sábado, 30 de noviembre de 2013
PABLO BRITO ALTAMIRA - UN QUIJOTE GRINGO
Pablo Brito Altamira / Quixote 13
Podríamos
empezar este pequeño homenaje parafraseando las célebres palabras de aquella
maravillosa introducción: “ En un país de Suramérica de cuya
nombre no quiero acordarme…”
Otros harán de él un
perfil biográfico más preciso que el que yo puedo hacer y hay quienes
explicarán mejor la parte técnica de sus propuestas sobre la materia electoral
y el fraude, que fueron sus más recientes objetos de estudio, interés y
combate.
Yo quiero hablar del
ser humano, un ser humano tan auténtico que parece mentira.
Muchos
pensaron que era una agente de la CIA. Otros decían que su atuendo desgarbado y
su motoneta destartalada eran formas de disimular su actividad de espía. Pero
se ganó la vida como actor de cine y de televisión, como locutor de voice
over para documentales, como traductor y periodista free-lance y
se fue sin un centavo, dejando una última demostración de que nunca necesitó de
ningún poder detrás de él para defender lo que defendía y confrontar a quienes
confrontaba.
Como Quijote que fue, debió enfrentarse a ese
tosco y prosaico realismo sin ideas ni ideales de quienes no conocen otra
política que la que denominan realpolitik, que podríamos
traducir en venezolano criollo como ‘la política de los reales’.
Eric no entendía cómo los venezolanos
podíamos despreciar el hermoso país que tenemos al punto de vender
nuestra libertad por unas pocas y pasajeras prebendas.
Eric perdió la vida, ganándola para el cielo
y para la historia, al arremeter contra los molinos de viento que él sabía
perfectamente que eran perversos gigantes.
Primero lo tacharon de loco de las
conspiraciones y luego le aplicaron la conspiración del silencio. Nadie
lo mencionaba y pocos se atrevían a publicarlo. Los que lo leían, callaban.
Eric, la persona, pasó así a convertirse en
símbolo de una carencia central más importante aún que el fraude, porque es,
justamente, fundamento de todos los fraudes sucesivos que han ido arruinando a
la nación.
Esa carencia es la de la franqueza y la
sinceridad desprovistas de cálculo.
En este país, que es de Eric tanto como de
nosotros, siempre hay una excusa para no decir la verdad o no decir toda la
verdad.
En Venezuela, así como hay innumerables
formas de pedir el café: negro, guayoyo, corto, largo, con leche, marrón, etc.
etc., hay incontables adjetivos para aplicar a la verdad y desvirtuarla.
Verdades inconvenientes, verdades impopulares,
verdades que restan votos, verdades que el pueblo no entiende, verdades que a
nadie interesan, verdades cuya hora no ha llegado, verdades crueles, verdades
inútiles, verdades relativas, subjetivas…parece que tuviéramos un pavor
infantil a la verdad tal cual es, porque como dice Serrat, la verdad, lo que no
tiene es remedio.
Podríamos decir que padecemos del síndrome de
Pilato, que se manifiesta por una incapacidad de conocer y reconocer la verdad
y que lleva a la indiferencia y al desamor del que se lava las manos para
evadir responsabilidades.
Un síndrome de hombres y mujeres
irresponsables con ellos mismos y con los demás. Una irresponsabilidad
epidémica con el que nuestro Don Quijote Ekvall no quería comulgar.
Y en eso, Eric representa esa otra virtud tan
escasa como valiosa : la integridad.
Como colega, como amigo, como intelectual,
como estratega y analista, Eric Ekvall mantuvo hasta el último minuto una
consistencia y una coherencia que hicieron historia porque hacían y siguen
haciendo falta.
Porque el nuevoriquismo de unos y el
nuevopobrismo dizque izquierdista de otros son maneras de pretender lo
que no se es. Y no hay país, como tampoco persona , que pueda prosperar
fingiendo ser otro.
Y para saber quiénes somos conviene saber
quiénes no somos.
Y lo primero que no somos es inmortales.
Eric lo sabía muy bien por razones que duele
recordar.
Y esa conciencia del límite, que tanto le
ayudó en su última etapa y le sirvió para irse en paz después de haber perdido
treinta kilos de peso pero ni un gramo de esperanza, es otro signo de lo
que podríamos llamar su incómoda disidencia. Porque recordaba a todos, con su
solo ser, que la hubris, esa psicopatía del
poder, no convierte a los poderosos en inmortales ni en eternos jóvenes,
espejismo iluso y pueril de narcotraficantes y narcoestadistas.
Y volviendo al hombre, al amigo, quiero
terminar esta pequeña nota con un reconocimiento especial por la maravillosa e
inevitable Dulcinea de nuestro Quijote.
Elisabet Sabartés, corresponsal de La
Vanguardia de Barcelona, acompañó a Eric en su última batalla
y fue coautora indiscutible de la sonrisa con la que Eric se despidió de este
mundo.
Gracias a ella Eric partió recibiendo amor
incondicional, el mismo que otorgó a Venezuela durante más de 30 años.
PABLO
BRITO ALTAMIRA
@Hermeticum
Palabras pronunciadas en la Catedra Pìo Tamayo
en el Acto Homenaje a Etc Ekvall, el
25 de noviembre del 2013, Sala E de la BCUCV
Etiquetas:
CPT Actividades,
Eric Ekvall,
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