miércoles, 26 de octubre de 2016
¿POR QUÉ SIMULAR TANTO?
¿POR QUÉ SIMULAR TANTO?
Humberto García Larralde
Las dictaduras no consultan al pueblo.
Son gobiernos autocráticos no sujetos a la ley que dependen fuertemente de
apoyo militar. Si convocan elecciones es porque tienen preparado el fraude o
confían en que sus acciones intimidatorias les asegure el triunfo. Caso del
plebiscito de Pérez Jiménez en 1957 y el de Pinochet –quien erró su
cálculo- en 1988.
Toda dictadura tiene un discurso
legitimador. Las dictaduras militares se proponen “salvar a la patria” o
“rescatarla” del derrumbe moral (o de la corrupción) a que la ha conducido el
libertinaje político. La represión es contra los enemigos que la ponen en
peligro. Una vez restituido el orden y eliminada la amenaza (matando, exilando
o apresando a los “revoltosos”), se convocarán nuevas elecciones, prometen.
Y es que las dictaduras militares, por
lo menos desde la mitad del siglo XX para acá, tienen un complejo de culpa con
la democracia. Por contraste les hace ver como lo que son, por lo que de vez en
cuando -siempre que crean tener todo controlado para no perder- aceptan ir a
elecciones para “legitimarse”. Igual que Pinochet, Daniel Ortega sale derrotado
en el sufragio de 1990.
La gran ventaja del fascismo es que no
tiene ese complejo de culpa. No necesita simular su apego a la democracia
porque no cree en ella. La denuncia como farsa liberal burguesa para engañar al
pueblo. El
discurso legitimador del fascismo ofrece un proyecto político
radicalmente distinto, fundamentado en mitos históricos y contraposiciones
maniqueas en las que un líder esclarecido conduce al pueblo a la victoria para
instaurar un mundo de justicia para los suyos.
Como lo expresara el historiador galo, Francois Furet con relación
a Hitler, éste “supo, por instinto, el más grande secreto de la política:
que la peor de las tiranías necesita el consentimiento de los tiranizados y, de
ser posible, su entusiasmo”. En este afán, más que reprimir
a las fuerzas democráticas –que sí lo hace y con extrema virulencia-, se ejerce
la violencia para encausar las transformaciones que hagan real esa utopía,
aplastando a los opositores.
La propaganda, como lo demostró su
responsable nacional-socialista, Joseph Goebbels, es un poderosísimo
instrumento para posibilitar esta violencia, pues, con el auxilio de la
manipulación y la mentira, construye una falsa realidad que allana toda
resistencia y relativiza el mal desatado sobre los opositores, porque son
enemigos del Pueblo (o de la Nación). Asímismo, galvaniza las pasiones de los
suyos en torno al combate contra éstos, legitimando su excreción del cuerpo
social.
Chávez tuvo un manejo intuitivo de estas
artes propagandísticas. Su discurso proyectó una cruzada redentora de quienes
se sentían abandonados por la democracia “puntofijista” como pretexto para
desmantelar el Estado de Derecho que se interponía a sus ansias de poder. Contó
con el derrumbe de los partidos tradicionales y con sus dotes carismáticas,
amén de beneficiarse de una escalada en los precios mundiales del crudo que le
permitió, a realazos, ilusionar a los pobres con el reparto de la renta.
Mientras alcanzaran algunas migajas para
las grandes mayorías, no habría mayor resistencia al sistema de expoliación que
instauró, con sus regulaciones, decisiones discrecionales y controles. Maduro,
que ni tiene el carisma ni ha contado con la bonanza petrolera de su mentor
creyó, a falta de neuronas, que bastaba seguir con esta orientación para
atornillarse en el poder y resguardar los poderosos intereses articulados en
torno a los mecanismos de intervención del Estado, y del manejo a discreción de
la empresa petrolera y del gasto público legados por Chávez.
Su gran problema es que el consentimiento y, menos aún, el entusiasmo de que nos hablaba
Furet en referencia al fascismo clásico, dejó de funcionar. Hoy sólo los
fanáticos se excitan con los llamados al combate urdidos en torno a los
embustes y tergiversaciones del discurso oficial. Pero, como quien no se ha
dado cuenta de ello, el decadente fascismo Madurista intenta cobijar sus
desmanes en argumentos leguleyos para aparentar su apego constitucional.
Ya no le basta las triquiñuelas
burocráticas de la banda de las cuatro en el CNE para retrasar (y desmontar) la
amenaza que representa el RR16, en el que sabe que será vapuleado. Ahora, con
una diligencia digna del aplauso de Goebbels, monta una celada burda en la cual
las invenciones de fraude lanzadas al aire irresponsablemente por el enfermo
Rodríguez -sin elemento alguno que las sustente- dan pie a que unos jueces
penales (¡!) declaren fraudulenta la activación del proceso
revocatorio (firmas superiores al 1% del patrón electoral) como señal para
que la aludida banda paralice la recolección del 20% de firmas la próxima
semana.
Recurren a este tinglado tan precario y
mentiroso ante el terror que les causa la demostración abrumadora de fuerza que
sabe acudirían en su contra los días 26, 27 y 28. Pero, ¿Por qué tanta charada
cuando está más que claro su disposición a pisotear la Constitución? ¡Ya
lo demostraron con la insólita sentencia del tsj arrogándose la potestad de aprobar
el presupuesto a espaldas de la Asamblea Nacional!
No queda duda alguna de la conducta
anticonstitucional del régimen, cuyas acciones por obstaculizar la soberanía
popular lo sitúan completamente al margen de la ley. La ventaja ideológica del
discurso fascista se les esfumó porque la inmensa mayoría de los venezolanos no
creen ya en él pero, así como la naturaleza del alacrán lo llevó a suicidarse
picando a la rana que había ofrecido cruzarlo al otro lado del río, el
Madurismo insiste con sus montajes burdos, aunque solo logra galvanizar a la
reducida fanaticada que le queda. Porque para el fascismo la política es una
guerra en la que toda concesión es una derrota.
Pero si patearon el tablero por el pavor
ante la demostración de fuerzas opositoras que les esperaba la próxima semana,
¡hagamos precisamente eso! Vayamos a una masiva recolección de firmas, nuestra,
en centros bien visibles que no deje duda alguna de la inquebrantable voluntad
mayoritaria por sacar a estos forajidos del poder.
La MUD y la mayoría democrática de la
Asamblea Nacional han hecho bien en plantarse en defensa de la Constitución. No
debemos pisar el peine de discutir la legalidad o pertinencia de esta decisión
del CNE, que viola flagrantemente la soberanía popular consagrada en los
artículos 5 de la Carta Magna, porque ello implicaría reconocer su legitimidad.
Y la defensa del orden constitucional, en estos momentos, está íntimamente
vinculado a la imperiosa necesidad de abrir posibilidades de cambiar al
presente gobierno como única manera de superar la trágica sumisión de la
población en niveles crecientes de pobreza y miseria.
Es el hambre, y las muertes y
enfermedades por no conseguir los medicamentos requeridos, los que obligan a la
defensa activa, militante de la Constitución y de su artículo 72. Es la
restitución de libertades amparadas ahí para poder discutir, sin miedo, las
soluciones que deben articularse con la ayuda de todos. Es la vuelta al imperio
de la ley, en el cual son castigados quienes atenten contra el patrimonio
público, que es de todos los venezolanos. Es la reconquista del equilibrio de
poderes que permita a la voluntad popular ejercer su soberanía a través de sus
órganos de representación para vigilar que los dineros públicos y la
administración del Estado en general, respondan fehacientemente a los intereses
de la sociedad.
En todo esto, queda como gran
interrogante la actitud de la Fuerza Armada. ¿Escogerán deslizarse por la
pendiente de convalidar atropellos a la República para resguardar los intereses
de una reducida pero poderosa oligarquía que la viene esquilmado o, por el
contrario, asumirán lo dispuesto en los artículos 328 y 333 de nuestra Ley
Fundamental? Como Talleyrand advirtió a Napoleón, las bayonetas sirven para
todo menos para sentarse en ellas.
Pero Maduro insiste en que sí e intenta
corromper militares por diversos medios para hacerlos cómplices de sus desmanes.
Pero en este afán pisotea a la Constitución y se desnuda –Almagro dixit-
como uno más de una larga y oprobiosa historia de dictadorzuelos en América
Latina. ¿Por qué simular tanto?
Artículo 328.
La Fuerza Armada
Nacional constituye una institución esencialmente profesional, sin militancia
política, organizada por el Estado para garantizar la independencia y soberanía
de la Nación y asegurar la integridad del espacio geográfico, mediante la
defensa militar, la cooperación en el mantenimiento del orden interno y la
participación activa en el desarrollo nacional, de acuerdo con esta
Constitución y con la ley. En el cumplimiento de sus funciones, está al
servicio exclusivo de la Nación y en ningún caso al de persona o parcialidad
política alguna….
Artículo 333.
Esta Constitución no
perderá su vigencia si dejare de observarse por acto de fuerza o porque fuere
derogada por cualquier otro medio distinto al previsto en ella.
En tal eventualidad,
todo ciudadano investido o ciudadana investida o no de autoridad, tendrá el
deber de colaborar en el restablecimiento de su efectiva vigencia.
Humberto García Larralde
21 octubre 2016
economista, profesor de la UCV
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario