Se entiende que la penosa enfermedad del
Presidente, al agravarse, provoque angustias y dolor entre sus partidarios. El
hecho de respetar estos sentimientos no impide manifestar, empero, indignación
por la cadena de actuaciones sumamente irresponsables en la conducción de los
destinos del país asumidas por los que detentan el poder desde que se tuvo
noticia de estos padecimientos, que ponen en entredicho su idoneidad para
seguir ahí.
En primer lugar, haber asumido su enfermedad como secreto de Estado,
privando a los ciudadanos de la información requerida para comprender lo que
estaba en juego. No se trata de cualquier enfermo, sino de quien ostenta el
cargo de mayor responsabilidad en Venezuela y quien, por ende, debe contar con
todas sus capacidades para cumplirla adecuadamente. Luego, para asegurar tal
secreto, Chávez decide poner en manos de médicos cubanos el tratamiento de sus
males, habiendo especialistas bastante más preparados, como los del Hospital
Sirio Libanés de Sao Paolo por ejemplo, donde recibieron atención otros jefes
de Estado latinoamericanos.
Al parecer fue la Presidente del Brasil, Dilma Rousseff –una de las
pacientes curadas en dicho centro- quien señaló que a Chávez lo mataría la
paranoia, no el cáncer, por sacrificar la calidad y efectividad en el trato a
su enfermedad por una garantía de secreto.
En tercer lugar, bajo este manto de misterio se ausentó del país
numerosas veces para tratarse en la isla, pero sin delegar temporalmente
responsabilidades a su Vicepresidente, como establece la Constitución, y sin
tomar previsión alguna para cumplir con otros preceptos legales que demandaba
tal situación. ¿Quién mandaba en verdad? Se quiso hacer ver que “todo estaba
normal”, como si se tratara simplemente de una visita a un Estado amigo, sin mayores
consecuencias.
La irresponsabilidad más imperdonable,
sin embargo, fue la de asumir la candidatura para la relección por un nuevo
período de seis años, conociendo su estado de gravedad. El hecho de haber
adelantado la elección presidencial dos meses es un claro indicio de que sabía
lo que estaba en juego, como lo atestigua su notorio agravamiento, precisamente
en la fecha en que tradicionalmente se celebran estos comicios, así como los
preparativos especiales para que pudiera conducir su campaña.
A pesar de ello, alardeaba estar curado para luego de haber sido electo
afirmar, cínicamente, que no se hubiera lanzado de saber que estaba tan mal.
Pero esta irresponsabilidad tan grave no fue sólo obra suya, como tampoco las
anteriores, pues contó con la complicidad activa de sus partidarios más
cercanos. ¿Cómo es posible que ninguno le insistiera que era un disparate hacer
campaña en esa situación, que su vida estaba en juego, que representaba un
engaño al país? Pero, encima de auparlo, se le suministró esteroides para
aparentar su recuperación cuando, por el contrario, tales dosis lo hacían aun
más vulnerable.
Pero la “madre” de todas las
irresponsabilidades anteriores ha sido alimentar, a lo largo de todos estos
años, ese vergonzoso culto a la personalidad que ha querido hacer de Chávez el
“alfa y omega” de todo lo que pueda valer en el país, el factótum
imprescindible de una supuesta segunda emancipación, el campeón de los pobres
y, en fin, el demiurgo que todo lo puede –y está dispuesto a hacer- cuando se
trata de las mayorías sufridas.
Elevar al Caudillo a una especie de semidiós cuya exclusiva y excelsa
voluntad debe marcar el destino de la nación, ha sido el mascarón de proa para
derribar instituciones y facilitar el usufructo, sin cortapisas, de las mieles
del poder. La conformación del actual régimen de expoliación que se ha
instalado bajo la figura de un “socialismo del siglo XXI” ha tenido en la
proyección de este Chávez omnipresente y omnipotente, su mejor herramienta.
Y en este juego, movido por intereses mezquinos, sus partidarios fueron
abdicando de su capacidad de pensar, de emitir opiniones y de tomar decisiones
por cuenta propia, para dejarlo todo en manos de tal engendro. Sólo bastaba la
adulancia periódica de rigor y la profesión de lealtad a toda prueba hacia el
Grande Hombre para asegurarse un lugar privilegiado en su mesa. Cualquier
titubeo o duda sería imperdonable, ya que proporcionaría armas para que sus
rivales les serrucharan el piso, en nombre de la “moral revolucionaria”.
Pero he ahí que, por avatares de la
providencia, este andamiaje laboriosamente construido para barrer con las
regulaciones institucionales al ejercicio del poder se les ha venido encima.
Encontrarse de repente que el garante de su perpetuación en el mando no va a
estar los deja en la orfandad más absoluta. Además, desaparece el único
resguardo contra la guerra interna por aspirar a posiciones de mayor control.
Ausente el líder, no tienen idea de cómo proceder y de ahí, en estos
días, han recurrido a una última gran irresponsabilidad, la de declarar, en
descarado contraste con lo que pauta la Carta Magna, que el período
constitucional 2007 – 2013 puede extenderse indefinidamente por el simple hecho
de que quien debe asumir la máxima magistratura a partir del 10 de enero, es el
actual Presidente. Pretender “legitimar” así la continuidad de Maduro en esa
especie de peculiar vicepresidencia / presidencia más allá de este período –a
él nadie lo ha elegido (o nombrado) para el siguiente- es una violación clara
de la Constitución. Corresponde al presidente de la Asamblea Nacional, cargo
derivado de la voluntad popular, el ejercicio temporal del mando mientras se
convocan nuevas elecciones.
No son meras “formalidades”. Derribar
los preceptos que determinan quien debe ejercer la presidencia en condiciones
de emergencia allana el camino para que otro, alegando también responder al
legado del caudillo, reclame el poder el día de mañana. Violar el Estado de
Derecho puede convertirse en cuchillo contra la propia garganta. Lo peor es
que, con esta interpretación tan relajada de la Constitución, se le da
beligerancia a la gerontocracia totalitaria cubana para inmiscuirse en el
asunto. Para ello tienen un arma poderosísima: al enfermo lo tienen como rehén.
Mayor conspiración contra la integridad de la Patria creo que nunca se ha
conocido en Venezuela.
En descargo del propio presidente
Chávez, empero, debemos recordar que fue él quien afirmara en diciembre la
interpretación correcta de la situación:
"Quiero
decir algo, aunque suene duro, pero yo quiero y debo decirlo. Si como
dice la Constitución, se presentara alguna circunstancia sobrevenida, así
dice la Constitución, que a mí me inhabilite, óigaseme bien, para
continuar al frente de la Presidencia de la República Bolivariana de Venezuela,
bien sea para terminar, en los pocos días que quedan…, y sobre todo
para asumir el nuevo período para el cual fui electo por ustedes, por la gran
mayoría de ustedes, si algo ocurriera, repito, que me inhabilitara de alguna
manera, Nicolás Maduro no sólo en esa situación debe concluir, como manda
la Constitución, el período; sino que mi opinión firme, plena como la luna
llena, irrevocable, absoluta, total, es que —en ese escenario que obligaría a
convocar como manda la Constitución de nuevo a elecciones presidenciales—
ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente de la República Bolivariana de
Venezuela. Yo se los pido desde mi corazón”.
No es lo mismo ser candidato que ejercer
una presidencia que no le corresponde. La negativa a autorizar una junta médica
que evalúe si el estado de Chávez le permite ocupar el mando lleva a sospechar
que la intención es precisamente permanecer en el poder indefinida y
tramposamente, sin elecciones, amén de ser confesión de que no reúne tales
condiciones. En fin, todo lo actuado representa una gigantesca burla a los
venezolanos, una estafa a la voluntad popular, por cuanto se sabía que Chávez
no podía gobernar otro período. Y mientras tanto, el país a la deriva.
¿Palo a la lámpara?
Humberto García Larralde
economista,
profesor de la UCV
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