El Ávila / Pico Oriental
TE
ESPERAMOS EN LA BAJADITA
El estrecho margen de ventaja a
favor de Nicolás Maduro anunciado por el CNE
el domingo por la noche obligaba a verificar el conteo, para tranquilidad del
país. Las marramucias del oficialismo durante la campaña y en el propio día de
la votación ante la vista gorda de las rectoras del CNE ;
el acarreo de electores con vehículos del Estado para votar a la fuerza por
Maduro; la intimidación con bandas fascistas motorizadas para evitar las
auditorías; y tantas irregularidades más documentadas por el comando Simón
Bolívar, dan para pensar que se torció la voluntad popular. La negativa cada
vez más estridente a contar los votos no hace sino aumentar las sospechas de
que, efectivamente, las cifras del CNE
están viciadas.
Ante la difícil y comprometida
situación que le tocará enfrentar al nuevo Presidente, el empeño en imponer una
decisión que no cuenta con el reconocimiento de la mitad de los venezolanos atenta
contra la gobernabilidad, con
inaceptables costos sociales y humanos. Si los maduristas fueran políticos democráticos, buscarían los consensos
necesarios con la oposición democrática para insuflarle legitimidad al triunfo
que alegan haber tenido. Lamentablemente, el fascismo se conduce de otra manera.
Su problema no es gobernar. Requiere librar incesantes batallas contra el
“enemigo” a fin de mantener en tensión el cuerpo social y galvanizar a sus partidarios
en torno suyo, destruyendo las instituciones que se interponen a sus ansias
desmedidas de poder. El fascista busca, a través de clichés propagandísticos,
la mentira repetida y la invocación de temores ancestrales, convencer a los
suyos de prepararse para la “conflagración final” que habrá de limpiar a la
sociedad de “apátridas”, “traidores”, “burgueses” y demás indeseados.
Chávez fue un artista en este
ejercicio de confrontación maniquea, por su carisma, su capacidad para
manipular a los sectores marginados con su retórica patriotera y de odios, y su
inagotable arsenal de falsificaciones que tergiversaban
la realidad a su favor. A la vez, afianzaba un sentido de pertenencia y lealtad
a su proyecto por medio de mecanismos de reparto basados en la portentosa renta
petrolera que caía en sus manos. El grave problema que afronta Maduro es que un
gobierno suyo ya no contaría con ninguna de estas condiciones: ni con el
carisma para obtener la sumisión automática de los suyos, ni con la abundancia
financiera para conservar las bases chavistas.
Pero creyendo que cuenta con un
manto protector por aquello de ser “hijo de Chávez”, Maduro se decidió por la
confrontación en vez de buscar las bases mínimas de la convivencia con la mitad
opositora. Irresponsablemente alienta la violencia e, incluso, las
posibilidades de una guerra civil, llamando a sus seguidores a la calle para
enfrentar a la oposición. Apela afanosamente el recetario de consignas mal
digeridas de su comandante, para argumentar que la defensa de nuestros derechos
políticos –el reclamo de que se cuenten los votos, uno a uno- constituye un
pecado de lesa patria. Émulo de las prácticas nazis, busca infiltrar las filas
democráticas, disfrazando a sus malandros de “Caprilistas” para provocar toda
suerte de desmanes y saboteos, con el fin de inculpar a quien le pide,
sencillamente, que acceda al reconteo de los votos.
Desesperado, de nuevo lo traiciona
su subconsciente ¡acusando a las fuerzas democráticas de fascistas! Por su parte, Diosdado, fascista hasta la médula, se
carga la Constitución negando toda posibilidad de debate en la Asamblea con
amenazas dignas del Führer. Lamentablemente
para ambos, no es posible un régimen fascista sin un líder carismático capaz de
provocar un culto abyecto a su persona, condición indispensable para lograr esa
sumisa lealtad con la cual aniquilar toda rivalidad por el poder. No es posible
el chavismo sin Chávez.
Ante la ausencia absoluta de
carisma, sus torpezas y carencias cada vez más visibles en su desempeño frente
al Estado, ¿Cómo justificará Maduro “revolucionariamente” que ya los reales no
alcanzan, mientras se conservan a la vista de todos los privilegios y
corruptelas entronizados a lo largo de estos últimos años? ¿Con qué ascendencia
pretende ordenar a los militares reprimir las protestas populares? ¿Cómo meter
en cintura a sus rivales, aplacar los brotes de insatisfacción, cuando está en
entredicho su propia legitimidad?
De ahí que las fuerzas democráticas habrán
de “esperarlo en la bajadita”. El despilfarro de la renta durante años, los
compromisos de deuda asumidos, la regaladera internacional, y los problemas
para cuadrar las cuentas del Estado y de las empresas públicas, le dejan escaso
margen para satisfacer las expectativas de una población a la que acostumbraron
a creer –irresponsablemente- que las dádivas que recibían eran conquistas de
“su revolución”. Las dos devaluaciones recientes ponen al descubierto el
estruendoso fracaso de su proyecto. Luego está la insalvable contradicción
entre abastecimiento e inflación bajo el esquema actual de controles: si reprimes
los precios, escasean los productos, si buscas garantizar el abastecimiento,
tendrá que ser con base en precios atractivos para comerciantes y productores. Sólo
una política basada en promover una mayor productividad, en un ambiente de
libre competencia, puede conciliar ambos aspectos. Pero para el monje Giordani,
guardián de la fe en el socialismo estalinista, tal opción es anatema.
Finalmente, los contratos congelados durante años de empleados y obreros
públicos, y el clamor por un ajuste salarial que les permita una vida digna, no
pueden seguirse postergando.
Por último, crecen las presiones por
cobrarle a Maduro el descalabro en la votación chavista. El régimen de
expoliación montado a través de años por los “enchufados” corre el peligro de
desaparecer ante la incompetencia del ungido. El carisma de Chávez y la
abundancia de recursos que le tocó administrar, le permitió imponerse ante la
voracidad de los suyos y “legitimar” el reparto de la renta. ¿Cómo pretende
ahora Maduro afrontar la creciente conflictividad si, encima, desconoce los derechos
políticos de la mitad del país?
Nicolás, te esperamos en la
bajadita.
Humberto García Larralde
Economista, Profesor de la UCV
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