miércoles, 27 de mayo de 2015
¿A LAS PUERTAS DE UNA HYPER-INFLACIÓN?
¿A LAS PUERTAS DE UNA HYPER-INFLACIÓN?
Humberto García Larralde
La atención a los fenómenos
hyper-inflacionarios tiende a centrarse en el umbral a partir del cual un alza
sostenida de precios puede llamarse hyper-inflación y en los desequilibrios
macroeconómicos que lo causan. Pero hay un elemento sicológico que también
define esta tragedia; cuando se instala una sensación de pánico en la gente
ante la subida incesante de los precios, que la impela a desprenderse de su
dinero para comprar bienes, “ya que van a encarecerse aun más”. Son expectativas
autocumplidas, pues la compra en previsión de mayor inflación, cuando es
compartida por miles, invariablemente impulsa los precios a niveles todavía más
elevados.
Tal comportamiento solo puede sostenerse
cuando hay una expansión desbordada de medios de pago por la emisión monetaria
sin respaldo de parte del Banco Central. Esto suele desatar corridas contra la
moneda local, buscando poner los haberes personales o empresariales a resguardo
de la inflación. La devaluación que sobreviene precipita una crisis de
confianza y la moneda nacional deja de ser percibida como depositaria de valor
o como unidad de cuenta. La capacidad del gobierno por tomar medidas drásticas,
coherentes y bien fundamentadas constituye un desiderátum para recuperar la
confianza en la economía y quebrar las expectativas hyper-inflacionarias.
En Venezuela se incuban todas las
condiciones antes mencionadas para la hyper-inflación.
Primero, la reforma de la Ley del Banco
Central de 2010 permitió que éste financiara directamente a las empresas
públicas, arrojando a la circulación Bs. 920 millardos hasta finales del primer
trimestre de 2015, lo que representa un 42% de la liquidez monetaria para ese
momento. Pero esta emisión se viene acelerando: en ese trimestre su
incremento fue de Bs. 245 millardos, la misma expansión que hubo en todo el año
2014. Estos dineros “inorgánicos” han posibilitado a PdVSA cubrir las
insuficiencias de caja causadas por el pago de misiones, el regalo de gasolina
a los venezolanos, el financiamiento a Cuba y a los países de PetroCaribe, el
servicio de la deuda china y el pago de impuestos, regalías y dividendos al
fisco. Con el financiamiento monetario a PdVSA se han podido validar enormes
déficits del sector público, superiores al 15% del PIB durante los últimos
cuatro años.
El desborde inflacionario de tal
expansión monetaria se agrava por la severa escasez de bienes en los anaqueles
y la merma sustancial de divisas para importar bienes, equipos e insumos –la
contracción de la oferta-, que exacerba aun más la desesperación de los
venezolanos, sobre todo cuando se trata de adquirir medicamentos vitales y
bienes de consumo básicos. Además, el desabastecimiento ofrece oportunidades a
la acción especulativa de revendedores, que añade otro factor que empuja los
precios hacia arriba.
Pero todo lo anterior no sería tan
alarmante si no fuera por el salto de garrocha que viene experimentando el
llamado dólar paralelo. Este se cotiza en un mercado que, no obstante ser
marginal en términos de volumen, se ha convertido en referencia obligada para
la fijación de precios al interior de la economía por ser el único –en el
disparatado esquema de control cambiario existente- en el que hay acceso libre
a la divisa. Como el monopolio de la oferta de dólares la tiene el gobierno y
éste se las reserva -ante la caída en los ingresos petroleros- para las
importaciones que considera “esenciales” y para pagar el abultado servicio de
la deuda pública, queda poco para el sector privado.
Además, el otorgamiento de
divisas está sujeto al arbitrio discrecional de los funcionarios que deciden al
respecto. Queda sólo el mercado paralelo para suplir necesidades no atendidas
por el dólar oficial. Percibido como la única “válvula de escape” existente, la
demanda eleva el “paralelo” y aviva la inflación.Su disparada a la estratosfera
hace que los venezolanos midan sus transacciones en términos del dólar,
obviando al bolívar como unidad de cuenta. Y con la inflación más alta del
mundo, hace rato que dejó de ser depositario de valor. Ahora se asoma de manera
insólita la dolarización de transacciones domésticas, primero con la venta de
boletos aéreos al extranjero y luego con la propuesta de vender automóviles en
la moneda estadounidense, cuando el único que gana en dólares es el gobierno.
Si éste mostrase un mínimo de coherencia
en la conducción de los asuntos económicos, tales desajustes podrían percibirse
como pasajeros, de transición, mientras se instrumentasen las medidas para
unificar el mercado cambiario -requisito indispensable para la estabilización
de precios a mediano plazo- y, con ello, crear condiciones favorables a la
inversión productiva y la generación de empleo, amparadas en garantías legales
a la propiedad y al intercambio mercantil.
Pero Maduro hace todo lo contrario,
precipitando la crisis de confianza de los venezolanos. Se cierra ante toda
posibilidad de aplicar medidas sensatas para repetir ad-nauseaum la
imbecilidad de una presunta “guerra económica” como culpable, a la que hay que
combatir a sangre y fuego. Esta única respuesta a la crisis alimenta la
difundida convicción de que su gobierno no sólo es incompetente, sino que está
empeñado abiertamente en destruir la economía. No otra cosa acarrean sus
políticas de control, regulación, acoso y prohibición.
Se reúnen así las condiciones de
desbordamiento monetario, depreciación acelerada del bolívar y pérdida de
confianza en el gobierno, para que cunda la desesperación entre los venezolanos
por su bienestar futuro y se desate un proceso hyper-inflacionario. De ocurrir,
el empobrecimiento de los asalariados será brutal: no habrá manera de mantener
su capacidad adquisitiva y los aumentos de sueldo, justificados por el intento de
atajar esta pérdida en el corto plazo, terminarán retroalimentando la
inflación. Por eso el movimiento sindical y los trabajadores en general tienen
que convertirse en los primeros abanderados de un cambio de 180 grados en la
conducción del país.
Chávez embarcó a Venezuela en el Titanic
ofreciendo camarotes de lujo, comidas esplendidas, entretenimiento y gloria. Se
acercó al cumplimiento de lo prometido repartiendo dinero a diestra y siniestra
con el petróleo a $100/barril. Pero ocurrió que su alegre y desprevenida
irresponsabilidad provocó la colisión con el iceberg. Ahora, en trance de
hundimiento, en vez de correr hacia los botes salvavidas, Maduro saca unos
taladros para abrirle más huecos al casco.
¿Y qué hacen los jerarcas del chavismo,
los diputados y funcionarios con algún nivel de responsabilidad? ¿Son todos
cómplices de este régimen hambreador y expoliador? ¿No hay un mínimo de
sensatez para evitar la tragedia que se avecina? Y la oposición democrática,
¿cómo no convertir las medidas que la prevendrían en elemento central del
debate político e insistir en el ajuste que el país implora?
No podemos permitir que nos apliquen el
letrero que Dante colocó a las puertas de su infierno: “Abandonad toda
esperanza”.
Humberto García
Larralde
economista, profesor
de la UCV
27 de mayo del 2015
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