LAS GUERRAS DE PUTIN
Luis Marín
Su irrupción en la política nacional ocurre con la segunda guerra de Chechenia que estalló a mediados del año 99 por la falta de resolución de Boris Yeltsin al primer conflicto que duró casi dos años, entre diciembre de 1994 y agosto de 1996, manteniéndose en forma irregular desde entonces.
Nombra a Putin como primer ministro
con ese encargo específico, en el contexto de unos atentados terroristas en
Moscú que, si no fueron provocados, como se sospecha, resultaron muy oportunos
para que se presentara como el salvador, con ese lenguaje rudo, a menudo soez,
que muestra al hombre fuerte que adora el populacho: “Perseguiremos a los
terroristas donde estén, si los hallamos defecando en el retrete, los mataremos
en el retrete”.
Yeltsin abdicó a la presidencia el
31 de diciembre y le sucedió su primer ministro para el inicio del nuevo año,
milenio y lo que sería “La Nueva Rusia”. Es ratificado electoralmente en marzo
y ya en mayo dio por resuelto el problema checheno, con firme determinación, al
arrasar la capital, Grozni, e imponer un gobierno títere, que todavía le sigue
servilmente.
Hubo otra guerra precursora en
Moldavia, de diciembre de 1990 a julio de 1992, que prefiguró el guion de las
guerras subsiguientes: La población ruso parlante reclamó la secesión del
gobierno central y proclamó una república independiente en la orilla oriental
del río Dniéster, Transnistria, para luego solicitar su adhesión a la gran federación
rusa, que interviene poniendo un contingente de tropas en custodia de
ciudadanos considerados rusos.
Este esquema se repite meticulosamente
en la guerra de Georgia, del 7 al 12 de agosto de 2008, en una verdadera guerra
relámpago, Putin aplasta al ejército georgiano y ocupa las provincias
separatistas de Abjasia y Osetia del Sur con el propósito manifiesto de unirlas
a la madre rusa.
Putin decidió la intervención en la
guerra civil siria el 30 de septiembre de 2015 para apoyar al dictador Bashar
Al Asad que enfrentaba una rebelión desde 2011 derivada de la llamada Primavera
Árabe que conmocionó todo el norte de África y Medio Oriente generando la caída
sucesiva de varias autocracias árabes.
Es fama que estaba consternado por el
derrocamiento de Muamar el Gadafi en Libia y no estaba dispuesto a permitir que
algo así le pudiera ocurrir a un muy viejo amigo de la era soviética, de paso,
podría realizar la todavía más antaña aspiración de arribar a las cálidas aguas
del Mediterráneo, por lo que pactó en 2017 la cesión de soberanía a Rusia de
los puertos sirios de Tartus y Latakia por 50 años, prorrogables por períodos de
25 años.
En Siria se experimenta toda la
parafernalia militar postsoviética, con el mismo esquema de fuego avasallante y
tierra arrasada, del que Alepo es apenas un trágico ejemplo.
La percepción que alienta esta
estrategia es que la retirada de la URSS de Afganistán, entre el 15 de mayo de
1988 y 15 de febrero de 1989, fue el canto de cisne del imperio soviético. No
pasaron ni 9 meses y ya estaban derribando el muro de Berlín y con él, todo el
sistema.
Putin pensó que a la OTAN le pasaba algo
similar con su retirada aparatosa de Afganistán, entre mayo y agosto de 2021, una
señal para pasarle la factura y se vendrían igualmente abajo; de manera que no
pasaron ni 6 meses y ya estaba invadiendo a Ucrania el 24 de febrero de 2022, con
el esquema esbozado anteriormente: las provincias de Lugansk y Donetsk declaran
su independencia de Ucrania, siendo reconocidas por Rusia, que luego aumenta la
apuesta incorporando también las de Zaporiyia y Jersón, ya antes, en 2014, se
había anexado la península de Crimea.
Confiaba en la falta de voluntad de
lucha de occidente y en que el gobierno ucraniano se derrumbaría al primer
empujón, como les había ocurrido a ellos; pero no se trata sólo de un error de
cálculo. El fundamento filosófico del expansionismo ruso es el paneslavismo,
una suerte de reflejo invertido del pangermanismo, con todos sus horrores y ninguno
de sus rasgos civilizatorios, de superioridad cultural, científica y técnica.
Reivindica su oscura unidad de
sangre y suelo (Blut und Boden), su
aspecto positivo que es la supremacía eslava y su aspecto negativo que es la
aniquilación de todo lo que le sea extraño; pero los métodos rusos siguen
siendo bárbaros, primitivos, aderezados con la fría sagacidad del gánster y la despiadada
lógica de la mafia.
Yevgeny Satanovsky, Presidente del
Instituto Ruso para el Medio Oriente, lo resume prístinamente: “Rusia es lo que
es como nación. Seguiremos siendo lo que somos. Los que estén con nosotros vivirán.
Y al resto, los mataremos”.
Su árbol de las tres raíces, por
usar una metáfora conocida, es: la autocracia, porque nadie duda que en Rusia
se restableció el zarismo entendido como gobierno unipersonal absoluto; la
ortodoxia, porque la iglesia vuelve a estar en el centro del poder y lo que
llaman “narod”, que puede traducirse como nación o pueblo, porque la
expresión admite ambas acepciones.
Restaurar el Gran Imperio Ruso, en
lo que los geopolíticos afines al Kremlin, copiando una vez más a los germanos
sin superarlos en nada, llaman “Eurasia”, un sólido bloque
continental alrededor del cual deben girar las demás naciones.
A Putin se le atribuye también una cierta
afición por la historia, lo que autoriza a pensar que tiene como telón de fondo
otra gran guerra patria, la Guerra de Crimea (1853-1856), por muchos
considerada como la primera guerra moderna, en que se estrenaron los grandes
inventos, como los buques de vapor, el ferrocarril, la fotografía, la balística,
etcétera.
Brevemente, fue un gran choque de
imperios, el ruso y otomano en primer plano, pero luego el imperio británico y
el francés, que intervinieron para apuntalar a los turcos e impedir la
expansión de los rusos hacia los Balcanes y el Mediterráneo.
Los franceses de Napoleón III
conquistaron Sebastopol, los británicos de la reina Victoria escenificaron sus
últimas cargas de caballería ligera y prefiguraron lo que sería la cruz roja
internacional dándole un toque de humanidad a la carnicería; juntos humillaron
a Nicolás I que murió antes de firmar el Tratado de París de 1856, por el que
Rusia tuvo que confinarse a esperar que un Putin cualquiera la trajera de nuevo
a disputar por Crimea, la flota del Mar Negro y el acceso al Mediterráneo.
Puestos en esta perspectiva
histórica, conviene recordar que entonces se volvió a esgrimir el mito de la
reconquista de los lugares santos, de Jerusalén, el sitio de la Natividad, el Cenáculo,
el Santo Sepulcro, pretensiones de la Iglesia Ortodoxa de Moscú como de la Católica
de Roma.
Moscú no reconoce a Jerusalén, única
e indivisible, como la capital del Estado Judío y la política Vaticana sigue
siendo su internacionalización. Turquía, Irán, el mundo árabe, la ponen en la
diana. Sombríamente la guerra de Ucrania, otra vez, se cierne sobre Israel.
Las guerras, se dice, tienen orígenes
económicos; pero sus fines más bien parecen místicos.
Video
https://www.youtube.com/watch?v=YJRCnAZV2Rk
Luis Marín
03-11-22
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