Poussin / La adoración del becerro de oro
“Y sin
duda nuestro tiempo… prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la
representación a la realidad, la apariencia al ser… lo que es ‘sagrado’ para él
es la ilusión, mientras que lo que es profano es la verdad. Mejor aún: lo
sagrado aumenta a sus ojos a medida que disminuye la verdad y la ilusión crece,
hasta el punto de que el colmo de la ilusión es también para él el colmo de lo
sagrado.”
Ludwig Feuerbach
Ningún
poder del capitalismo sufrió daño alguno por los interminables discursos de
Hugo Chávez, ninguna batalla se libró a favor de los más débiles y ninguna
revolución se desencadenó para hacer menos pobres a los pobres; todo fue
solamente un espectáculo, una representación, una telenovela, en la que los
‘buenos’ chillaban día y noche contra los ‘malos’ mientras que los
espectadores iban perdiendo peso, esperanza y futuro en las butacas de un circo
sin pan al que el dictador encadenó a un país durante 14 años en nombre de una
guerra que nunca tuvo lugar.
Pero los pueblos, como las personas, dedican
tiempo y pasión a vivir sus vidas a través de las de otros, sean estos stars
del espectáculo o de la política, su hermana gemela, por oscuras razones que
todavía no han sido del todo descifradas y repertoriadas.
No hemos superado nunca los tiempos de la
idolatría, que ya en la época del Éxodo confundía la ilusión de lo ‘real’ (el
becerro de oro *) con la trascendencia de lo espiritual, invisible por
naturaleza. Algo similar ocurre en nuestros días cuando la chequera petrolera ,
el oro negro, compra voluntades, opiniones y conciencias y crea el espejismo de
la ’mayor felicidad posible’ con la pulsión de los paraísos artificiales
de los narcóticos. No en vano ni por causualidad algunos hablan de ‘
narco-estado’. El resultado es similar, porque las víctimas se convierten en
esclavos de la droga y dependientes de un estado todopoderoso que suplanta –
literalmente- a la Divinidad.
La facilidad con la que el marketing ha
suplantado a las ideologías en la decisión política de las naciones deriva de
un hecho simple: los líderes son protagonistas de una ficción y la ficción
importa más que la realidad, porque es el ámbito de la realización
imaginaria de los deseos colectivos reprimidos.
Nunca antes la teoría de los sueños de Freud fue
más verificable que ahora, aunque hoy se traduzca en términos sociales
más que individuales. Las sociedades viven lo que sueñan y sueñan lo que viven;
basta con mantenerlas dormidas para gobernarlas.
De allí se desprende que la propaganda, la
difusión y lo que los publicistas llaman la ‘imagen’ es lo único que cuenta y
también lo único que queda para establecer la memoria de los ‘héroes’ y
‘villanos’ de la moderna sociedad del espectáculo, en la que Venezuela
ha hecho recientemente su ingreso para competir con sus productos
políticos como antes competía con sus ‘misses’ y sus culebrones.
Así, importa poco la realidad de la gestión del
gobernante, la cantidad de presos y de muertos que deja tras de sí; lo que
importa es el ‘centimetraje’, la celebridad, la fama alcanzada a través de los
medios de comunicación masivos que han utilizado sus asesores propagandísticos
para imponer su ‘marca’ como otra cualquiera.
Publicidad y Relaciones Públicas son más
importantes que teorías o doctrinas. Basta con entrar al Jet Set para ser
considerado respetable y basta con ser rico para ser famoso o viceversa. El
Príncipe de España acude al funeral de un tirano al que su padre mandó a callar
en una conferencia internacional y el presidente de ‘derechas’ que gobierna uno
de los pocos países latinoamericanos ajenos aparentemente a la entente del Foro
de Sao Paulo está en las primeras filas del mismo entierro en el que, como dice
alguien, no se sepulta a un déspota sino a un país.
De allí que se embalsame al tirano como una
momia egipcia, pero sin pirámides ni esfinges que sirvan para recordarlo. Sólo
quedarán las imágenes retocadas en photoshop y las primeras planas de
periódicos demasiado ingenuos o demasiado venales para decir la verdad -aunque
sea a título póstumo- sobre las plañideras a sueldo y sobre el carácter
militarista de un régimen que se dice progresista y revolucionario y que
ostenta una marioneta civil al frente para intentar disimular al gorila con
careta del ‘Ché’ que la maneja.
Lo que da tristeza, lo que llama a duelo, no es
la muerte de un dictadorzuelo suramericano con ínfulas, es la vergonzosa
obsecuencia de una intelectualidad, nacional e internacional que mide todas las
realidades en términos de ‘rating’ y que no tiene prurito alguno en sumarse a
los aplausos del lumpen para endiosar a cualquier payaso de cuarta con tal de
vender ejemplares y garantizar anunciantes o patrocinantes.
Y el que hace creer la mentira termina por
creérsela. Se creyeron que era revolucionario, se creyeron que ganaba las
elecciones y ahora se creen también que el pueblo lo llora y lo añora.
La Historia, la de verdad, olvidará esos
periódicos manipulados y esos llantos comprados y recordará a Franklin Brito, a
Iván Simonovis , a María de Lourdes Afiuni, a los manifestantes muertos y
golpeados, a los miles de víctimas anónimas del ‘hampa común’ tolerada y
promovida por un régimen de hampones, como los únicos héroes de un período
tristemente estúpido y macabro de la Historia de Venezuela.
Venezuela saldrá de esto porque si no sale,
perece. Pero su combate inicial no será contra quienes sustentan el poder sino
contra quienes, diciéndose adversarlo, lo sostienen. Será contra una oposición
ficticia empeñada en llevar a los electores como manada hacia un proceso
electoral controlado por el Estado a la manera estalinista que los cubanos
administran para el Gobierno de Facto, como elixir de la eterna
legitimidad ‘democrática’.
Pero no pudieron resucitar a un muerto y no
podrán tampoco dominar a un continente contra la aplastante evidencia de su
incompetencia real como gobernantes y gerentes. La propaganda puede venderlo
todo menos la muerte y a cada instante la vida renace y se impone con creciente
impulso.
Se puede mantener la esclavitud a la fuerza,
pero nadie ha logrado hacerla deseable.
Pablo Brito Altamira
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