Es ésta una pregunta que le he estado sacando el cuerpo, no por
complicada, sino por la convicción de que para la mayoría de las personas
carece de interés. En fin, si Chávez se define de izquierda, descalifica a sus
adversarios con un lenguaje de izquierda, se alinea con Fidel Castro, figura
emblemática de la “izquierda dura”, comunista. ¿Para qué preguntar si es de
“izquierda”? Con los horrores que hoy conocemos del comunismo, ¡Si Chávez
quiere ahorcarse en ese palo, allá él!
Hay un asuntico, empero, que no deja de ser irritante. Y es que bajo ese
alarde del comandante-presidente-candidato de ser adalid de la izquierda,
resalta la insolencia de arrogarse una suerte de superioridad moral. Esta
“razón moral” justificaría “pulverizar” al adversario, por ser de “derecha”.
Porque según la mitología que construyó de sí misma cierta “izquierda”, siente
que tiene el derecho histórico y moral de aplastar a la derecha.
Veamos.
Como sabemos, la designación de “izquierda” y “derecha” se remonta a la
Asamblea Nacional de la Revolución Francesa, en la cual se sentaban a la
derecha los Girondinos, propietarios de provincia que asumían una posición
moderada, mientras que los Jacobinos, de talante más radical, se ubicaban en la
parte izquierda. La rivalidad entre estas dos facciones por el control del
poder llevó a estos últimos a apoyarse en “la calle” para imponerse. De ahí una
primera asociación entre “izquierda” y revolución, identificada con los cambios
más extremos y con la movilización popular. La derecha pasó a ser registrada como defensora de privilegios, de
ser conservadora y de priorizar políticas más atemperados, opuestas a cambios
profundos. Así, la dicotomía izquierda-derecha expresó la
contraposición entre los que buscan cambios radicales en pro de la igualdad, la
justicia y la libertad, en contra de una estructura de privilegios que negaba
estas conquistas, y aquellos que la defendían, protegiendo iniquidades y
posiciones de poder. Con las luchas por una mayor justicia social en los países
avanzados, fue asentándose la razón moral de la izquierda, en tanto fuerza
impulsora del progreso, enfrentada al usufructo excluyente y opresivo del
poder, encarnado en minorías poderosas -de “derecha”- identificadas con el
atraso.
La creciente influencia del marxismo en las luchas obreras a finales del
siglo XIX y principios del XX, fue colonizando, con sus categorías, el
pensamiento de la izquierda. La burguesía pasó a ser la clase explotadora,
valida de un Estado “burgués” como instrumento de opresión, que había que
suprimir. Y los partidos de izquierda, socialistas, en portadores de la
“verdad” que rezumaba la doctrina “científica” del cambio social, el materialismo histórico. Lo cierto es que
las luchas de los partidos socialdemócratas y socialistas –de inspiración
marxista- contribuyeron enormemente con la conquista de derechos laborales y
democráticos en los países de occidente. Ello cultivó aun más la noción de
supremacía moral en la contienda política contra las fuerzas del status quo y
del atraso.
No obstante, con la toma del poder en Rusia por parte de los
bolcheviques, las preocupaciones de la izquierda revolucionaria pasaron a ser
dominados por la imperiosidad de defender el nuevo régimen ante la
contrarrevolución armada. La represión sin contemplaciones –el “terror rojo”
que esgrimiera desde la jefatura del ejército, Trotsky- ocupó cada vez más el
orden del día, so pena que el frágil estado soviético sucumbiera. La razón de Estado pasó a ser un asunto de
sobrevivencia. La evolución de esta “razón” bajo Stalin desembocó en uno de los
regímenes totalitarios más oprobiosos de la historia moderna. Para hacer corta
una historia larga, diríamos que la doctrina que había inspirado las luchas por
las conquistas sociales y libertarias de los sectores oprimidos, se utilizaba
ahora para negarlas y eliminar todo vestigio de
derecho civil y democrático que cuestionase el control absoluto del poder
por parte de los jerarcas del partido. Si bien puede argumentarse que los
gérmenes del totalitarismo ya se encontraban en la prédica de Marx, lo que
interesa aquí recalcar es que la izquierda marxista pasó de ser una fuerza consustanciada
con las luchas contra la opresión, por la justicia y la democracia -cuando
estaba en la oposición-, a defensora del poder más excluyente, injusto y
opresivo de las libertades que ha conocido el siglo XX, una vez en control de
las palancas del Estado[1].
Pero siguieron vivas, bajo formas mitificadas, las nociones de justicia
y libertad que servían de fundamento a las categorías marxianas. Así la defensa
de las dictaduras comunistas se planteaba como parte de la lucha contra la
explotación capitalista y contra las formas de opresión política que lo
sustentaban. Se reprimía a los “enemigos del pueblo”, ¡nunca al pueblo! La
retórica revolucionario pasó a sostener una ideología -en los términos en que
la describió Marx, como “falsa conciencia”- legitimadora de regímenes
despóticos que expoliaban la riqueza social en nombre de intereses colectivos.
Investida de esta carga moral de “izquierda”, el régimen actual acosa
sindicatos autónomos, cercena la autonomía universitaria, restringe la libertad
de prensa y desconoce los compromisos adquiridos internacionalmente en defensa
de los derechos humanos. A través de una representación simbólica impuesta por
la propaganda, estas conquistas son descalificadas de “burguesas” -como si
fueran privilegios frívolos de clases opulentas- y, frente a ellas, se erigen
los intereses del “Pueblo”, representados por el “estado revolucionario” que
lidera Chávez. La mentira pasa a ser fundamento de la tan mentada “superioridad
moral” de esta “izquierda”. Bajo una simbología maniquea, el país debe cerrarse
a la funesta influencia del capitalismo globalizado, destruir las instituciones
de la democracia “burguesa” y reivindicar las tradiciones que nos consagraron
como pueblo, en particular, lo excelsos valores de la gesta heroica de los
libertadores.
Ésta se invoca como inspiración de las luchas presentes contra el
“imperio” y, en correspondencia, los destinos del país deben confiarse a los
militares por ser “herederos de Bolívar”. En este orden, Chávez se alía con los
regímenes más atrasados y primitivos, como los de fanatismos islámicos que
pisotean a las mujeres, las dictaduras de Lukashenko y de los patriarcas
Castro, por oponerse al “Gran Satán” de EE.UU. La simbología de “izquierda”
termina así “legitimando” nacionalismos retrógrados que suprimen al individuo
en nombre de un bien común “superior”, aplastando las conquistas libertarias
que, en el pasado, había contribuido a forjar.
Si se recogen sus valores primigenios de progreso, justicia y libertad,
está claro que Chávez no es de izquierda. Un examen desapasionado, basado en
las evidencias, tendría que concluir que se ubica en la extrema derecha,
campeón del atraso, la ignorancia y de un poder que busca controlar y sofocar
el libre albedrío de los venezolanos. Está mucho más identificado con las
prácticas fascistas. Pero si la definición tiene que ver con el apego verbal a
una doctrina, independientemente de lo que se hace en la práctica, todo el que
esgrima una retórica comunistoide, antimperialista, sería de “izquierda”. Entre
la forma y el contenido, yo me quedo con el contenido. La experiencia del
pasado siglo nos lleva a concluir, sin duda alguna, que no puede asumirse de
“izquierda” pisoteando los valores liberales que hicieron posible los avances
sociales de la humanidad, en particular, la defensa de los derechos humanos. Es
hora de redefinir qué entendemos por “izquierda”, deslastrándola de los lastres
comunistas.
Humberto García Larralde
economista, profesor de la UCV
humgarl@gmail.com
[1] Desde luego esta distinción
la comparte con la Alemania hitleriana. No obstante, en el caso comunista no
sólo fue la experiencia de Stalin, sin la de Mao –a la que se le atribuyen
todavía más muertos que el georgiano-, Pol Pot y de las dinastías Kim y Castro,
en Korea y Cuba.
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