sábado, 16 de marzo de 2013

PABLO BRITO ALTAMIRA - EL BECERRO DE ORO NEGRO O LA REVOLUCIÓN QUE NUNCA EXISTIÓ

Poussin / La adoración del becerro de oro




“Y sin duda nuestro tiempo… prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser… lo que es ‘sagrado’ para él es la ilusión, mientras que lo que es profano es la verdad. Mejor aún: lo sagrado aumenta a sus ojos a medida que disminuye la verdad y la ilusión crece, hasta el punto de que el colmo de la ilusión es también para él el colmo de lo sagrado.”                                                                                                                                                  Ludwig  Feuerbach


Ningún poder del capitalismo sufrió daño alguno por los interminables discursos de Hugo Chávez, ninguna batalla se libró a favor de los más débiles y ninguna revolución se desencadenó para hacer menos pobres a los pobres; todo fue solamente un espectáculo, una representación, una telenovela, en la que los ‘buenos’ chillaban día y noche contra los ‘malos’  mientras que los espectadores iban perdiendo peso, esperanza y futuro en las butacas de un circo sin pan al que el dictador encadenó a un país durante 14 años en nombre de una guerra que nunca tuvo lugar.

Pero los pueblos, como las personas, dedican tiempo y pasión a vivir sus vidas a través de las de otros, sean estos stars del espectáculo o de la política, su hermana gemela, por oscuras razones que todavía no han sido del todo descifradas y  repertoriadas.

No hemos superado nunca los tiempos de la idolatría, que ya en la época del Éxodo confundía la ilusión de lo ‘real’ (el becerro de oro *) con la trascendencia de lo espiritual, invisible por naturaleza. Algo similar ocurre en nuestros días cuando la chequera petrolera , el oro negro, compra voluntades, opiniones y conciencias y crea el espejismo de la  ’mayor felicidad posible’ con la pulsión de los paraísos artificiales de los narcóticos. No en vano ni por causualidad algunos hablan de ‘ narco-estado’. El resultado es similar, porque las víctimas se convierten en esclavos de la droga y dependientes de un estado todopoderoso que suplanta – literalmente- a la Divinidad.

La facilidad con la que el marketing ha suplantado a las ideologías en la decisión política de las naciones deriva de un hecho simple: los líderes son protagonistas de una ficción y la ficción importa  más que la realidad, porque es el ámbito de la realización imaginaria de los deseos colectivos reprimidos.

Nunca antes la teoría de los sueños de Freud fue más verificable que ahora, aunque hoy se  traduzca en términos sociales más que individuales. Las sociedades viven lo que sueñan y sueñan lo que viven; basta con mantenerlas dormidas para gobernarlas.

De allí se desprende que la propaganda, la difusión y lo que los publicistas llaman la ‘imagen’ es lo único que cuenta y también lo único que queda para establecer la memoria de los ‘héroes’ y ‘villanos’ de la moderna sociedad del espectáculo, en  la que Venezuela  ha hecho recientemente su  ingreso para competir con sus productos políticos como antes competía con sus ‘misses’ y sus culebrones.

Así, importa poco la realidad de la gestión del gobernante, la cantidad de presos y de muertos que deja tras de sí; lo que importa es el ‘centimetraje’, la celebridad, la fama alcanzada a través de los medios de comunicación masivos que han utilizado sus asesores propagandísticos para imponer su ‘marca’ como otra cualquiera.

Publicidad y Relaciones Públicas son más importantes que teorías o doctrinas. Basta con entrar al Jet Set para ser considerado respetable y  basta con ser rico para ser famoso o viceversa. El Príncipe de España acude al funeral de un tirano al que su padre mandó a callar en una conferencia internacional y el presidente de ‘derechas’ que gobierna uno de los pocos países latinoamericanos ajenos aparentemente a la entente del Foro de Sao Paulo está en las primeras filas del mismo entierro en el que, como dice alguien, no se sepulta a un déspota sino a un país.


De allí que se embalsame al tirano como una momia egipcia, pero sin pirámides ni esfinges que sirvan para recordarlo. Sólo quedarán las imágenes retocadas en photoshop y las primeras planas de periódicos demasiado ingenuos o demasiado venales para decir la verdad -aunque sea a título póstumo- sobre las plañideras a sueldo y sobre el carácter militarista de un régimen que se dice progresista y revolucionario y que ostenta una marioneta civil al frente para intentar disimular al gorila con careta del ‘Ché’ que la maneja.

Lo que da tristeza, lo que llama a duelo, no es la muerte de un dictadorzuelo suramericano con ínfulas, es la vergonzosa obsecuencia de una intelectualidad, nacional e internacional que mide todas las realidades en términos de ‘rating’ y que no tiene prurito alguno en sumarse a los aplausos del lumpen para endiosar a cualquier payaso de cuarta con tal de vender ejemplares y garantizar anunciantes o patrocinantes.

Y el que hace creer la mentira termina por creérsela. Se creyeron que era revolucionario, se creyeron que ganaba las elecciones y ahora se creen también que el pueblo lo llora y lo añora.

La Historia, la de verdad, olvidará esos periódicos manipulados y esos llantos comprados y recordará a Franklin Brito, a Iván Simonovis , a María de Lourdes Afiuni, a los manifestantes muertos y golpeados, a los miles de víctimas anónimas del ‘hampa común’ tolerada y promovida por un régimen de hampones, como los únicos héroes de un período tristemente estúpido y macabro de la Historia de Venezuela.

Venezuela saldrá de esto porque si no sale, perece. Pero su combate inicial no será contra quienes sustentan el poder sino contra quienes, diciéndose adversarlo, lo sostienen. Será contra una oposición ficticia empeñada en llevar a los electores como manada hacia un proceso electoral controlado por el Estado a la manera estalinista que los cubanos administran para el Gobierno de Facto, como  elixir de la eterna legitimidad ‘democrática’.

Pero no pudieron resucitar a un muerto y no podrán tampoco dominar a un continente contra la aplastante evidencia de su incompetencia real como gobernantes y gerentes. La propaganda puede venderlo todo menos la muerte y a cada instante la vida renace y se impone con creciente impulso.

Se puede mantener la esclavitud a la fuerza, pero nadie ha logrado hacerla deseable.

Pablo Brito Altamira


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