miércoles, 2 de abril de 2014
HUMBERTO GARCÍA LARRALDE - DE UN NEOFASCISMO LIGHT AL TOTALITARISMO
DE UN NEOFASCISMO LIGHT AL TOTALITARISMO
Humberto García Larralde
La gestión de Hugo Chávez encajó bastante
fielmente con los cánones del fascismo clásico: evocó mitos épicos (la epopeya independentista) para legitimar sus ansias
de poder; deliberadamente tergiversó la realidad para “justificar” estos
designios; controló a los medios para proyectar una visión maniquea en la que
“revolucionarios” se enfrentaban a poderosos enemigos de la Patria, tanto externos como internos; concibió a la política
como una guerra por otros medios; organizó a los suyos según preceptos
militares; desconoció los derechos de la disidencia para implantar un verdadero
apartheid político; desató la violencia para aplastar opositores; y demolió las
instituciones del Estado de Derecho liberal –entre otras cosas.
No obstante, contó con dos recursos poderosos
que le ahorraron tener que recurrir a los extremos de violencia, muerte y destrucción
de sus antecesores: un carisma
indiscutible que aglutinó tras de sí a buena parte del país, y unos ingresos
petroleros jamás vistos. El reparto de la renta le hizo creer que no importaba
destruir la economía privada, pues contaría para siempre con el apoyo popular.
Como dolorosamente han descubierto los venezolanos durante el último año, ello resultó
en “pan para hoy, hambre para mañana”.
Muerto el gran embaucador y dilapidada las
arcas del Estado entre misiones dispendiosas, regalos y corruptelas, se desnuda
la naturaleza fascista del régimen en toda su ferocidad. Lo que ha vivido el
país durante el último mes y medio, con su secuela de represión salvaje, muertes
y heridos, más de mil detenidos, persecución de dirigentes opositores y de periodistas,
y la desolación desatada por bandas armadas y Guardias Nacionales, ha sido un
amargo y brusco despertar. Con una eficacia digna de mejor encomio se ha
concatenado un terrorismo de Estado contra el cual no parece haber amparo.
Y si hubiese duda de que entramos al
tenebroso túnel del totalitarismo, el régimen afianza su neolengua
para encubrir crímenes e implantar la única verdad aceptable: la suya. Los “diálogos para la paz” se
convocan insultando a opositores y conculcándoles sus derechos; los Guardias
Nacionales que golpean y matan a mujeres desarmadas son “valientes”; se califica
de “ejemplar” la conducta de las bandas paramilitares que aterrorizan a la
población; los que cometen y amparan desde el poder estos desmanes llaman “fascistas”
a los luchadores por la democracia; y, a pesar de la convulsión social y
política que sacude al país, todo está “normal”.
Pero, al igual que salió a la superficie el
rostro sanguinario y desalmado del fascismo duro, también emergieron, de manera
cada vez más resuelta, las reservas morales, democráticas y libertarias que
anidan en este noble pueblo, en particular, en su juventud. A estas alturas
está bastante claro que la represión, lejos de aplacar la protesta, ha
contribuido a afianzarla, en rechazo de estas prácticas dictatoriales. Entonces,
¿Por qué persiste el régimen en su camino destructivo y equivocado?
Es obvio que los que usufructúan a sus anchas
el poder tienen demasiado que perder soltándolo. Las cifras oficiales del BCV
permiten calcular que, durante los últimos quince años, pasaron por las manos
de los que administran el Estado más de USA $1,3 billones (millones de millones), un promedio anual de casi $90
millardos, cifra varias veces superior a la de cualquier gobierno pasado.
Más allá, la demolición de los contrapesos al
Presidente, la falta de transparencia y de rendición de cuentas, y el usufructo
discrecional y clientelar de estos dineros, se ha traducido en un formidable
dispositivo de expoliación que ha enriquecido mucho a unos pocos, a la par que
compró amplio apoyo político, interno y externo, para perpetuarse en el poder.
Partir con estas mieles es simplemente inaceptable para quienes carecen notoriamente
de méritos para justificarlas.
Sin embargo, aun más grave es la terrible
descomposición moral y de valores que se ha producido en el ejercicio del
poder. Las triquiñuelas en la OEA para evitar que María Corina hablara, la
mentira descarada y repetida para enrostrarle a otros sus propias culpas –v.g. la estupidez de la guerra económica
como coartada a su desastrosa conducción de lo económico-, la deshumanización y
el desprecio por la vida de los demás puesta de manifiesto en los episodios de
represión recientes, la depravación revelada en los testimonios de estudiantes torturados,
la burla desvergonzada de las leyes por parte de un poder judicial demasiado
presto a complacer al ejecutivo en todo, el desprecio por la voluntad popular
al querer despojar a alcaldes y diputados electos, y la sustitución de toda
norma legal por “el que me da la gana” -como es el caso de la negativa del
alcalde Rodríguez en permitir que los estudiantes marchen al Distrito
Libertador-, dibujan una situación de creciente anomia, en la que se enseñorea el
malandraje y la violencia de bandas armadas protegidas por el Gobierno. Han
soltado amarras con todo lo que significa decencia, respeto, convivencia
democrática porque creen que con la barbarie se impondrán definitivamente a la protesta
ciudadana.
Y en esta prolongada e intermitente versión
criolla de la noche de los cristales
rotos, resalta como máximo exponente de tanta perversión, el capitán Diosdado
Cabello. Arremete con una absurda acusación contra Teodoro Petkoff y Tal Cual, y despliega toda su patanería
para despojar “a lo macho” a María Corina Machado de su condición de diputada,
porque no soporta que personas ampliamente reconocidas por su integridad, verticalidad
y apego a principios de justicia y libertad, señalen con su verbo valiente y
certero el abismo moral en que ha caído esta “revolución”.
Como dice el dicho, “es a la sombra que prospera
el crimen”. Lo humilla el honroso historial de luchas de Teodoro y la valerosa
y digna actitud asumida por María Corina. Apelando a otro aforismo, la inquina
y el resentimiento que exudan Cabello y los suyos en contra de ambos, no son
más que “el tributo que paga el vicio a la virtud”.
De manera que hemos caído de nuevo en la
disyuntiva entre civilización y barbarie que inmortalizó hace cien años Gallegos
en Doña Bárbara. La acción política
de los herederos de Chávez, como lo muestra Cabello, adquiere ahora una
dimensión visceral en la que los bajos instintos tienen rienda suelta. En uno
de sus escasas confesiones honestas, Diosdado señaló que el “comandante eterno”
era quién los “contenía”. Pero tampoco el amado mentor sale liso de tanto
desmán: se cosecha hoy sus catorce
años de invectivas y de odios contra quienes lo adversaron.
Los militares fascistas creen estar en el
país de Carujo, en el que predominan los fuertes. Toca a los venezolanos
reivindicar a Vargas y hacer que el nuestro sea “el país de los justos”.
Humberto García Larralde
Economista, profesor de la UCV
28 de marzo del 2014
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