lunes, 16 de junio de 2014
MIGUEL APONTE - LA DEMOCRACIA Y SUS ENEMIGOS: EL LIBERALISMO Y EL MARXISMO
Miguel Aponte
Los venezolanos estamos aprendiendo la lección por el
camino duro: la posibilidad real de perder hasta nuestra “venezolanidad”, de
llegar a “no ser”. Miguel Aponte
Desde Caracas.- Fue Benjamín Constant, 1767-1830, quien afirmó
que “Todo lo que pedimos (…) es la garantía de nuestros disfrutes”. Hasta aquí
todo suena bien. Pero quedaba un problema: había que buscar un “garante”: este sería
el “rol” del Estado. Quedaba así justificada para siempre esta
figura problemática e indeseable para el liberalismo, hasta nuestros días.
Nadie lo quiere, todos lo aspiran, cuando no se rinden ante él. Los grandes
filósofos sociales reconocieron el problema; incluso Marx, el más ilustre hijo
del positivismo-liberal. Material para la discusión.
Para los liberales
modernos, basta con que el Estado no se inmiscuya, por eso es que hay que limitarlo.
Así pues, la sociedad civil quedó
comprendida como la sociedad no política o no estatalizada; y frente a ella un
Estado que terminaría creciendo espontáneamente para poder “controlar todo”; y
así con el SXX emerge la burocratización total de la sociedad,
tendencia que arropa la gestión privada y la pública. Tanto liberales como
marxistas -más parecidos que otra cosa -terminaron santificando la figura del
Estado. Todo esto se acompañó con una única versión de la política: el empeño
de alcanzar el poder y mantenerse en este. Y esta indigencia que quieren
hacer pasar por reflexión es igual -otra vez- tanto para liberales como para
marxistas. ¿O no?
Se evadió así el
verdadero problema: la política y la democracia, las verdaderas víctimas de
toda esta degeneración. El precio a pagar será siempre “el mayor bien de
todos”: la libertad. Los venezolanos estamos aprendiendo la lección por el
camino duro: la posibilidad real de perder hasta nuestra “venezolanidad”, de
llegar a “no ser”. Pero el problema es universal y muy actual. La misma
crisis es una oportunidad que no debemos dejar pasar. Hay que discutir.
Ahora bien, ¿cómo
restituir estas nociones de forma válida y con sentido? ¿Estamos obligados para
siempre a mantener los frustrados conceptos liberal-marxistas de política y
democracia? ¿Hay que debatirse entre un individualismo irracional y un
colectivismo de servidumbre? No creemos que sea así. Cornelius Castoriadis,
filósofo greco-francés, 1922-1997, postuló la política como una actividad
colectiva que pretende pensarse a sí misma. Su problema no es esta o
aquella institución específica sino la institución de la sociedad en cuanto
tal. No hay vínculo directo, automático, entre política y democracia. La
democracia sería una manera de entender ese proceso de reflexión sobre sí
misma, cuando se abre de manera pública.
Así, la democracia
viene a ser una especie de universalización potencial de la política. De
aquí la gravedad del error
liberal de pretender “profesionalizar” la política y encargarla a supuestos
“especialistas”. Cuando un ciudadano permite que otro reflexione o haga en
su lugar lo que él mismo es capaz de hacer, llegamos a la representación y de
aquí a todas las degeneraciones modernas, incluido el SSXXI que viene a ser el
reempaque de los peores valores del liberalismo y aquí no hay casualidad. Continuará.
15 de junio del 2014
Twitter: @DoublePlusUT
Etiquetas:
Democracia,
Liberalismo,
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