“Si fuera Presidente pudiera renunciar, pero como soy el Jefe de la Revolución, no puedo hacerlo”. Esta frase no fue dicha por el caudillo criollo, sino por Muamar Al Gadhafi, ante la sublevación del pueblo libio frente a sus casi 42 años de dictadura. Sin embargo, cualquiera de nosotros hubiera podido pensar que su autor era otro y es que en definitiva todos se parecen. Adjudicándose condiciones mesiánicas, los caudillos nos hacen creer que son imprescindibles, que ellos y sólo ellos pueden lograr los grandes cambios necesarios para salvar a la Patria. ¡Por favor! Nada más patético.
En primer lugar, en la mayoría de los casos, lo que estos personajes buscan es tan solo su propia grandeza personal, desarrollar un proyecto que enaltezca sólo su figura, donde el culto a la personalidad (la suya) es la clave fundamental del proceso. Buscan el poder como instrumento para alimentar sus egos insaciables.
Y, en segundo término, aun cuando por su desvarío psíquico se encuentren convencidos de sus magnas cualidades, desconocen que las sociedades sólo se desarrollan y evolucionan sanamente, cuando todos sus integrantes adquieren plena conciencia de su condición ciudadana y cumplen cada uno de ellos con sus responsabilidades, entre las cuales está hacer valer sus derechos. El desarrollo de un pueblo depende de ese trabajo conjunto entre gobernantes y ciudadanos, no de las ideas delirantes de un solo hombre, que cuando actúa así, deviene en tirano.
Cuando observamos, cómo a pesar de las distintas culturas que puedan poseer cada uno de los distintos caudillos, éstos se sientes cómodos y desenvueltos entre ellos, nos damos cuenta que esto obedece a que se reconocen mutuamente. Es como pararse frente al espejo y ver su propia imagen reflejada, sólo que preparándose para el carnaval: me pongo el traje militar, o me pongo la túnica de colores o mejor una guayabera blanca, sombreros, gorras, turbantes, insignias, ¡listo!
¿Quién no recuerda las imágenes de Saddam Hussein paseando en un flamante vehículo con nuestro copiloto insigne? ¿Quién desconoce que a Omar Al Bashir, se le invitó a Caracas para darle apoyo, luego de que la Corte Penal Internacional, dictara por primera vez en la Historia a un mandatario en ejercicio, una orden de captura por delitos de crímenes de guerra y de lesa humanidad por la muerte de más de 750.000 personas y el desplazamiento de 2.000.000 de refugiados en Darfur, zona occidental de Sudán por desconocer su autoridad?
¿Quién olvida que a Robert Mugabe, tirano de Zimbabwe, no sólo se le ha dado “apoyo moral y político”, sino dos, no una, réplicas de la espada del Libertador Simón Bolívar. A ese, a quien ha permanecido en el poder desde 1980, causando la mayor hiperinflación en la historia de la humanidad (160.000 % en el 2008) y a quien diversas ONG’s le atribuyen crímenes contra la humanidad por entre otros delitos, la orden de violación sistemática de mujeres durante y después de las elecciones de 2008. El mismo que hace apenas unos días envió mercenarios a Libia para apoyar a Al Gadhafi.
¿Quién desconoce que a Al Gadhafi, terrorista confeso, también se le hizo entrega de una de esas réplicas? Claro, a éste sólo se le entregó una porque hasta ese momento todavía no había ordenado que bombardearan a su pueblo. Pero ya lo hizo, ¡así que entréguenle otra! ¡Ya se la ganó! Y por supuesto mandemos a preparar muchas más, porque tampoco es suficiente habérsela dado a Raúl Castro, o a Alexander Lukashenko de Bielorrusia. Fidel también merece alguna sino otra, en virtud de haber logrado la hazaña de haber permanecido a fuerza de sangre, miseria y represión, por más de cincuenta años en el poder. Compensémoslo por no haber tenido éxito en su invasión a Machurucuto.
Y por supuesto, no nos olvidemos de Ahmadinejad el de Irán, negador del Holocausto y antiguo instructor de los “basiji” niños de hasta 12 años de edad, obligados a defender el anterior régimen de Jomeini y a los que se les enseñaba “la gloria del martirio” utilizándolos para limpiar los campos minados y que hoy en día, es el representante de un régimen que no sólo pide la muerte de su propio pueblo opositor, sino que discrimina a su población y niega el derecho a existir de otros pueblos. Mientras tanto, desde hace más de dos años Venezuela rompió relaciones diplomáticas con la única democracia del Medio Oriente, como lo es el Estado de Israel.
El canciller, en nombre de la República Bolivariana ha condenado “el intervencionismo que pretenden cometer las potencias” contra Libia. Pero no dice nada o niega los bombardeos y las matanzas que Al Gadhafi ordenó contra su pueblo. Como quiera que éstas son endógenas o autóctonas están permitidas. ¿Con qué derecho alguna nación o la ONU pueden intervenir para evitar esas muertes, si ellas son producto de la autodeterminación del Líder a quien en definitiva sus vidas pertenecen?
Tampoco se dice nada de las cuentas mil millonarias que le han sido confiscadas en Suiza, tal como sucedió con Mubarak el de Egipto, o guardan silencio ante las afirmaciones de que Fidel Castro es uno de los hombres más ricos del mundo. ¿Se dan cuenta de todo lo que tienen en común?
No quise darle a este artículo ese dejo de ironía, pero es que a veces ésta es una aliada ante tanta desvergüenza y tanta complicidad.
¿Cuáles son los criterios que imperan para abrazarse con todos los indeseables del mundo? La respuesta ya la dijimos al principio de este artículo: cada uno de ellos se reconoce en el otro, de allí esas alianzas tan peligrosas para los países que dominan.
“Gadafi es a Libia lo que Bolívar es a Venezuela”. No se confundan. Este parafraseo no es mío, sino de quien por más de doce años ha dirigido nuestros destinos. ¿Hasta cuándo? Ya hay fecha de salida.
Tcnel. (Ej) (r) Jesús E. Urdaneta H. / C.I. 4.391.814 jesusurdanetah@gmail.com
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