viernes, 31 de julio de 2020
CÁRCELES DE CASTRO
CÁRCELES DE CASTRO
Luis Marín
Barack Hussein Obama
II hizo una intensa campaña para cerrar el centro de reclusión de la base naval
de Guantánamo, único en la isla en que no hay ni un solo preso cubano; en esto
lo acompañó toda la godarria de la izquierda mundial incluso Amnistía
Internacional, quien popularizó los uniformes naranja que tuvieron un ominoso
destino del que es mejor ni acordarse.
Este enfoque les
permite ignorar todas las otras cárceles de alrededor que comprenden el
Combinado de Guantánamo, la cárcel provincial de mujeres, de menores de edad y
una amplia red de correccionales que suman aproximadamente un centenar de
establecimientos, superando ampliamente los que proliferan en todas las demás
provincias del país.
El sistema
penitenciario castrista, adscrito al Ministerio del Interior, está escalonado
en tres categorías: de máxima severidad, régimen severo y mínima severidad.
Pese a su opacidad, se distinguen cinco establecimientos de máxima seguridad en
un conjunto de alrededor de quinientas penitenciarias, las menos estrictas que
están en la periferia son granjas de reeducación y ciertas prácticas de
“servicio social”.
No hay solución de
continuidad con lo que en un país civilizado sería la sociedad civil, por lo
que cualquier súbdito cubano está al borde del sistema, muy cerca de sufrir una
sanción por cualquier causa, algo propio de un Estado Policial.
La ideología
justificadora es esencialmente pedagógica, su objetivo es adiestrar a los
reclusos para su reinserción en la sociedad, pero “en cuanto colectivo que se
educa a través del colectivo”, dicho con más claridad: no se les considera como
individuos responsables que purgan un delito concreto y pagan en prisión una
ofensa perpetrada en forma deliberada o culposa, pero personalísima, contra la
sociedad.
Esto es una
inconsistencia jurídica: un “colectivo de presos” no puede ser culpable de
nada, porque incluso en Cuba la responsabilidad penal tiene que ser individual,
no existe culpa colectiva. El Estado asume una función educativa para conformar
a sujetos desviados y alinearlos hacia fines superiores, de manera que
coadyuven a la edificación del socialismo.
Las imágenes
omnipresentes en los penales son las de Fidel Castro, el che Guevara, Camilo
Cienfuegos, por supuesto que no se exhiben crucifijos ni otros símbolos
religiosos; la literatura que se ofrece a los reclusos es exclusivamente
revolucionaria, así como discursos y consignas, el adoctrinamiento político
ideológico es parte del plan de reeducación.
El castrismo no
reconoce la existencia de presos políticos, delitos de opinión, prisioneros de
conciencia, a éstos les fabrican expedientes imputándoles delitos comunes,
cuando no una figura comodín que llaman “peligrosidad predelictiva” por la cual
se puede encerrar en prisión a una persona no por el delito que haya cometido
sino por los que podría cometer en el futuro, si no se interviniera a tiempo.
En este contexto, es
comprensible que la mayor contrariedad para el sistema sea la irreverencia, la
irreductibilidad, el mantener una actitud firme contra el régimen en su
conjunto, con clara conciencia de que se trata de la maquinaria sin fisuras de
un Estado totalitario, que comprende policía, tribunales y diversos niveles de
centros de reclusión.
En Cuba puede decirse
con toda propiedad que “todos estamos en libertad condicional” e incluso esto
induce a confusión, porque la distinción entre los llamados “privados de
libertad” y los ciudadanos comunes está completamente difuminada, porque éstos
tampoco se encuentran en libertad plena.
Con razón se dice que
los que salen de la prisión chiquita no quedan libres porque afuera tampoco
gozan de libertades elementales y universales como la de pensamiento,
expresión, comunicación, organización, imprenta, asociación, participación
política, elegir y ser elegidos, dirigir peticiones a las autoridades y recibir
oportuna respuesta, cambiar de domicilio o residencia, salir y entrar
libremente al país, en fin, se sale a la prisión grande.
Un problema para los
cubanos de afuera es cómo sacar de la invisibilidad a los cubanos de adentro,
los que están llevando la peor parte, en la cárcel chiquita; éstos que no
reciben la menor atención de ningún organismo internacional, de los Estados
extranjeros, de ninguna organización de defensa de derechos humanos, de medios
de comunicación, ni siquiera de la opinión pública más informada dentro y fuera
de la cárcel mayor.
En los mismos días en
que estallaba esa intifada universal con epicentro en el asesinato de un
delincuente común en los EEUU, a Silverio Portal Contreras, otro hombre de
color, perfectamente inocente, le propinaban una brutal golpiza sus carceleros
al punto de hacerle perder la visión del ojo derecho, entre otras lesiones,
caso flagrante de brutalidad policial, pero, ¿quién lo ha oído nombrar?
Como los casos de
Aymara Nieto Muñoz, madre de dos hijas menores, confinada por más de setenta
días en celda de castigo, en Las Tunas; Keilylli de la Mora, quien tras varios
supuestos intentos de suicidio fue recluida en un psiquiátrico, en Cienfuegos;
Ernesto Borges Pérez, con veintidós años en prisión, a punto de quedar ciego;
Raynor Vicente Sánchis, hijo de una Dama de Blanco; Yousandor Ochoa Leyva,
hipertenso, entre otras dolencias, sin medicación; Yosvany Sánchez, en celda de
castigo; Roberto Jesús Quiñones, Lázaro
Pie Pérez, Alberto Valle Pérez, la lista podría extenderse a 140, más los
llamados históricos, que merecen capítulo aparte, según denuncias documentadas
por Estado de Sats.
El punto es que no
existe ninguna manera de que los medios de comunicación globales, que se han
afanado tanto en defender reclusos de Guantánamo, les presten la menor atención
a los del resto de la isla, en particular los presos políticos que no han
cometido delito alguno y languidecen en el más absoluto desamparo.
Del Consejo de DDHH
de la ONU no puede esperarse absolutamente nada porque (además de estar
dirigido por Michelle Bachelet, socialista, ferviente admiradora de los Castro,
que vivió un exilio dorado en la RDA, donde no observó el menor rastro de
tiranía) buena parte de sus miembros son tiranías semejantes y aliadas del
régimen castrista.
Está a la vista del
público que cuando algún cubano ha tratado de dirigirse al Consejo para
denunciar violaciones de los DDHH no lo dejan ni hablar mediante groseras
interrupciones, insultos y descalificaciones, que violan el principio universal
de Derecho Internacional de la cortesía, que la dirección de debates es incapaz
de hacer respetar, siquiera para guardar las más mínimas apariencias.
Recientemente el
Director para las Américas de Human Rights Watch, José Miguel Vivanco, afirmó
que “las técnicas de tortura del régimen de Maduro son similares a las de
Pinochet”. El también izquierdista chileno, alabando el llamado Informe
Bachelet subrayó: “Uno pudiera creer que estamos hablando de Pinochet”.
Con estas mentiras
deliberadas, porque aquí no existe el menor rastro de pinochetismo, pretende
ocultar, sin que se le mueva un músculo de la cara, que son el ejército y la
policía de Castro los que ocupan este país y las técnicas de tortura que
aplican son las de la STASI, el ministerio de seguridad de la RDA, de Erich y
Margot Honecker, quienes en Chile gozaron de refugio hasta la muerte después
del derribo del muro de Berlín.
En estas tan buenas
manos se encuentra la defensa de nuestros derechos humanos.
Luis Marín
30-07-20
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