viernes, 15 de agosto de 2014
HUMBERTO GARCÍA LARRALDE - "MORAL REVOLUCIONARIA"
“MORAL
REVOLUCIONARIA”
Humberto
García Larralde
La demagogia fascista necesita identificar un
enemigo para impulsar su proyecto político. Al describir sus atributos intimidatorios
y repetir machaconamente los supuestos peligros que encarna, legitima un estado
de emergencia en el cual todo es válido. En prosecución de los supremos
intereses de la Patria amenazada, la “revolución” no puede quedar maniatada por
formalidades legales que paralizarían la respuesta certera y justiciera del
Líder ante semejante trance.
Esta representación maniquea asienta una
construcción ideológica que justifica el desconocimiento de los derechos de
quienes son etiquetados como enemigos o como cómplices de éstos. Ello queda
plasmado de manera clara en el Proyecto Nacional Simón Bolívar, Primer Plan Socialista –PPS-, 2007-2013,
en resumen, Primer
Plan Nacional Socialista. En el aparte III, referida a la “Democracia protagónica revolucionaria”, una
inspiración Rousseauniana enuncia que los intereses colectivos deben
sobreponerse a lo individual, ya que a la comunidad “se entrega todo el poder originario del individuo, lo que produce una
voluntad general en el sentido de un poder de todos al servicio de todos”.
Prosigue más adelante: “Bajo la argucia de la libertad individual, con el camuflaje de la
‘igualdad de oportunidades’ y el acicate de la competitividad, … (el
liberalismo) legitima el interés de
grupos minoritarios contrapuestos al interés general de la sociedad.” Por
lo que el poder político debe utilizarse “…como
palanca para garantizar el bienestar social y la igualdad real entre todos los
miembros de la sociedad”, ya que la justicia -“el bienestar de todos”- debe estar por encima del derecho y “de la simple formalidad de la igualdad ante
la ley y el despotismo mercantil”.
Para evitar que intereses particulares se
impongan “al interés general de la
sociedad” –definido conforme al imaginario chavista-, se vuelan, sin
remilgos, el Estado de Derecho y las libertades individuales.
Nótese como se enfunda lo anterior en contrastes
moralistas. El deber ser “revolucionario”
no tributa a orden institucional alguno; emana directamente de los pareceres del
Líder, cuya visión privilegiada nos señala nuestros verdaderos intereses –así no tengamos cognición de ello. Lo que éste
considere “correcto” o “incorrecto” imbuye el concepto de “justicia” referida
arriba y ello es reforzado con contraposiciones simbólicas que pasan a formar
parte de la retórica oficial.
Ello dibuja una lucha épica entre un “nosotros”, portadores del bien, y
aquellos –“otros”- quienes, al
oponerse a la “revolución”, son vehículos del mal. Si bien esta “falsa
conciencia” –Marx dixit- tuvo impacto en el imaginario popular gracias al
carisma de Chávez y contribuyó, junto al enorme ingreso petrolero, en el apuntalamiento
del régimen, este efecto parece desvanecerse bajo su desangelado sucesor.
Desaparecido el embeleso del “comandante
eterno” y despalillada la portentosa renta petrolera -con sus aciagas
consecuencias en materia de inflación, escasez y mayor empobrecimiento-, el país
chavista despierta ahora frente al descomunal abismo abierto entre realidad y
retórica revolucionaria. De ahí la importancia crucial, para Maduro y los suyos,
de extremar mecanismos que aseguren la lealtad de sus seguidores.
El recién concluido III Congreso del PSUV tuvo
tal propósito. No obstante, logró su cometido a expensas de acallar las voces
críticas y desterrar todo tema incómodo del debate. Para ello apeló –una vez
más- a los resortes ideológicos con los cuales Chávez legitimó su proyecto y se le invocó como sí,
desde el más allá, bendijera como suyas las arbitrariedades de su sucesor. Este
llamado a cerrar filas se ampara en
una manida “moral revolucionaria”, plastilina
que se amolda al propósito de turno, ya que el
fin (“revolucionario”) justifica los
medios. Pero resulta cada vez más difícil ocultar la impostura que la insufla.
La camarilla gobernante recibe como héroe al
“Pollo” Carvajal, señalado por la DEA de estar al servicio del narcotráfico,
argumentando que su aprehensión en Aruba obedeció a “una agresión del imperio”.
El canciller Jaua aparece consolando palestinos hospitalizados a causa de los
bombardeos israelíes –muy solidariamente-revolucionario él- y el gobierno envía
ayuda humanitaria en su auxilio, pero el desabastecimiento de medicamentos impide
atender a centenares de venezolanos que necesitan operarse o que padecen enfermedades
crónicas graves.
El fascista más conspicuo de todos, Diosdado
Cabello, además de acusar de “mafia” a los sindicalistas de Sidor por protestar
en procura de la discusión de un contrato cuatro años postergado, arremete
contra el diputado Andrés Velásquez, quien se forjó como líder de ese gremio,
por “traicionar a los trabajadores” (¡!) porque propuso que se investigase la
represión salvaje de estas protestas. A Leopoldo López se le impide presentar
testimonios en su descargo, mientras tres de los “testigos” presentados por el
gobierno en su contra son sorprendidos cometiendo un atraco.
En la medida en que se ponen al descubierto el
cúmulo de chanchullos cometidos en el negociado de dineros públicos, se insiste
en achacarle a una supuesta “guerra económica de la burguesía” las penurias que
nos empobrecen. En fin, el mundo puesto de cabeza en nombre de contraposiciones
simbólicas simplistas –la Patria contra el imperio; el bien contra el mal- de
una “moral revolucionaria” que ampara una autocracia militarizada.
Lo peligroso es que lo anterior no puede
reducirse sólo a un grosero falseamiento de la realidad por mentes enfermas en
busca de legitimar su expoliación de la riqueza nacional; muchos se lo creen.
De ahí su revestimiento “moralista”, pues provee los pretextos para absolver
los delitos cometidos contra los venezolanos y lavar todo atisbo de mala
conciencia. Estamos, pues, frente a la “banalidad del mal” descrito por Hannah
Arendt, que tanta roncha levantó.
El andamiaje de contraposiciones maniqueas invocadas
por la ideología fasciocomunista reemplaza toda consideración moral propia, la
relativiza y amolda a los intereses del déspota y ahorra la necesidad de un
examen de conciencia ante las injusticias perpetradas. “Salva” la responsabilidad
y la culpa de quienes usufructúan hoy el poder en beneficio propio. La
“justicia revolucionaria” instrumentaliza esta perversión, reprimiendo y encarcelando
a estudiantes, con saldo trágico de muertes inocentes.
Un malandro como Kevin Ávila, investido ahora
de un cargo público, desata su venganza contra Saíram Rivas, asegurando que
permanezca presa, porque esta joven y valerosa mujer lo derrotó en las elecciones
para la presidencia del Centro de Estudiantes de la Escuela de Trabajo Social
de la UCV.
Definitivamente, no hay nada más funesto que
unos criminales con poder imbuidos en la fe de que “la Historia los absolverá”.
Humberto García Larralde, economista,
profesor de la UCV, humgarl@gmail.com
Etiquetas:
Humberto García Larralde
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario