegó un miércoles. Era 12 de enero del año 1972. Amaury Germán Aristy, líder de los Comandos de
Los soldados, alertados sobre su presencia en ese lugar, empezaron a llegar la
prima noche del día anterior y tendieron un cerco que se extendió varios
kilómetros a la redonda.
Ese día, en una reunión del grupo convocada para tal efecto, iba a ser decidida
la suerte de esa residencia como punto de operaciones de los Comandos de la
Resistencia.
La Chuta y Ulises fueron los primeros en caer. Venían de una cueva cercana
donde pasaron la noche para mayor seguridad. Fueron interceptados por las
primeras tropas y eliminados inmediatamente sin mayores posibilidades de
defensa. Amaury y Virgilio retrocedieron y se refugiaron en la cueva.
Desde allí lucharon encarnizadamente durante diez horas. Todo concluyó cuando
la tarde empezaba a mostrar sus primeros desvanecimientos. Virgilio cayó
alrededor de las tres. Una hora más tarde fue silenciada la última arma de los
Comandos de
La última vez que doña Manuela vio a Amaury fue en una residencia de Andrés.
Boca Chica. “Nunca he olvidado la última imagen de Amaury aquella tarde. Llegó
vestido con un pantalón caqui y una camisa de cuadros, manga corta. Tenía el
pelo recortadito muy tradicional.
Estuvo muy cariñoso, como siempre. Andaba armado con una pistola 45. El llegó
como a las cuatro de la tarde. Estuvimos juntos no más de dos horas. Hablamos
de la niña, me pidió que me cuidara, me dijo que él no quería que yo sufriera y
que estaba preparado para cualquier cosa que sucediera”.
Doña Manuela Aristy tiene ahora sesenta y nueve años. Va con frecuencia a su
tumba a llevarle flores y hace veintisiete años, cada 12 de enero celebra una
misa por la paz de su alma. “Amaury siempre está conmigo. Con su ternura y su
recia voluntad dejó un ejemplo que guía mis pasos en la vida y me da fuerza.
Amaury es el muerto más vivo que yo tengo”.
Doña Manuela ha ido muchas veces a la cueva donde Amaury inició su camino a la
gloria. La primera vez fue acompañada de Virgilio Almánzar, presidente del
Comité de los Derechos Humanos. Por una de las ironías de la vida, Virgilio
Almánzar, uno de los luchadores de la izquierda en sus años mozos, es hijo del
capitán Virgilio Félix Almánzar, quien cayó abatido en combate en la contienda
del 12 enero luchando, justamente en la acera contraria a la de Amaury y sus
compañeros.
Doña Manuela Aristy aún vive en la casa marcada con el número siete de la calle
Salomé Ureña, en la zona colonial, el mismo lugar donde se sentó aquel día, en
un silencio adolorido, aquejada de la enfermedad de la impotencia y rodeada de
sus hijos y de los amigos de siempre, a esperar el desenlace de la batalla.
Fuimos a
Desde la inmovilidad de las fotos que llenan de recuerdos las paredes, Amaury
protege sus pasos y con su legado vela por la solemnidad de este recinto, donde
cada día que pasa en el calendario de la ausencia, él es todo presencia y
ejemplo vivo.
Amaury era un redentor y, como todo redentor, murió crucificado. Perseguido por
un régimen que no tuvo piedad con sus enemigos, sitiado por un ejército que
llevaba la cuenta regresiva de su vida, alejado de su familia por razones de
seguridad, aislado por muchos de sus compañeros e incomprendido por sus amigos
de la izquierda, murió enfrentado a las naturales limitaciones de un condenado,
caminando sus últimos días por un espinoso sendero de intrigas y
elucubraciones, mirado con recelo por el grupo de Caamaño que se preparaba en
Cuba para la insurrección y víctima de un inusitado viraje en la política de la
dirigencia cubana. Era la soledad de un rebelde.
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