lunes, 28 de marzo de 2011

JOSÉ FÉLIX DÍAZ BERMÚDEZ - LECCIONES A LA PATRIA. EL ODIADO GENERAL MIRANDA





“!Piense como quiera el vulgo en todas clases! Solo el vicio es bajo; la virtud confiere el rango; y el hombre más justo es también el más grande…”. Francisco de Miranda, al general Juan Manuel Cajigal, 16-04-1783 

Francisco de Miranda, Generalísimo y Precursor de nuestra Independencia, héroe de tres revoluciones, quien nació en Caracas el 28 de marzo de 1750, fue apreciado y admirado por estadistas, militares, hombres sabios de su tiempo tanto en América, en Europa, en Asia, y cuando se iniciaba nuestra gesta libertaria en 1810 y en 1811, ya era Miranda celebrado en los ámbitos de la guerra y de la política, era aliento de la causa americana, la espada que podía defenderla, el reconocido pensador que la había meditado, planificado y sostenido nuestros derechos, nuestros recursos, nuestras posibilidades para ser independientes ante el mundo. 

No obstante ello, y por sus mismos méritos y por: “la desventaja mayor de todas…que es ser “americano”…”, Miranda fue objeto de incontables persecuciones, infamias, envidias, traiciones, por cuantos le odiaban y quienes expresaban su pequeñez intentando obstaculizar la acción y la obra de un gran hombre.  

Esta triste circunstancia en contra de Miranda, se produjo a todo lo largo de su permanencia al servicio del Ejército de su Majestad el Rey de España, persistió cuando formaba parte de la Revolución Francesa, y luego de los sucesos de Maestricht, fue detenido y preso por órdenes de Dantón y los suyos, siendo posteriormente liberado evidenciada su inocencia, su  valor, la procedencia de sus acciones militares y políticas y su entrega universal a la causa de la libertad. Igualmente, en su patria, a la que llega  a finales de 1810, fue víctima de la adversidad y de la inconsecuencia de quienes, le entregaron a las autoridades españolas al haber sido derrotada la República, consumándose el acto más atroz en contra del hombre extraordinario, cuya trascendencia histórica le constituye entre los más grandes personajes del siglo XVIII y XIX. 

El 10 de abril de 1785, aún oficial al servicio de España, le escribe a su Majestad, Carlos III, lo siguiente: “Nacido de padres legítimos y familia distinguida, en la ciudad de Caracas…, tuve la felicidad de recibir clásica y temprana educación en el colegio y Real Universidad de Santa Rosa…, hasta que concluídos mis estudios de filosofía, derecho, historia, etc. pasé a Europa…, fijé mi residencia en Madrid, y con sumo ardor me apliqué al estudios previo de las matemáticas, principalmente en los ramos conducentes al arte militar, de las lenguas vivas de Europa, buscando y haciendo venir de países extranjeros, maestros y libros, los mejores y más adecuados al asunto…”. Y habiendo alcanzado a la edad de 22 años ser nombrado Capitán de Infantería en el Regimiento de la Princesa (aunque en la misma carta al Rey decía haber tenido 18 años) y servido luego con méritos en Africa, en la defensa de Melilla, en Málaga, en la Plaza de Gibraltar, le obstaculizan su deseo de ir a Prusia y a Alemania, para: “examinar el sistema militar de toda Europa”. 

Su talento y sus conocimientos eran admirables. La envidia sin embargo actúa  para tener: “la pequeñez de negarme una licencia”. Solicitó ir con su batallón a la expedición del Brasil, y el Conde de O’Reilly, se lo impidió: “empeñado siempre en cortar todos mis adelantos…Procurando para ello también incomodarme por medios bien extraños e indecorosos”. Y mientras en Madrid en el año 1780, bajo la comandancia de Don Juan Manuel Cagigal, había recibido todos los reconocimientos, sufrió nuevamente: “la más vil persecución del sucesor inmediato…, cuya ínvida disposición e ignorancia me eran ya muy conocidas…”.  

Por librase de él sus enemigos, le ordenaron pasar a América, y después de haber estado en Dominica y en Guadalupe, fue a la Florida, donde participó con brillo en la toma de Pensacola, en plena Revolución de Independencia Norteamericana, donde alcanzó el grado de Teniente Coronel.  

En la Habana, lo acusaron falsamente de llevar en su equipaje: “efectos de contrabando”, y eran: “libros, cartas, planos, papeles”, propios de sus estudios y de su cultura. Igualmente le imputaron haber mostrado los detalles de las fortificaciones de una plaza al General Campbell, un agravio más con el que se intentaba: “dañar mi honor”. 

Denunciaba ante el Rey toda una suerte de: “celos y de puerilidades”, el arresto injusto que se ejecutó en su contra; le examinaron irrespetuosamente su equipaje; le extrajeron libros y documentos, aquellos que eran: “bastantes y escogidos”, hasta que sus amigos y rectos superiores advierten el mal, y lo libraron de tales agravios, viéndose obligado, finalmente, a partir hacia Charleston y a otros lugares de Estados Unidos, donde trató, conoció y fue reconocido por los “héroes y sabios”  forjadores de la Nación del norte. 

Miranda optó  por solicitar al Rey de España que le exonerase de su empleo y rango, y así surgió para gloria de América su nombre y su obra inmortal como Precursor de la independencia del Nuevo Mundo hispánico, y ante cuyo recuerdo, finalmente, Bolívar, la última vez que visitó Caracas en el año de 1827, en la íntima evocación de sentimientos y memorias profundas y definitivas frente al retrato del Generalísimo Miranda que le mostró su hijo Leandro, lo contempló en silencio, y de pronto le calificó con altivez: “¡Ilustre…!” , término honroso para los hombres grandes servidores de la patria. 

*Biógrafo del Gran Mariscal de Ayacucho.

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