DE ESOS POLVOS SON ESTOS LODOS
LA OFERTA ECONÓMICA DE HUGO CHÁVEZ
La difícil situación económica por la que hoy atraviesan los venezolanos
obliga a recapitular lo ofrecido por el finado presidente Chávez en materia
económica, como base de su proyecto político. De esos polvos vienen estos
lodos. Sin desmerecer el impacto de su discurso ideológico, lo que el caudillo supo vender a sus
compatriotas fue la idea sencilla de que merecían participar en el usufructo de
la riqueza social por encima de cualquier consideración basada en méritos,
talentos o esfuerzos productivos. La imagen de una Venezuela pletórica en
petróleo, minería, potencialidades turísticas y tierras fértiles, pregonada
durante décadas por los gobiernos democráticos, así como por Pérez Jiménez,
abonaba convincentemente a favor de esta reivindicación. Era tremendamente
injusto que en un país tan rico la mitad de su población viviese en condiciones
de pobreza. El solo hecho de ser venezolano,
más si encarnaba la mezcla racial que tipifica al pueblo en el imaginario de la “revolución”, debería dar derecho a
disfrutar de los frutos que nos había legado la generosa naturaleza. Esta tesis
se cerraba con broche de oro argumentando que con ello se cumpliría con la vida
digna que quiso Bolívar para los venezolanos, traicionada por una oligarquía
que se había apropiado de estas riquezas excluyendo al pueblo. Lo verdaderamente patriótico, en tanto daba vida a los
designios justicieros de El Libertador, era unirse al proyecto político de
Chávez. Quienes se oponían debían considerarse “apátridas”.
El proyecto de Chávez
Esta prédica encontró terreno fértil en la crisis que experimentó la
estrategia de “sembrar el petróleo”
luego de los años ’70. La insurgencia de Chávez en el escenario político se
nutrió del resentimiento y la desesperanza que se generó por la frustración de
las expectativas, luego de la llamada “década perdida” de los ’80 y de la
experiencia mal digerida de la liberalización económica de los ’90, que tal
estrategia había despertado. El caudillo abjuró de las reglas de juego
imperantes –de las instituciones- que constreñían el usufructo de una riqueza
de la que ahora solo quedaba la ilusión y ofreció cortar este nudo Gordiano (quizás con los consejos
de Giordani) barriendo a las cúpulas
podridas del contubernio adeco-copeyano del poder, culpabilizadas por negarle
al pueblo su legítima aspiración.
Torciendo la historia, invocó a un Bolívar “enemigo de la oligarquía”, ahora
“puntofijista”, para avalar su proyecto. Las reglas formales de la democracia
–el adjetivo de “burguesa” se le añadiría mucho tiempo después- no debían
contraponerse al puesto bajo el sol que el Libertador quiso fuese la República para
todos los venezolanos, bajo su
paternal conducción.
Sobre tal prédica se cimentó el pacto social que alimentó el triunfo
electoral de Chávez en 1998, cebándose en los resentimientos, frustraciones,
odios e ilusiones de gran parte del electorado. Inspirado en la tesis del
neofascista argentino, Norberto Ceresole –la unión directa Ejército-Caudillo-Pueblo,
sin organizaciones representativas intermedias-, se dedicó sistemáticamente a
demoler las instituciones que interferían con sus insaciables apetencias de
poder. El vacío de normas fue desplazado por decisiones unilaterales y discrecionales
de parte del Presidente, abusando de su ejercicio de mando. Se fueron minando
los mecanismos de mercado para la asignación de recursos que, si bien se
encontraban mediados por las prácticas de lo que Juan Carlos Rey llamó “sistema
de conciliación de élites” forjado bajo la democracia, constituían un
dispositivo pactado plurilateralmente
entre fuerzas políticas, económicas y sociales.
En sustitución se implantó un arreglo
orquestado desde el poder para el aprovechamiento discrecional de la riqueza
social, en desapego a criterios de racionalidad económica y liberado de toda normativa
que lo restringiera, a lo que he llamado
régimen de expoliación. El provecho
del fruto económico sería determinado, cada vez más, por relaciones de fuerza
cristalizadas en una jerarquía de mando “unicentrada” en torno al líder
carismático y no por reglas de juego institucionalizadas, fundamentadas en los
derechos de propiedad y la observación de los derechos individuales. La
participación de la sociedad ya no estaría sujeta a normas consensuadas, sino a
transacciones arbitrarias de tinte político que trocarían obsecuencia y lealtad
a quienes detentan el poder, por el derecho a usufructuar aunque fuese una
pequeña porción de esa riqueza.