domingo, 2 de agosto de 2020
FIJANDO PERSPECTIVA
FIJANDO PERSPECTIVA
Humberto García Larralde
La actual situación
venezolana, por su complejidad, dificulta visualizar salidas concretas al
gravísimo atolladero en que nos encontramos. Para empezar, es imposible digerir
que quienes detentan el poder, deliberadamente adopten políticas y conductas
perjudiciales a la población. Pareciéramos estar en un mundo invertido, en el
cual el fin del gobierno fuese destruir la economía, apropiarse de los dineros
públicos y acabar con la producción petrolera.
Y lo ha logrado: la
economía es, hoy, apenas un tercio del tamaño de cuando Maduro ocupó la
presidencia y la producción petrolera, para junio, sólo un 15% del existente
cuando comenzó su gestión. Convertir a Venezuela, otrora el país más próspero
del continente, en el más pobre --como constata la ENCOVI 2019—, constituye una
proeza insólita. Lo único que hace dudar de que fuese este su propósito es que,
al haberse logrado en tan poco tiempo, revela una eficiencia (macabra)
impensada en la gestión del régimen.
Más allá, turba el
desprecio absoluto de Maduro por el parecer de la inmensa mayoría del país, que
clama desesperada por un cambio político. Niega todo lo que se espera de un
mandatario. Asimismo, desconcierta su desdén por una opinión pública mundial
que lo insta a respetar la constitución y los derechos humanos, a pesar de que
ello repercute en sanciones que cercan su margen de operaciones.
La situación que se
evoca es la de un mundo bizarro que no obedece a criterios de racionalidad, por
lo menos de aquellos basados en el bienestar y la libertad de los venezolanos.
Con un “anti-gobierno” de tal naturaleza, es harto problemático entenderse.
¿Con base en qué objetivos, metas? El hecho de que, contra todo pronóstico,
continúa en el poder, representa un insulto a la razón y a nuestro sentido de
justicia.
Que los malos de la
partida parecieran salirse con las suyas en estos momentos --con tan terribles
costos para la población--, contraría nuestra fe básica en la convivencia en
sociedad. Hablo de “malos” a conciencia: no hay forma de pensar que los
destrozos causados --por su magnitud y extensión-, hayan sido por accidente o
producto de la ignorancia de sus ejecutores. Han sido resultado de políticas
deliberadas.
En ese mundo al
revés, Maduro se mantiene, como es sabido, con base en la fuerza bruta. Desata,
desde el poder, la violencia de sus esbirros y órganos represivos, conformando
--bajo tutoría cubana-- una eficaz maquinaria de terrorismo de estado para
someter a la población. Hoy, lo auxilia el estado de emergencia implantado con
la excusa de combatir el Covid-19. El confinamiento extendido, el racionamiento
de la gasolina, los toques de queda y las medidas de represión para su
cumplimiento –las arbitrariedades y atropellos cometidos por la Guardia
Nacional--, complementan el ansiado control social despótico.
La presteza en acudir
a la fuerza obedece a dos factores: la defensa del régimen de expoliación del
que son beneficiarios los detentores del poder; y la legitimación que otorga
una construcción ideológica perversa, destinada a exculpar los atropellos cometidos
en la prosecución de lo anterior. El régimen de expoliación explica la
obstinación de Maduro y su camarilla por el poder, desafiando el deber ser.
Para ello, desmanteló el Estado de derecho y cultivó cuidadosamente una
sociedad de cómplices dedicados a depredar la riqueza social, corrompiendo a
las cúpulas militares y segregando o castigando (cárcel, tortura, amenazas a
familiares) a los honestos.
Destruyó, así, a la
economía, mientras pisoteaba los derechos de los venezolanos. Hoy impera sobre
nosotros una nueva oligarquía, militar y civil, conformando verdaderas mafias
que dominan las fuentes de su expoliación sobre las riquezas del país:
extorsión y confiscación de empresarios, saqueo de las riquezas minerales de
Guayana, despojo de PdVSA, robos de dineros públicos, estafas, tráfico de
drogas, etc.
El constructo
ideológico patriotero y comunistoide pretende absolver, entre las filas
oficialistas, esta depredación, creando una falsa realidad que aísla a los
perpetradores de estos delitos contra la nación de toda increpación,
cobijándolos como “revolucionarios” que obran en beneficio del pueblo. La
destrucción de la institucionalidad democrática y de la rendición de cuentas se
justifica ¡alegando la construcción del socialismo! Lejos de sentir arrepentimiento
por sus atropellos, emergen imbuidos de una pretensión de supremacía moral”
(¡!) que los lleva a insultar a todo aquel que los critique.
Esta postura alimenta
sentimientos de desesperación entre algunos opositores, porque pareciera que un
régimen que no tiene razón de existir, que representa un sinsentido, está
ganando la partida. La confusión y merma en la iniciativa del liderazgo
democrático contribuye con esta percepción. Los venezolanos no la hemos tenido
fácil en esta lucha contra el fascismo, más con la experticia y represión que
ha aprendido de los cubanos.
Pero, al poner las
cosas en perspectiva, se observa que el fracaso aparente de la oposición se
mide sólo en su incapacidad de desalojar a los mafiosos del poder, no porque su
proyecto haya sido derrotado, perdido vigencia o apoyo. La supuesta victoria
del fascismo reside exclusivamente en que todavía detenta los mandos del
Estado. Pero ¿ha fortalecido su proyecto, ha ganado más adeptos, convencido a
la opinión pública mundial? ¿Ha logrado insuflarle sentido a su gestión,
asegurar su futuro?
Al contrario, el
chavomadurismo no tiene factibilidad alguna como propósito. Su único objetivo
es sobrevivir, pero ya no como proyecto político, sino para mantener el régimen
de expoliación, que es su razón de existir. No tiene vida más allá, pero
tampoco alternativa. Cual parásitos, los chavistas son incompatibles con la
prosperidad de su anfitrión; Venezuela. Pero al matar a ésta, acaban con su
propia existencia.
La oposición
democrática está obligada a reunir fuerzas para darle el empuje final a estos
trogloditas y rescatar a la nación de su aniquilación. No obstante las
dificultades, debe aprovechar todas las oportunidades para debilitar aún más al
fascismo e impedir que asuma la iniciativa. Debe arrinconarlo políticamente.
Esto significa asumir una política proactiva ante la convocatoria arbitraria a
elecciones parlamentarias hecha por Maduro, exentas de toda garantía para que
se exprese la voluntad popular.
Como señala Henrique
Capriles, no basta denunciarlas por fraudulentas y cruzarnos de brazos a
esperar que, a cuenta de tener nosotros la razón, se derrumbe definitivamente
el apoyo al régimen o intervengan fuerzas externas que lo desalojen. Con esa
convocatoria tan burda, Maduro se ha puesto el mismo contra la pared. Solo si
la oposición se mantiene inerme, podrá sacarle provecho político.
No se trata de
decidir entre ir o no al diálogo con la mafia militarizada, o de acudir, o no,
al llamado electoral. Obviamente, no hay la más mínima intención, por parte de
los fascistas, de ceder poder por cualquiera de estas vías. Acabar con el juego
democrático es un propósito crucial, por ende, de su mandato. Pero eso les
coarta sus posibilidades de respuesta ante las amenazas crecientes que representan
las sanciones, el encogimiento de sus bases de depredación y el malestar de la
población.
No tienen como labrar
consensos que alivien sus problemas de gobernabilidad y su apoyo, tanto interno
como externo, es cada vez más menguado. La verdadera disyuntiva está, entonces,
en cómo aprovechar las coyunturas que se presenten, sean cuales fueran éstas,
para fortalecer la opción democrática y debilitar, aun mas, las posibilidades
de esta mafia de mantenerse. Refugiarse en el uso de la fuerza, cada vez más
compartida con cuerpos irregulares, tiene un indudable costo político.
Sé que es muy cómodo
hacer recomendaciones desde afuera. Ofrezco mis excusas por tal atrevimiento.
Pero me ampara una enorme confianza en esa nueva generación de jóvenes
políticos que han asumido un rol protagónico en la lucha por desalojar al
fascismo, conscientes de que su permanencia acaba con toda posibilidad de
construirse un futuro provechoso. Demás está repetir que la unidad de
propósitos y de acciones será decisiva para que su liderazgo rinda los frutos
esperados.
Humberto García
Larralde
economista,
profesor (j) de la
Universidad Central de Venezuela,
humgarl@gmail.com
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