Cuando la primera República
expiraba luego de las inclemencias del terremoto de 1812, el pavor de la
población, el remordimiento político de algunos por los pronunciamientos contra
el Rey, el avance de los realistas, la inconsistencia militar del ejército
patriota, Miranda optó por proponer una Capitulación que permitiera resguardar
a la población y disminuyese sus sufrimientos.
Su creencia de que los principios del Derecho de Guerra y de Gentes serían respetados por el capitán de fragata Domingo de Monteverde y, en definitiva, por España, fue burlada, cuando luego de haber ingresado el jefe realista a Caracas a finales de julio de 1812, comenzó la persecución, el apresamiento de patriotas, la imposición de arbitrarias medidas, la materialización de la venganza contraria a los formales compromisos de respeto y olvido, reconocimiento de derechos y de trato digno a los vencidos.
Miranda, encarcelado, meses después, denunciaba los hechos e indicaba las infracciones cometidas: "...la capitulación ha sido pública y evidentemente violada...; ...a los venezolanos se les atropella, arresta y enjuicia aún por opiniones meramente políticas, que ya estaban admitidas por bases de la nueva Constitución...; ...Venezuela es declarada de hecho proscrita y condenada a una degradación civil y absoluta de estas inestimables prerrogativas...; ...se ve expuesta a todos los desastres que dictan las pasiones agitadas y tumultuarias...; ...me creería indigno de toda consideración por haber prestado una tácita deferencia a las repetidas infracciones que se han cometido y se están cometiendo...; ...yo reclamo el imperio de la ley, invoco el juicio imparcial del mundo entero...", fueron sus protestas cuando principiaba, luego de haber sido fundada la República, el reclamo en nuestra historia a favor de la civilidad y del derecho contra el autoritarismo y la arbitrariedad.
Su creencia de que los principios del Derecho de Guerra y de Gentes serían respetados por el capitán de fragata Domingo de Monteverde y, en definitiva, por España, fue burlada, cuando luego de haber ingresado el jefe realista a Caracas a finales de julio de 1812, comenzó la persecución, el apresamiento de patriotas, la imposición de arbitrarias medidas, la materialización de la venganza contraria a los formales compromisos de respeto y olvido, reconocimiento de derechos y de trato digno a los vencidos.
Miranda, encarcelado, meses después, denunciaba los hechos e indicaba las infracciones cometidas: "...la capitulación ha sido pública y evidentemente violada...; ...a los venezolanos se les atropella, arresta y enjuicia aún por opiniones meramente políticas, que ya estaban admitidas por bases de la nueva Constitución...; ...Venezuela es declarada de hecho proscrita y condenada a una degradación civil y absoluta de estas inestimables prerrogativas...; ...se ve expuesta a todos los desastres que dictan las pasiones agitadas y tumultuarias...; ...me creería indigno de toda consideración por haber prestado una tácita deferencia a las repetidas infracciones que se han cometido y se están cometiendo...; ...yo reclamo el imperio de la ley, invoco el juicio imparcial del mundo entero...", fueron sus protestas cuando principiaba, luego de haber sido fundada la República, el reclamo en nuestra historia a favor de la civilidad y del derecho contra el autoritarismo y la arbitrariedad.
Y mientras Monteverde cometía sus crímenes contra sus enemigos y excitaba aviesamente a los suyos a realizar los más infames actos, a la vez que las Cortes Generales y Extraordinarias de España, -obviando el espíritu de la Constitución de Cádiz-, avalaba el 21 de octubre de 1812 aquella reconquista proclamando su: "satisfacción y particular aprecio", se anticipaba en Venezuela una lucha terrible que convirtió lo que fue una patria próspera y fecunda en un desolado territorio.
Pero ante tales violaciones al honor y a la ley, se evidenciarían ejemplos significativos de juridicidad que afirman nuestra creencia en el derecho como regla superior de la civilización. El doctor don José Francisco Heredia y Mieses (1776-1820), abogado de los Reales Consejos, Oidor Decano de la Real Audiencia de Venezuela, hizo señalamientos fundamentales y se opuso a los arbitrarios hechos de Monteverde, dejando a salvo su postura como hombre de leyes y respetable funcionario del Rey.
Cuestionó, no obstante haber sido representante de la corona, la conducta del militar realista, tanto por su torpeza al no advertir: "...que opiniones tan arraigadas como las que han causado el destrozo de este bellísimo país, no se disipan con suplicios, como lo atestigua la historia del fanatismo político y religioso de todos los siglos..."; como por su ilegalidad al haber capitulado: "una amnistía general y que volvió a ofrecer en dos ocasiones en sus proclamas" para después: "faltar a ella y con las prisiones ejecutadas a consecuencia de su orden ha puesto al Tribunal en grandísimo embarazo".
De la misma manera, aquel eminente jurista, con templanza de espíritu y elevada dignidad -como debe corresponder a los abogados y a los jueces-, asentaría el notable principio de que: "...era necesario hacer renacer en los pueblos la confianza, la seguridad y la tranquilidad que son las que constituyen la fuerza moral que sostiene a los Gobiernos justos, en defecto de la física, que aquí falta, para hacer respetable a la autoridad".
De forma similar al regente Heredia, el fiscal don José Costa y Galí, cuestionando la conducta de Monteverde, afirmó: "... hubiera sido preferible ... no haber publicado las leyes, no haber dejado entrever el Código de las libertades españolas, no haber establecido los Tribunales que quebrantan las unas, hollan las otras y desautorizan los Magistrados... La experiencia de todos los tiempos y de todos los países enseña que las Comisiones militares han sido siempre o las precursoras o las compañeras del despotismo y de la tiranía...".
En el ejemplo del regente Heredia, queda en nuestra historia como símbolo, dentro del propio régimen colonial, del carácter la ley y dignidad de un Juez mientras que la arbitrariedad degrada y humilla. La justicia reivindica a los hombres cuando se imparte con rectitud y se sostiene con valor: "la justicia engrandece a los pueblos" (Iustitia Elevat Gentes); "El derecho a veces duerme, pero nunca muere" (Dormit aliquando Ius, Moritur Numquam), enseñan los adagios jurídicos para un tiempo mejor.
De aquella Capitulación de Miranda, de la entrada atroz de Monteverde a Caracas y de la caída de la primera República, se han cumplido 200 años.
JOSÉ FÉLIX DÍAZ BERMÚDEZ
EL UNIVERSAL
jueves 2 de agosto de 2012 12:40 PM
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