“…las experiencias de
desarrollo han demostrado la irracionalidad del intervencionismo estatal en
contraste con las virtudes incuestionables de la economía pura de mercado, y de
que el requisito indispensable para el desarrollo es el paso de “la planificación
(económica) al mercado”. Pero el hecho de reconocer las virtudes del mercado no debe inducimos a
ignorar las posibilidades, así como los logros ya constatados del Estado o, por
el contrario, considerar al mercado como factor de éxito, independiente de toda
política gubernamental…”
Amartya Sen. Teorías del Desarrollo.
2010
La característica más esencial de los seres humanos: la libertad. Le es
inmanente. Por alcanzarla han hecho todo cuanto han imaginado y practicado.
Nadie hipoteca, voluntariosa y obsequiosamente, sus principios libertarios, por
los que lucha de modo incansable; y si en algún instante y producto de ligeras
circunstancias se ve sometido más temprano que tarde logra reivindicarse.
El Estado es una institución creada por los ciudadanos para convenir los
arreglos, dirimir confrontaciones, pactar los comportamientos societales, pero
jamás como entidad de supra imposición a la “condición humana”. La opresión que
en suficientes referencias la acometen unas
individualidades contra otras también es infligida, y de la peor manera,
por los Estados cuando no tienen en sí mismos explícita la contención
constitucional y/o legal.
Quienes administran los asuntos propios de los Estados cometen actos
opresivos en perjuicio de los ciudadanos al saberse tales detentadores del poder en posiciones
ventajosas frente al común de la gente. Significa además que asumen, de modo
consciente, la desigualdad de derechos, las inequidades sociales, culturales y
económicas tan natural que no perciben las tropelías en las que han caído. Los
Estados no se constituyen para enfrentar a los ciudadanos.
Allá aquél que en este tramo
civilizatorio contemporáneo quiera convertirse en émulo de Hobbes y revigorizar
sus deleznables tesis, sintetizadas en expresiones como “...En el gobierno de un Estado bien
establecido, cada particular no se reserva más libertad que aquella que precisa
para vivir cómodamente y en plena tranquilidad, ya que (el Estado) no quita a los demás más que
aquello que les hace temibles. ¿Pero, qué es lo que les hace temibles? Su
fuerza propia, sus apetencias desenfrenadas, su tendencia a tomar decisiones
discrepantes de la unanimidad mayoritaria….” Casi nada...!
Una inmensa fuente de terror en pocas palabras!.
Afortunadamente, las definiciones, categorías y competencias atribuibles
a los Estados han evolucionado para bien en la modernidad. El Estado hoy asume
la obligación de complementar sus funciones con el Mercado, y éste último debe
diseñar programas y proyectos objetivos, concretos que propendan a la
cooperación social que logren satisfacer las demandas y necesidades sin
exacerbaciones en las ganancias, así como dejar a un lado el cruel sistema quid
pro quo, traducido como “lo que se
consigue en el mercado depende lo de
lo que se ponga en él”.
Sin embargo, a partir de un razonamiento mucho más humano concluimos que
hay sectores de la sociedad que no están en condiciones de aportar nada
productivo a la sociedad pero que tampoco deben quedar rezagados de la
asistencia del Estado o del Mercado. De seguro son éstas las imperfecciones que
hay que corregir. Aprovechemos para insistir que a lo interno cada Estado se
inscribe en un modelo social, político y económico que le sirve de sustrato
para sus ejecutorias.
Muchos, tal vez, reafirman que tal modelo viene a ser la esencia
ideológica que define al Estado. Hecho aún en seria controversia. Pero, si damos como aceptable esa aseveración
colegimos que la mejor ideología estatal será entonces la que le confiera al
ser humano la plena libertad para desarrollar
sus potencialidades, individual y colectivamente. La ideología que le deje
trazar metas a la gente y promover para que las alcancen hasta donde sus
aptitudes le permitan, en plena y auténtica libertad.
El mundo ha abordado el siglo XXI
bajo la tensión de tendencias centrífugas muy poderosas, que han
desnudado a las fuerzas conducentes a la exclusión social (estigma que ha
recaído sobre el mercado), de lo cual se han aprovechado los Estados para
asomar su mejor cara en apariencia solucionadora de problemas, sobretodo de
calidad de vida. Y no siempre ha sido así. Cuando se le pide al Estado un
caballo para que responda en lo inmediato por las incongruencias sociales se
presenta, bastante tarde, con un camello, que tendrá sus virtudes pero no es lo
requerido.
Dr. Abraham Gómez R.
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