Alberka
Las declaraciones de cuatro ex líderes de los jemeres rojos ante un tribunal propiciado por la ONU en la capital de Camboya abre un proceso largo que trata de responsabilizar a los principales autores del genocidio que desde 1975 a 1979 causó unos dos millones de muertos, suspendió las escuelas para crear un régimen de utopía agraria, suprimió la religión y dejó en manos de unos cuantos la vida de la gran mayoría. Uno de cada cuatro camboyanos fueron víctimas de aquella perversa fantasía importada de la Revolución Cultural de Mao en China.
Los cuatro inculpados, un hombre y una mujer, rayan los ochenta años y es imposible que puedan cumplir las penas que se prevén en la sentencia que va para muy largo y que va a agitar las conciencias de camboyanos y de cuantos recordamos aquella horrible barbarie. En la literatura clásica, desde Tucídides a Herodoto, vemos que en el ejercicio del poder político, la especie humana puede y quiere volver a la animalidad. Nos recuerda Steiner que las matanzas han salpicado los milenios con estridente normalidad.
El siglo XX, el de los grandes progresos en todos los campos del saber, ha sido el que más víctimas de la intolerancia política ha arrojado a las hogueras de las ideologías totalitarias.
La justicia se ha retrasado por cuestiones políticas y también para no abrir más heridas en la atormentada sociedad camboyana que no ha superado el desgarro social de una barbarie que llevó a que los hijos denunciaran a sus padres creando un totalitarismo que penetraba hasta el interior de las conciencias. Es una lástima que tanto las maniobras de las Naciones Unidas como los miedos de los propios gobiernos camboyanos no hayan celebrado el juicio con anterioridad. El actual primer ministro fue miembro de los jemeres rojos en su juventud.
El cine y la literatura nos han relatado lo que puede considerarse como una de las tragedias más horribles que conoció el siglo pasado, una matanza masiva a través de denuncias, hambres colectivas, asesinatos que fueron descubiertos con aquellas fosas de miles de calaveras sepultadas en el interior de bosques. Aquella Camboya tenebrosa nos recuerda el valor que tiene la dignidad de las personas. Cada vez que un ser humano es azotado, matado de hambre, despojado del respeto, se abre un inmenso hoyo en la vida de todos.
Lluis Foix
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