viernes, 14 de marzo de 2014

HUMBERTO GARCÍA LARRALDE - SIN FUTURO NO HAY PATRIA




SIN FUTURO NO HAY PATRIA


El miércoles 12 me uní a la manifestación estudiantil cuando atravesaba la Ciudad Universitaria de Caracas, desviada de su ruta hacia la Defensoría por un contingente de Guardias Nacionales a la altura de Ciudad Banesco. Ese día el lugar de concentración anunciado, la Plaza Venezuela, había amanecido acordonada con vehículos militares como muestra grosera de que a los jóvenes no se les iba a respetar su derecho a la protesta. Al querer retomar el camino hacia el centro por la Puerta Tamanaco de la UCV, la marcha nuevamente fue contenida por un fuerte contingente de la PNBs y Guardias. Mientras dialogaban los dirigentes estudiantiles con los oficiales a cargo para que se les respetase su derecho a continuar pacíficamente, me puse a observar los rostros de decenas de muchachos que tenía cerca.

A través de los parlantes móviles nos informaban que la Policía había pedido paciencia, que esperáramos unos diez minutos, pues en la Plaza Venezuela se encontraba un grupo de oficialistas y debía evitarse posibles confrontaciones. Los 10 minutos se convirtieron en una hora. Pero en las miradas de esos muchachos, lejos de desaliento, lo que percibí fue una determinación y un compromiso por hacer prevalecer sus derechos, convencidos de que la razón está de su parte y que no hay marcha atrás.

Pensé, para mis adentros, que esta juventud las tenía bastante peor ahora que la que me tocó vivir. En mi época participé también en muchas protestas, tanto de liceísta como de estudiante universitario. Aspiré mucha bomba lacrimógena y recibí más de un planazo. Era época de la insurgencia armada del PCV y del MIR en contra de los gobiernos democráticos de Betancourt y Leoni, que respondían con acciones fuertemente represivas.

No obstante, y a pesar de haber entendido tiempo después que estas energías por el cambio se canalizaban equivocadamente, confiábamos en que nuestra lucha rendiría frutos. “La verdad es revolucionaria”, repetíamos y, en el juego democrático, la razón prevalecería. Pero a estos jóvenes Maduro les ha hecho saber, por todos los medios posibles, que sus planteamientos le importa un bledo, que no cuenten con eso. Peor aún, los llama “golpistas”, “fascistas”, “enemigos de la patria” y otros epítetos denigrantes.

Va más de un mes de protesta en distintas ciudades del país desde que en San Cristóbal se reclamó por la violación de una estudiante. La respuesta del gobierno, en vez de atender el reclamo justo –y pacífico- fue de encarcelar a algunos de sus promotores. La reacción estudiantil contra este atropello no tardó en producirse, para ser respondida de nuevo con una represión desproporcionada de parte de militares y bandas paramilitares armadas oficialistas, con saldo trágico a lo largo del mes de más de 20 muertos, mil y tantos detenidos, algunos torturados por sus captores, y más de un centenar de heridos. El sábado 8, a la marcha multitudinaria de las “ollas vacías” en Caracas le fue impedida avanzar según la ruta previamente acordada, porque el alcalde Jorge Rodríguez simplemente no le dio la gana permitir su ingreso al municipio Libertador. Cosa parecida pasó con la manifestación de los médicos el lunes siguiente. Porque para Maduro y sus partidarios, los que no se someten a sus dictámenes carecen de derechos, no merecen ser atendidos; en fin, no tienen patria. Y así hemos comprendido con absoluta claridad es que, con esta “Patria” chavista, lo que no hay es futuro.

La marcha estudiantil se fue compactando hacia el frente, en dirección a la Plaza Venezuela, cuando, intempestivamente, un policía largó la primera bomba lacrimógena, seguida de una andanada profusa de más proyectiles tóxicos. La inmensa mayoría de los marchantes se retiró de manera ordenada y quedó en los alrededores del Jardín Botánico un verdadero pandemónium de jóvenes arrechos enfrentados a policías y guardias agresores. Al retirarme, no dejaba de pensar que este Gobierno no tiene idea de lo que está enfrentando si piensa que con la represión desmedida van a acabar con la protesta. No tanto por el hecho de que la crisis económica se irá agravando irremediablemente por la negativa del gobierno a rectificar, sino porque estos jóvenes no tienen otra opción que no sea luchar hasta vencer.

¿Conseguirán trabajo remunerativo con una economía en ruinas? ¿Serán valorados por un gobierno que insiste en imponer sus verdades sectarias y aplastar toda opinión independiente? ¿Cómo adquirir una vivienda digna con los bajos sueldos de hoy? ¿Qué sentido tiene formar una familia en Venezuela si no se le puede asegurar bienestar y seguridad en un ambiente descompuesto por el crimen y la impunidad?  ¿Disfrutarán del clima de libertad que implica acceder a la información y a la cultura universal para poder enriquecerse espiritualmente como individuos y realizarse plenamente como ciudadanos? En fin, ¿Qué calidad de vida les espera si no se le cambia el rumbo al país? Convencidos de no tener futuro si no logran modificar radicalmente el estado actual de cosas, la lucha estudiantil de hoy no tiene vuelta atrás.

Entonces, ¿Por qué insiste el gobierno de Maduro en continuar con su salvaje represión si ello sólo logra templar aun más la resolución de los jóvenes, de sus familiares y amigos, de continuar luchando? Debemos recordar, con Hannah Arendt, que el ejercicio de la violencia no es signo de fuerza, de poder, si no de debilidad. En las sociedades modernas el poder nace de la legitimidad de un entramado social y político que los individuos están dispuestos a sostener porque perciben que les ofrece bienestar y seguridad. Obviamente, tal legitimidad está ausente para Maduro. El pueblo chavista, otrora entusiasta con los llamados de su autoproclamado redentor, hoy no está dispuesto a acompañar las ejecutorias equivocadas de su malhadado heredero. Más aun, el terror del círculo gobernante es que se conecte el malestar creciente de las capas populares por la inflación, el desabastecimiento, las colas interminables para conseguir alimento, medicamentos o papel higiénico, el colapso de los hospitales y la inseguridad, con las luchas de los estudiantes. De ahí apela, criminalmente, a las bandas paramilitares reclutadas del lumpen, para atemorizar a los residentes de los barrios e impedir que se desarrolle ahí la protesta, y para amedrentar a los manifestantes en otras zonas.

En el colmo de la desvergüenza, se ha registrado fehacientemente cómo estos malandros cometen sus desmanes bajo el amparo de la Guardia Nacional, cuya responsabilidad debería ser impedírselos. Pero en su mente primitiva, Maduro cree que el control de los medios, la imposición de un blackout informativo, la tergiversación deliberada de los hechos para inculpar a los muchachos de la violencia y la persecución de reporteros y periódicos que insisten en cumplir con su misión de atestiguar lo que está ocurriendo, le limpiará la cara ante la opinión pública nacional e internacional. El régimen de expoliación que, con orientación y complicidad cubana han implantado en Venezuela, representa un botín demasiado jugoso para dejarlo perder sin pelea. Pero la difusión masiva de los hechos a través de las redes sociales ha demolido esta práctica Goebbeliana.

El fasciocomunismo de Maduro, Cabello, Jorge Rodríguez y los esbirros cubanos que los asesoran atenta contra los fundamentos democráticos de la República de Venezuela. Se inspira hasta en el nombre de las bandas fascistas de Mussolini para designar a las propias: fascii di combattimento y unidades de batalla de Chávez (UBCh), desliz revelador como ninguno. Mientras, a través de los ojos del difunto colocados en todas partes, el Hermano Mayor nos vigila amenazadoramente. ¿Hay duda de que lo que se quiere implantar es un régimen totalitario?  Pero el émulo criollo del Führer y del Duce, empeñado en imponer por la violencia un apartheid político que le niegue sus derechos a más de la mitad del país, cree que con gritarle “fascista” a los opositores puede camuflar sus designios y confundir a la gente.

¿Será que al querer proyectar la compostura de alguien que cree estar en control, se mira en el espejo y salta automáticamente la fulana palabrita? ¿Es que no se da cuenta que, mientras más desaforadamente acusa la disidencia de “fascista”, más revela sus propias intenciones y más luz arroja sobre la verdadera naturaleza de su gobierno?  

La plataforma política de la lucha actual de los venezolanos es la vigencia de la Constitución. Hoy está más claro que nunca que derechos que no se ejercen se pierden. De ahí la importancia crucial de ocupar la calle, pacífica pero decididamente, hasta obligar al gobierno a rectificar. No es llamando “Chucky” a los jóvenes e insultándolos como se puede plasmar un diálogo sincero que permita construir un ambiente de convivencia de paz, en que se respete los derechos de todos y se tolere la opinión contraria. Restablecer los derechos humanos consagrados en la Constitución es, simplemente, condición sine qua non para avanzar hacia otros propósitos.

Al gobierno hay que hacerle entender que, por más que tengamos que salir a marchar y denunciar al mundo a este régimen fasciocomunista una y otra vez, está obligado a desarmar a sus bandas fascistas, retirar a los militares de las calles, restablecer las libertades de prensa, de opinión, reunión y de manifestación pacífica, y castigar a los responsables de las torturas y crímenes cometidos. Que, en este marco, está obligado a rectificar sus destructivas medidas económicas, restablecer la autonomía de poderes y del juego político plural y democrático, y labrar los consensos requeridos para que, entre todos, salgamos del hoyo en que nos ha metido, para asegurarles a los venezolanos el futuro de prosperidad y tranquilidad que se merecen.

La oposición democrática tiene que hacer de estas exigencias su bandera. En este orden, debe condenar resueltamente y sin ambages las barricadas, “guarimbas” y otras acciones desesperadas que provocan malestar y, lamentablemente, incluso muertes inocentes, y llevan agua al molino de la confrontación, escenario preferido como ninguno  por el fasciocomunismo. Por algo el gobierno ha empezado a infiltrar encapuchados para destruir vidrieras y saquear en sitios como Altamira, con el fin de inculpar a los jóvenes y tener la excusa para desatar su desalmada represión. Es contraproducente el desahogo impotente que incita a la violencia estéril. Hacerle ver a los sectores más humildes que la lucha de los estudiantes es su misma lucha, que no son ningunos “terroristas”, es un imperativo. En esas condiciones, no hay manera que el Maduro se salga con la suya.

El fasciocomunismo se ufana en que sin la “Patria Socialista” no hay futuro. Pero para la inmensa mayoría de venezolanos, es el al revés: sin futuro (democrático), simplemente no hay patria.

Humberto García Larralde
economista, profesor de la UCV

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