EL VOTO O LA VIDA
Luis Marìn
En los
tiempos heroicos del sufragismo muchas mujeres sacrificaron sus vidas,
libertad, salud y hasta a sus familias (que es mucho decir) por conquistar el
sagrado derecho del voto, que es como decir, de participar en la formación de
la voluntad política del Estado.
Otro tanto
podría decirse de los ciudadanos de color que en buen número venían de la
esclavitud, esto es, de la condición de no-ciudadanos, personas humanas
desprovistas de derechos, de libertad, propiedad y como consecuencia, de
expresión política.
En todo
caso se parte del supuesto indiscutible de una cierta honradez de los
organismos electorales de los que, siendo de inspiración puritana (no
marxista), no podría siquiera sospecharse la posibilidad de que manipularan
resultados o anunciaran falsedades, porque si algo aprecian es el sentido de
la decencia profesional.
En
Venezuela la historia es al revés. Son los partidos políticos los que
conquistan el derecho al voto y luego corretean a los ciudadanos para
arrearlos por el carril electoral, por razones obvias: el voto es la moneda
con la que se compran los cargos públicos electivos y a través de ellos,
todos los demás.
No en
balde se le llama “capital electoral”, porque el que tenga más votos podrá
adquirir más cargos, por ende el poder y la riqueza que ellos conllevan. Los
electores pueden seguir siendo igualmente pobres, anónimos y conformarse con
las dadivas que los elegidos (nunca el nombre estuvo mejor puesto) les
prodiguen desde las alturas.
Con el
establecimiento de un administrador monopolista, hermético y arbitrario de
los votos, el CNE,
todo este sistema cambió de naturaleza. Los electores fueron despojados del
único instrumento que tenían para influir en la voluntad o al menos en el
discurso de los candidatos, lo que en un extremo llaman “voto castigo”, para
convertirse en mudos espectadores de lo que resuelvan las élites en sus
pugnas por los llamados “espacios”, que usualmente se dirimen tras
bastidores.
Seguir
hablando de elecciones es un abuso del lenguaje porque no se “elige” a nadie,
sino que se designan en los cogollos de las respectivas
alianzas y lo que le queda al supuesto elector es convalidar lo
que aquellos decidieron, generalmente a sus espaldas e incluso en contra de
la voluntad manifiesta de los supuestos electores finales.
Es lo que
he llamado pasar de un sistema electivo a otro convalidatorio
de tipo castrista comunista cubano donde, en efecto, hay actos de votación
(que no elecciones); pero sólo se puede votar por quien diga el jefe.
El llamado
a “votar masivamente”, esto es, como masa, es un reconocimiento
explícito de que no se considera un acto individual, consciente y
responsable. Como se sabe, las masas son inconscientes e irresponsables,
incluso amorales, porque la moral, como la responsabilidad y la conciencia
son estrictamente individuales.
De manera
que votar carece de sentido porque el voto “no elige”, no sólo porque ni
siquiera se cuentan los votos desde el año 2004 y sea un hecho completamente
palmario e inocultable que el número de votos declarados a favor de una
opción no corresponde con los cargos que les asigna el CNE;
sino por esta última vuelta de tuerca: que sólo se puede votar por quien el
régimen acepte previamente como candidato elegible.
De manera
que es falso, sin necesidad de refutación, que el pueblo tenga el presidente,
gobernadores, alcaldes y diputados que quiera, ni es cierto que exista el
derecho de elegir y ser elegido parejamente abolidos con el sistema de
postulaciones, la migración forzosa de domicilios y el salamandrismo.
Primero,
se tiene que llegar a ser candidato de la unidad, sino olvídese, será
asfixiado al nacer. Segundo, tiene que ser aceptable para los cubanos, sino
lo inhabilitan, sin aviso y sin protesto. Tercero, tiene que pasar por las
horcas caudinas del CNE,
que le dé la gana de elegirlo y proclamarlo (llegados a éste punto, las
palabras dignidad y vergüenza carecen por completo de sentido).
¿Y qué
puede hacer el candidato una vez investido? Nada, absolutamente. Que si hace
algo que valga la pena le caen a patadas, lo defenestran, lo meten preso, lo
inhabilitan, que para algo sirven el TSJ, Fiscalía, Contraloría, Defensoría,
la cayapa institucional.
Esto muy a
pesar de las lágrimas, tinta (o letras virtuales) que derramen las
sufragistas.
LOS
HABILITADOS
En
política, como en tantas otras disciplinas, lo más importante es lo que no se
dice. Aquello que a veces queda en el contexto, como algo sobreentendido,
asunto no discutido ni discutible, sea porque es el presupuesto común del
discurso, sea porque revelarlo haría imposible el más mínimo diálogo.
En el caso
de las llamadas inhabilitaciones es necesario observar que el foco de
atención se pone sobre los llamados “inhabilitados”, pero se deja en la
sombra lo más importante que son los “habilitados”, es decir, aquellos
candidatos que gozan de la pleitesía de los ocupantes cubanos y que éstos
tienen a bien dejarlos concursar, hacer propaganda diaria incluso por los
medios oficiales, vedados a cualquier opositor, aunque sea oficial.
No existe
ninguna manera de que un habilitado no advierta, para sí mismo, pero
sobre todo para aclarárselo a sus potenciales votantes, el hecho de porqué es
aceptable para las fuerzas de ocupación y en cambio tantos otros de sus
camaradas no lo son. ¿Por qué ocurre esto? ¿Será que él es cómodo, manejable,
que realmente le sirve para algo al régimen comunista venecubano?
No existe
la menor esperanza de que un habilitado considere este punto, ni
siquiera de que alguien llegue a planteárselo, porque el desarrollo del
totalitarismo ha llegado al punto de que toda expresión apenas incómoda para
la postura oficial es simplemente proscrita, se vuelve ilegal, como en Cuba,
donde toda opinión contraria a la revolución es lisa y llanamente un
delito.
Hace ya
mucho tiempo que los programas de opinión en Cubazuela imitan las patéticas
“mesas redondas” de la televisión cubana, en que los participantes rivalizan
para ver quién es más fidelista, revolucionario, mejor intérprete de la
posición oficial del partido comunista, para lo que deben dar indiscutibles
muestras de ingenio.
Los
programas de opinión venezolanos son torneos en que los participantes se
reúnen para rascarse las espaldas, reforzar sus propios puntos de vista,
convalidar sus prejuicios y sobre todo, indefectiblemente, denigrar y
descalificar a potenciales detractores que nadie sabe quiénes son y que por
definición no existen, como los abstencionistas, por ejemplo, que
nunca se expresan en ningún medio, pero son atacados por todos.
Algunos
hasta reciben un set de llamadas del público en que éste refuerza lo dicho y
repetido llevándolo a extremos insultantes a que los participantes no se
atrevían pero, claro, no pueden controlar el entusiasmo del público, lo que
confirma una vez más que estos son demócratas que sólo se hablan y escuchan a
sí mismos.
Cierto que
cada vez son menos los intelectuales que participan en estas charadas y que
sus argumentos lucen cada vez más desvaídos, como eso de que si estuviéramos
en una dictadura no podríamos estar conversando aquí, en este programa (nadie
sabe porqué); o que el voto es la única salida porque no tenemos otra, que es
la única arma que tenemos los demócratas, porque no vamos a coger un fusil
para irnos a la montaña; o que el que no vota después no tiene derecho a
reclamar nada, siendo que el voto es un derecho en sí mismo y no un requisito
o condición para poder reclamar los demás derechos.
Sin
embargo, no dejan de plantear los eternos dilemas de responsabilidad bajo la
tiranía, sin proponérselo, sólo por el hecho de estar ahí, de participar,
como los habilitados.
Quizás el
truco más burdo de la picaresca política criolla sea el de ofrecer la
candidatura principal a alguien y luego que se involucra lo suficiente como
para no poder salirse sin quedar mal, mediante un hábil juego de manos,
le quitan la candidatura a cambio de otra menor o nada.
Puede ser
un juego a dos bandas, en que por un lado el gobierno inhabilita y por el
otro la unidad (con sonrisa interna) acepta las inhabilitaciones, sin
defender siquiera a las victimas con el pretexto de que nadie la sacará de su
agenda de defender al pueblo, que no está preocupado por la suerte éste o
aquél dirigente, sino por las colas, la escasez, la inflación, la
inseguridad, etcétera.
Dejando
terriblemente desairados a los candidatos díscolos y a sus simpatizantes, que
no sólo quedan en estado de absoluta indefensión, sino que tienen que auto
inmolarse en aras de “la unidad”, jurando que harán campaña por los
candidatos que los sustituyan.
Pero hay
una línea fronteriza gruesa entre las eternas triquiñuelas de políticos
pícaros y el empantanarse en un genocidio, es imposible traspasarla sin
responsabilidad moral, política e incluso penal.
La imagen
de un payaso sangriento es más horripilante que la de un criminal nato,
quizás el desconcertante contraste sea lo que produce más horror.
LA RAZÓN
DE PÉTAIN
El
mariscal Philippe Pétain se dirigió a los franceses en una alocución radial
el 30 de octubre de 1940 para explicar su entrevista con Hitler diciendo que
“se ha propuesto una colaboración entre nuestros dos países y he aceptado”. Y
concluyó: “Entro hoy en el camino de la colaboración”. Comprometido a
“extinguir las diferencias de opinión” y “mitigar la disidencia”.
Hoy es
fácil condenarlo, a la distancia; pero pocos se detienen a indagar sus
razones y se ignora deliberadamente que la mayoría de los franceses apoyaron
su gesto y lo alabaron entonces como “el salvador de Francia”, al menos de la
zona no ocupada.
Podría
preguntarse qué sería del sur de Francia sin Pétain, quien la gobernaría e
incluso sus partidarios podían argumentar que nadie lo hubiera hecho mejor
que él, con lo que se evitaron mayores calamidades al pueblo francés.
Es lo que
en la Venezuela actual se llamaría “no ceder espacios”, compartir lo que se
pueda con el invasor, para evitar males mayores y espantar el espectro de la
guerra civil, de la confrontación estéril y el inútil derramamiento de
sangre.
No por
casualidad Pétain ganó su prestigio en la Primera Guerra Mundial como un
apaciguador, el único oficial preocupado por evitar bajas injustificadas,
opuesto a las cargas de caballería e infantería que produjeron las
carnicerías por las que hizo fama la “Gran Guerra”.
De manera
que es muy cónsono con su temperamento y consistente con su carrera haber
propuesto un armisticio con la Alemania nazi, cuando ya veía perdida la
guerra e inútil toda resistencia. Al contrario de un subalterno como Charles
De Gaulle, que se fue al exilio en Gran Bretaña y lanzó la consigna contraria
de resistencia.
Pétain
aparece en su momento como el militar y político sensato y realista, que
asume su responsabilidad ante la historia, en lugar de huir al exterior y
proponer salidas insensatas, aventureras y sin posibilidad alguna de
victoria, algo así como la Resistencia en Venezuela ante la avasallante
maquinaria militar policial del castro comunismo.
Si el
nacionalsocialismo ofreciera opciones, alternativas, no sería tan perverso. Lo
cierto es que acorrala a la gente en callejones sin salida y la va empujando
a donde quiere mediante pasos sucesivos tan coordinados como implacables. De
hecho, una buena definición socialista de la política sería: “El arte de
obligar a la gente a hacer aquello que nunca haría por propia iniciativa”.
Cierto que
es problemático responder: ¿Qué hacer en Chacao, Baruta, El Hatillo, ahora
podría añadirse San Diego y San Cristóbal, en general, en todos aquellos
lugares donde el chavismo no tiene gente ni para armar una plancha? Bien,
bien, vaya a elecciones; pero el costo es que legitima al sistema en su
conjunto y no puede decir que es honesto donde gana la oposición y fraudulento
donde lo hace el chavismo.
Como se
cansó de decirlo Pablo Pérez en el Zulia, que él era una prueba viviente de
la honestidad del sistema electoral, hasta que los militares golpistas lo
sacaron a empujones y ¿quien en su sano juicio diría que no pueden meterlo
preso cuando les dé la gana, si no respeta un tácito modus vivendi con
la dictadura militar?
El
problema de usar la lógica de Pétain es que se obtienen los mismos resultados
que él obtuvo, que cuando los nazis lo consideraron oportuno ocuparon el
resto del país y lo redujeron a lo que en realidad siempre había sido, un
rehén de las fuerzas de ocupación.
Al fin, se
entregó a las fuerzas de liberación, fue juzgado y condenado a muerte; pero
no fusilado como sus otros colaboradores, conmutándose la pena por cadena
perpetua, dicen que en consideración a su edad y ser un héroe del ejército
francés, que nunca le revocaron el rango de mariscal aunque sí el de miembro
de la Academia Francesa; en verdad, quizás le reconocían in pectore
haber hecho lo que imponían las circunstancias, según un cierto realismo
político puesto de moda cada vez que se produce otra invasión.
Pétain es
el padre de la filosofía política práctica del colaboracionismo venecubano,
como quizás de cualquier colaboracionismo. Que Dios les conceda idéntico destino.
Luis Marín
16-08-15
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domingo, 16 de agosto de 2015
EL VOTO O LA VIDA
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2 comentarios:
Después que uno lee este artículo del Doctor Marín no puede olvidar -yo al menos no lo olvidaré- que el ciudadano del común y para más señas de a pie, es un simple pelele electoral de los dueños del sistema, que viven de eso y hasta se enriquecen.
Jacinto Pérez Bermúdez
Excelente!!! Muy cierto. Hasta ahora hemos sido manejados. Esperemos que esta vez abramos los ojos!!! Mil gracias por publicar este artículo... Por cosas como esta crecemos como ciudadanos!
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