martes, 19 de mayo de 2015
70 AÑOS DEL FIN DE LA II GUERRA MUNDIAL
“Según escribo estas líneas, seres humanos sumamente
civilizados me sobrevuelan intentando matarme. No sienten ninguna enemistad
personal hacia mí, ni yo hacia ellos”. George Orwell (1903-1950) escribió sobre
éste bizarro hecho en el contexto del conflicto bélico y la tragedia humana global
que fue la II Guerra Mundial y sus más de 70 millones de víctimas. ¿Cómo pudo
ocurrir algo así?
La muy civilizada Europa, la cuna de la modernidad, la
casa de Beethoven, Darwin y Picasso, no tuvo reparos en destrozarse a sí misma
en nombre del ideal nacional aderezado por esos mismos intereses mezquinos que
enceguece a la razón y al sentido común. Al sacrificio humano se llevó a
millones de inocentes a cambio de mercados, materias primas, conquistas
territoriales, y básicamente, para satisfacer el “orgullo nacional”, es decir,
respirar el aire de una gran potencia.
Una Alemania postergada, humillada y derrotada luego
de su desliz en la I Guerra Mundial (1914-1918), encontró en Hitler, un oscuro
y mediocre personaje lleno de carencias afectivas de todo tipo, el adalid de la
venganza. El odio y el rencor como llaves de la historia, como mecanismo
profundo que moviliza las más bajas pasiones humanas. Desatada la revancha, el
conflicto y el olor de la sangre por doquier, se hizo indetenible, corroborando
las dudas de Dios sobre un proyecto humano evidentemente fallido.
La más grande lección que la humanidad tuvo que haber
sacado de esa lacerante conflagración: es que la guerra es una completa
inutilidad (Igino Giordani). Y que la restauración de los Derechos Humanos y la
Democracia que resguardan la dignidad e integridad de las personas no pueden
quedarse sólo a nivel de los enunciados. Es responsabilidad de los Estados
haber aprendido del horror y nunca más olvidar. Recuperar los recuerdos pero
que no discriminen entre los verdugos y las víctimas, que a la hora de la
verdad, y más frecuente de lo que uno cree, se intercambian entre sí.
En la Historia, como en casi todo, el ganador se lo
lleva todo y aniquila el relato del vencido. No todos los alemanes fueron partidarios
del nazismo, no todos los militares de la Wehrmacht convalidaron las órdenes
injustas que les ponían en una encrucijada respecto a la conciencia y el deber
nacional. La mitología del alemán malo y el americano bueno hoy está en
revisión.
No sólo los soldados soviéticos, auténticas hordas de
la estepa y la tundra, violaron masivamente a las mujeres alemanas que se
encontraron en su camino hasta Berlín, los soldados estadounidenses hicieron
otro tanto en el frente occidental. 190.000 violaciones es la cifra que revela
la historiadora Miriam Gebhardt en el libro: Cuando llegaron los soldados.
Los románticos liberadores que las películas de Hollywood han explotado hasta
la saciedad hoy deberían esconderse de la vergüenza.
Si hay algo que hemos aprendido del oficio del
historiador es que la memoria es un recuerdo interesado y tendencioso,
básicamente una ficción. Y que las guerras y sus secuelas de horror y
sufrimiento no las debemos glorificar.
ANGEL RAFAEL LOMBARDI BOSCAN
DIRECTOR DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTORICOS DE LUZ
18 de mayo del 2015
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