domingo, 2 de agosto de 2015
LA UTILIDAD DEL FASCISMO
LA UTILIDAD DEL FASCISMO
Luis Marín
El régimen y su oposición oficial se
acusan recíprocamente de ser “fascistas”; pero ambas acusaciones son falsas.
Uno es comunista, una suerte de filial del régimen castrista de La Habana; los
otros son en su mayoría socialdemócratas, con la excepción del partido COPEI
que es de la internacional demócrata cristiana y Primero Justicia, cuyo
referente internacional es el PP de España y quizás el PAN de México, ambos de
corte humanista cristiano.
La pregunta es: ¿Por qué esta doble
falsedad se ha impuesto tan sólidamente en el discurso político venezolano?
Tanto, que la posición de la Iglesia Católica o de la Compañía de Jesús, se
resume diciendo: “El peligro actual de América Latina no es el comunismo sino
el manejo inhumano del poder y del capitalismo con lo que se empuja a grandes
sectores de la población desesperada a dar apoyo a dictaduras populistas y
fascistas.”
Por las calles de Caracas se pasean
numerosos autobuses con grandes inscripciones que rezan: “Unidad dañada por el
fascismo y recuperada por la revolución”; con lo que ya es imposible saber qué
será lo que el régimen y su alternativa democrática entienden por “fascismo”,
pero seguro que no es algo descrito racionalmente en la historia de las ideas
políticas sino una suerte de enemigo imaginario, tan maligno como omnipotente.
¿Cómo es posible explicar que en
Venezuela haya tantos antifascistas y en cambio no haya ni un solo fascista
reconocido o reconocible? Jamás hubo en este país un partido o movimiento
fascista, ni siquiera cuando era la ideología de moda en Europa.
En sentido estricto, el fascismo sólo
existió en Italia entre 1919 y 1945, con algunas variantes de partidos y
movimientos centro-europeos con esa inspiración, que indujeron a Mussolini a
declarar solemnemente que “el fascismo no se exporta”. La verdad es que no sólo
en Venezuela, en ninguna parte del mundo han existido experimentos fascistas
después de la II Guerra Mundial.
El fascismo sólo existe en la propaganda
comunista, bajo la forma negativa del mito antifascista, esa especie de
compendio de todo lo malo que lo asemeja tanto al mito del diablo, Satanás o el
mal absoluto, que es tan propio de las mentalidades supersticiosas.
Y no habría que perder ni un minuto con
él sino fuera porque ilustres miembros de las Academias acusan a presos
políticos de ser “fascistas”, sin sufrir la menor sanción moral o censura
intelectual de sus colegas igualmente respetables académicos. Por su parte, los
más acreditados comentaristas de la alternativa democrática, sus creadores de
opinión acusan a Maduro de “fascista” con idéntica circunspección.
En una reciente Asamblea del Colegio de
Periodistas vimos con perplejidad como los más encendidos oradores denunciaban
las conductas fascistas del gobernador Ameliach en Carabobo. Vale preguntar:
¿Qué pasaría si en esa asamblea de periodistas se hubiera denunciado más bien
la conducta comunista del régimen? Si no la mitad, al
menos alguna fracción de esa asamblea se habría levantado en señal de protesta.
Y aquí está el principio de la
respuesta: la utilidad del fascismo es producir consenso, unanimidad. No es el
que no haya fascistas lo que hace inexplicable el antifascismo universal, sino
lo contrario: es precisamente porque no hay fascistas que el antifascismo
resulta tan exitoso, porque nadie se le opone.
Paradójicamente, “dialécticamente”
dirían los marxistas, el antifascismo ha logrado lo que en el fondo se proponía
su contrario: una mentalidad homogénea, sin fisuras, donde toda disidencia no
sólo resulta imposible sino incluso delictiva.
La unanimidad es la base
socio-psicológica de la unidad perfecta, del sueño totalitario.
LA UTILIDAD DE LA
MENTIRA
Un conocido catedrático de Derecho
comienza sus clases diciendo a sus alumnos que lo que se hace en los tribunales
es mentir, mentir y mentir; no se sabe si en esto entraña una denuncia o una
recomendación, pero parece más bien lo último que lo primero.
Lo extraño es que hasta ahora ningún
alumno lo haya parado advirtiendo que o bien miente, en cuyo caso no
deben creer lo que dice; o bien dice la verdad, en cuyo caso se está
contradiciendo (él no miente). Con lo cual se concluye que la mentira puede practicarse,
pero no predicarse, porque el predicador se contradice así mismo.
Cada día aumenta la legión de quienes se
dan cuenta de que la esencia del discurso del régimen comunista cubano
implantado en Venezuela es la mendacidad, no porque diga ésta o aquélla mentira
aislada, sino porque es constitutivamente falaz, un gran andamiaje de mentiras.
El problema que plantea es doble: por un
lado, da la certeza de que no puede llegar a ninguna parte por ese camino; pero
por el otro, hace imposible toda refutación racional de su discurso, puesto que
para eso sería indispensable aceptar algunos parámetros de verosimilitud, esto
es, de verdadero y falso, que es lo que ha trastocado por completo.
Uno de los problemas que plantea la
mentalidad criminal es la desvinculación del criminal con sus propios actos, de
manera que pueden negar un hecho en el mismo momento en que lo están
perpetrando. Esto siempre ha producido la mayor perplejidad en los criminólogos
que, no en balde, llaman a los delincuentes “enfermos morales”.
Estos problemas pueden llevarse a
niveles inauditos cuando organizaciones criminales toman el control del Estado
instrumentalizando sus instituciones para ponerlas al servicio de sus propios
fines delictivos, como ha ocurrido en Venezuela. Con todas las instituciones al
servicio del delito son las personas honradas las que están en problemas.
Es desalentador ver como los
delincuentes se salen con la suya con garantías absolutas de impunidad, porque
son ellos quienes encabezan las instituciones que estarían encargadas de
perseguirlos.
El Estado en general pero especialmente
el Estado de Partidos, se aprovecha de una presunción de moralidad, de
veracidad en sus actuaciones, de eso que se llama fe pública, que hace
engorroso llevar a la conciencia común el carácter inmoral, falso y de mala fe
de sus actuaciones, aunque éstas sean flagrantes, públicas y notorias.
Más desalentador todavía es ver como la
oposición oficial que debería denunciarlos asume conscientemente el discurso de
la mentira y le da un giro más, llevando esta dinámica a niveles inverosímiles,
como con todas esas promesas delirantes que hacen en el supuesto de “ganar”
unas supuestas elecciones que no son tales y que saben completamente imposibles
de ganar.
Por ejemplo, dicen que una mayoría
parlamentaria es más poderosa que cualquier presidente; pero aunque se
cumpliera la Constitución, cosa que en Venezuela no existe, resulta que el
régimen siempre ha sido y sigue siendo presidencialista, no parlamentario, por
lo que la última palabra la tiene siempre el presidente, incluso para promulgar
las leyes de la asamblea, entonces ¿no es esto mentir conscientemente?
Sin detenernos en las llamadas leyes
habilitantes, por las que la asamblea claudica de su función legislativa en el
ejecutivo, lo mismo puede decirse de las leyes que ofrecen para la repatriación
de capitales que no pueden ser extraterritoriales, para la liberación de presos
políticos que no son pasibles de amnistía, para la producción nacional y pare de
contar, porque ninguna resiste el menor análisis lógico, por no decir jurídico
ni político.
Cierto que, parafraseando a Teodoro
Petkoff, nadie se va a presentar a una elección parlamentaria diciendo: “Voten
por mí para que yo gane una canonjía, tenga inmunidad, prima por reunión,
viáticos, carro con chofer y un trampolín hacia cargos más altos”; o bien:
“Voten por mí para seguir los pasos de mi padre, que tras numerosos períodos
terminó jubilándose del congreso, rompiendo records de inasistencia a las sesiones”;
pero, esta es la realidad que exhiben y el otro discurso, ¿no es la
consagración de la mentira como política de Estado?
Todos los mentirosos del mundo se
benefician de la presunción de verdad; pero los políticos venezolanos deberían
superar la presunción de mentira.
APOCALIPSIS NOW
Las ideas de un tiempo final y de un
mundo venidero están firmemente arraigadas en el fondo de la mentalidad
popular, como producto de la escatología primero mesiánica judía y más tarde
cristiana. Siempre se asocia el uno, a la oscuridad y corrupción sin límites, a
la opresión del pueblo y maldad de los tiranos; el otro, a la resplandeciente
liberación, a la justicia y magnanimidad de un salvador beatífico.
Estas atávicas visiones apocalípticas
han adquirido una extraña actualidad en Venezuela donde no puede evitarse la
sensación de estar en el país más corrupto del planeta, en que el lavado de
dinero ha alcanzado una magnitud que amenaza la estabilidad del sistema
financiero mundial, en que la vesania y perversidad de los funcionarios no
tiene paralelo en toda la historia de la humanidad.
De manera que sin duda algo se corroe,
se pudre y cae en pedazos, pero ¿existe alguna garantía de que este derrumbe
abrirá paso al mundo por venir, aquel reino luminoso de justicia y bondad,
donde reinarán la paz y la abundancia?
La experiencia reciente de Venezuela no
puede ser más decepcionante en este respecto. Hugo Chávez pasó rápidamente de
líder mesiánico a falso profeta, no porque lo diga ningún detractor, sino él
mismo: relatando como le mentía a sus superiores exaltando la mentira como
virtud, atizando el odio, poniendo la muerte como consigna (al contrario, el
Mesías se identifica a sí mismo como la verdad, el amor y la vida).
Lo cierto es que Chávez no suprimió nada
de lo malo que encontró, sino que sumó sus propias huestes a la devastación,
incluso, los mismos adecos, copeyanos y masistas entraron a saco sobre la
administración pública como invasores extranjeros, liberados de las
restricciones que les imponían las élites de sus partidos, que antes tomaban lo
mejor para ellas dejando los desechos para el populacho.
La actual polarización pretende ser un
remedo de la anterior, un sistema que se niega a aceptar el carácter
revolucionario de las nuevas elites comunistas, que repudian el sistema
alternativo y pretenden quedarse para siempre en el poder, según el modelo
castrista que se internacionaliza a través del Foro de Sao Paulo.
No hace falta revisar el currículo de la
alternativa democrática para advertir que estos fueron diputados, miembros del
parlatino, cancilleres, embajadores, unos ministros, otros directivos de
empresas del Estado, todos usufructuarios del sistema de partidos.
El problema es que si ellos fueron los
que trajeron a Chávez, los causantes de tanto odio y resentimiento, en su mayor
parte completamente justificados, entonces: ¿Qué pueden traer ahora? ¿Cuáles
serán las tormentas que podrían generar estos vientos?
Con solo ver lo que significaron Tito
para Yugoslavia, Saddam Hussein para Irak, Gadafi para Libia y Bashar Al Asad
para Siria, el legado de Chávez prefigura como primer peligro la disolución,
con su bagaje de anarquía y violencia, de donde no puede sorprender que
nuestros buenos vecinos quieran arrancar retazos.
Con el modelo de Castro en Cuba, el
segundo peligro es el férreo sometimiento al comunismo, mediante un matrimonio
morganático del régimen títere con los partidos tradicionales, apadrinado por
Estados Unidos y bendecido por la Santa Madre Iglesia, poderes todos que
veneran la estabilidad por encima de la salvación del Alma.
No hay que ser semiólogo para darse
cuenta de que ese discurso de la unidad perfecta, la igualdad absoluta,
uniformidad general, repudia profundamente al pluralismo, la diversidad,
espontaneidad individual y a la postre la iniciativa y propiedad privadas.
Entre los extremos de “comunismo o caos”
debe abrirse paso la esperanza de la libertad.
Luis Marín
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2 comentarios:
stimado Tocayo: Como casi todos, este artículo es muy bueno y útil, pero las generalizaciones, además de injustas, resultan inconvenientes para la verdad y la libertad. No es cierto que los partidos de la era democrática de los famosos 40 años fueran unas bandas donde sus cúpulas medraban sin hartazgo en los bienes públicos; que todos los políticos son unos cafres, pues incurrirías en la incoherencia del profesor de derecho que escupe para arriba. Unos de los principios de la ideología socialcristiana, que seguí y sigo, es la perfectibilidad de la sociedad civil, que quiere decir que nada es perfecto sino el cielo, ese paraíso de los religiosos, luego todos somos imperfectos y mejorables. La corrupción es el más antiguo de los vicios -la manzana de Adán, Eva y la serpiente- y el más globalizado de los negocios; que se combate y combatirá siempre porque nunca cederá, está en la naturaleza humana; la tuya, la mía y la de todos nosotros. La superamos los que podemos y queremos sólo para verla retoñar a nuestro lado. Con todo esto dicho te llamo a compartir con más caridad y humildad para que tus palabras ayuden más. Al fin y al cabo, todos somos políticos, en el sentido propio de la palabra y de su origen. Saludos, LUIS BETANCOURT OTEYZA
¡¡Muy estimado tocayo!! Muchas gracias por escribirme.
Tocas un punto especialmente sensible, porque soy perfectamente consciente del peligro de las generalizaciones; pero no le encuentro salida y la verdad, no creo que haya ninguna solución.
Por supuesto que cuando escribo estas cosas que comentas no estoy pensando en Oswaldo, Jesús Petit o Joaquin Chaffardet, por mencionar tres que se me vienen a la mente, que considero amigos, muy respetados y apreciados; algunos exiliados incluso me han ofrecido contarme las condiciones trágicas en que salieron del país, para dejar testimonio.
Pero éste es otro peligro, el de la personalización, en que tampoco podemos caer. Como sabes, detrás de los buenos se esconde una cáfila de aprovechadores que si los señalas entonces dicen: ¡Ah, estas atacando al país, a las FFAA, a los partidos políticos!, etcétera, etcétera. Ese truco ya lo conocemos.
Ahora que lo pienso mejor, lo mismo pasaría al criticar al comunismo o los comunistas dejando de lado que podría decirse que, por ejemplo, Agustín Blanco Muñoz sea comunista, o toda una larga lista de comunistas que dejaron el pellejo luchando contra las dictaduras de este expaís…
Y los adecos, Paulina Gamus, Martha Colmenares, tantos a quienes incluso hay que agradecerles tanto…
Te confieso que tengo un hermano comunista, pero auténtico, no de estos falsos oportunistas de ahora; dos hermanas adecas irredimibles; mi esposa ¡es del Opus Dei! Ella y sus amigas más queridas, que ahora son como mis hermanas.
Hablando de hermanos, confieso también que soy Lasallista. Aún para nosotros, criticar a los jesuítas por algo particular no permite ni perdona olvidar todo lo bueno que hacen (en este caso me apena recordar a Alejandro Peña Esclusa, a su familia, a quienes aprecio tanto).
Realmente esto es muy difícil; pero la consecuencia, para ser justos, sería callar, no decir nada, como recomiendan los filósofos que más leo (y no les hago caso, como ves); pero ya no es posible callar...
Tampoco puedo escribir una esquela de disculpa para todos los amigos que puedan caer en estas injustas generalizaciones y a quienes tendría que decirles: ¡Epa, esto no es con ustedes! Todos sabemos que eso es inviable.
Espero que entiendan y dispensen, como todos, porque quien hable o escriba está expuesto al mismo problema. A lo mejor, viendo que esta pequeña nota me quedó tan larga, me animo a escribir un artículo sobre el arte de no generalizar; pero sé que no llegaré a nada concluyente y quién sabe si pisar callos inocentes es el precio que tenemos que pagar para decir lo poco que decimos.
Quizás apenas me limite a mandarle esta nota a los amigos que menciono allá arriba para que perdonen, por si acaso.
Como siempre, muy agradecido por la atención que me dispensas.
Ah!, saludos a Monsieur.
Fraternalmente,
Luis.
04-08-15.
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