lunes, 7 de noviembre de 2016
CUANDO LO QUE SE ENFRENTA ES FASCISMO (II)
CUANDO LO QUE SE ENFRENTA ES FASCISMO (II)
Humberto García Larralde
En un escrito
anterior señalaba que, en esta contienda entre la MUD y el régimen, no se
comparte el mismo juego. No se coincide en el objetivo ni en las “reglas de
juego” para alcanzar los fines propuestos. De ahí las dificultades que impone
el diálogo a las fuerzas democráticas. Pareciera que no fuera así, pues a
simple vista lo que está en disputa es quién debe ocupar el poder. Pero detrás
de este elemento unificador se esconden fines radicalmente diferentes sobre qué
hacer con el poder.
Para el fascismo el
poder es un fin en sí mismo, por ser la única garantía de que se cumplan con
los designios trascendentes reservados para el Pueblo (con mayúscula, sujeto
histórico del cambio que responde como un solo hombre a los llamados del
líder). El Pueblo cristaliza tales designios precisamente por estar en el poder
o, mejor dicho, porque un líder esclarecido lo ejerce en su nombre para, desde
ahí, darles forma. Puede ser asegurar la pureza y superioridad de la raza aria;
restablecer en Italia la grandeza que disfrutó bajo el Imperio Romano; revivir
las glorias de la gesta emancipadora para asegurar la independencia definitiva;
y, en este orden, instaurar un “socialismo del siglo XXI”.
En todo caso, el
poder es para quedarse con él y disfrutar de sus canonjías, pues es el Pueblo
postergado que -¡al fin!- logra su usufructo. Éstas van desde viáticos,
guardaespaldas, camionetas y otros “atributos del cargo”, hasta los “negocios”
facilitados por las relaciones de poder, siempre que no trastornen la
estructura de mando o comprometan el combate contra los enemigos. La ideología
juega un papel muy importante para los fascistas en todo esto, pues proporciona
los raciocinios para asumir, desde el poder, que la Nación les pertenece o,
mejor dicho, que ellos son la Nación.
Quien no comparte
este criterio y, más bien, quiera desplazar a los fascistas del poder, es
enemigo del Pueblo y debe ser combatido; para él ni pan ni agua. Nada mejor
para ilustrar este punto que las declaraciones del Vice-presidente Istúriz en
el sentido de que la marcha convocada por la oposición para llegar a Miraflores
“tiene que pasar por encima del pueblo”. El pueblo mayoritario -piénsese en las
multitudinarias concentraciones del 1º de setiembre o del 28 de octubre- ¿no
son pueblo, Aristóbulo?
En democracia las
fuerzas que compiten por el poder están obligadas a hacerlo rivalizando por los
favores del pueblo (en minúscula; una asociación de personas y agrupaciones muy
diversa, heterogénea y con pluralidad de intereses y gustos, muchas veces en conflicto).
Se supone que el movimiento político que mejor interpreta las aspiraciones
mayoritarias de quienes componen ese pueblo gana las elecciones y logra ejercer
el poder. En tal sentido, es el bienestar del pueblo lo que va a servir de
referencia para la acción política en democracia.
Esto no quiere decir
que los políticos democráticos sean siempre servidores desinteresados o
desconocer que muchos cínicamente acomodan sus “ofertas” para acceder al poder
en busca de beneficios personales. Pero bajo escrutinios de ese pueblo,
directamente en asuntos concernientes a su localidad o gremio, o indirectamente
a través de los órganos de representación y con el auxilio de medios de
comunicación independientes y libres, las prácticas malsanas tienden a ser
desenmascaradas y sufrir sus ejecutores el costo político que termina
desalojándolos del poder. De ahí la importancia decisiva de contar con las
instituciones de un Estado de Derecho y con las condiciones requeridas para que
sus preceptos se cumplan.
De modo que para
Maduro y la oposición democrática luchar por el poder no significa la misma
cosa. Creer que ambos luchan por lo mismo, solo que desde perspectivas e
intereses distintos, pudiera constituir uno de los mayores errores de la MUD a
estas alturas de la contienda. Al no proseguir el mismo fin, tampoco el régimen
va a coincidir con las razones ni con la lógica que debe guiar la solución de
las diferencias. Para empezar, ni a Maduro ni a ninguno de sus acompañantes les
importa un comino la suerte del pueblo, como lo atestigua de manera fehaciente
y trágica los niveles de hambre y miseria a que lo ha sometido por negarse a
rectificar sus políticas.
Su ineficacia y
efectos perversos no van a influir para que el gobierno busque un acercamiento
con la oposición, pues estas políticas han pasado a constituir la razón de ser
de quienes hoy ocupan el poder. Los controles, regulaciones, precios regulados
–entre ellos los del dólar y la gasolina-, la no rendición de cuentas ni el
respeto por los procedimientos del Estado de Derecho, y la discrecionalidad con
que son manejadas las compras, contratos y transacciones de todo tipo, les han
proveído de inmensas fortunas; no importa que, en paralelo, hayan arruinado al
país. Más cuando los ampara una construcción ideológica que legitima sus
desmanes. La nueva oligarquía constituida a partir de tal disfrute del poder en
absoluto se va a sentir presionada para concertar el restablecimiento de la
soberanía popular –a través del RR16 o de elecciones generales anticipadas-
para abrir vías de solución a la actual tragedia.
Al respecto, temo que
la MUD pudiese estar metiéndose un autogol si deja pasar definitivamente la
activación del RR16 y reclamar, en reemplazo, unas elecciones generales para
principios del próximo año. Porque éstas no están contempladas en la
Constitución. Maduro acusó un importante costo político entre partidarios
–incluyendo militares- y la opinión internacional al desenmascararse como
dictador precisamente porque inhabilitó la Carta Magna.
Con elecciones generales
fuera de lapso ese argumento ahora es de Maduro: no están contempladas en la
Constitución. Por si no me hice entender con lo argumentado en los párrafos
anteriores, confiar en que el gobierno “entre en razón” en interés de
encontrarle salidas a los padecimientos del país, no pasa de una inocentada
irresponsable.
Y he aquí por qué
mantengo que la MUD no ha sabido ejercer la ventaja que significa representar
una mayoría abrumadora a favor del cambio. Porque lo único que hará que ceda la
posición del gobierno para que converja con la necesidad de restablecer el
orden constitucional es la fuerte presión de esa mayoría. Véanse las infelices
admoniciones de Maduro de que la oposición no va a entrar, “ni por votos ni por
balas”, en Miraflores, solo pocos días después de haberse comprometido ante el
emisario del Papa en respetar los derechos del otro.
Sin presión, vuelve a
sus andanzas fascistas. Esto significa movilizaciones de calle y apoyo
internacional para que el régimen entienda que la única base aceptable del
dialogo es el respeto al orden constitucional. De lo contrario, el diálogo será
un “tenteallá” para perder tiempo e inviabilizar los reclamos democráticos. No
será la primera vez.
La búsqueda de
acuerdos es perentoria por la desesperación de la gente, sus sufrimientos y el
cronograma ya bastante comprometido para el RR16. Y estos acuerdos sólo serán
factibles a partir de demostraciones de fuerza, democráticas y en ejercicio de
nuestros derechos constitucionales. Bajo un gobierno fascista derecho que no se
lucha por ejercer es un derecho que se pierde. Esto no significa provocar
enfrentamientos violentos hasta que, por fin, Maduro y su gente se vean
obligados a salir. Al contrario, el desafío del liderazgo democrático está en
evitar este tipo de confrontaciones, que son las que busca el régimen para
justificar la represión y deslegitimar a la oposición.
Los fascistas, por
las buenas, no van a entregar el poder. Son demasiados los intereses
acumulados, excesivo su fanatismo y blindaje ideológico, para comprometerse con
un dialogo sincero. ¿Qué va a hacer la MUD para lograr que ello ocurra? ¿Cómo
aprovechar nuestras fortalezas?
“Conoce a tu enemigo
y conócete a ti mismo y librarás cien batallas victoriosas”
Sun Tzu, filósofo de
la antigua China.
Humberto García
Larralde
economista, profesor
de la UCV
humgarl@gmail.com
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