martes, 25 de noviembre de 2014
LA NEOLENGUA EN LA LUCHA CONTRA LA CORRUPCIÓN
LA
NEOLENGUA EN LA LUCHA CONTRA LA CORRUPCIÓN
Humberto
García Larralde
En su novela, 1984, George Orwell retrata a la neolengua, idioma oficial del imperio totalitario en el que
desarrolla su historia. Una referencia a tres consignas que penden de las
paredes del Ministerio de la Verdad, denotan
el sentido de esta lengua:
La Guerra
es la Paz
La
libertad es la Esclavitud
La
ignorancia es la Fuerza
Sin duda, una poderosísima herramienta para socavar
todo significado a las palabras con las que puede aprehenderse el mundo
–prerrequisito de toda pretensión de libertad-, para hacer a las personas
totalmente dependientes de la única interpretación posible, la oficial. La policía del pensamiento obraba para
asegurar que nadie se desviara de tales verdades. Ello se remachaba con la presencia
conminatoria del rostro del Líder observando desde grandes cartelones colocados
en cada esquina, bajo el lema: El Gran
Hermano te Vigila.
La similitud con la Venezuela actual no es
mera coincidencia y ayuda a entender el sentido de muchas proclamas del
presidente Maduro. El miércoles 19 anunció una reforma a la Ley Contra la Corrupción, pero la
acompañó de un conjunto de leyes que exacerban los controles y las sanciones
sobre el quehacer económico del país. Salvo para los más enceguecidos fanáticos, nadie duda de que los excesivos controles, regulaciones y
extendidas puniciones, son los motores de la bestial corrupción que hoy destruye
el tejido económico, social y político de la nación.
La presencia de un
dólar paralelo empujado por encima de los Bs. 120 por un racionamiento funesto
de divisas a precios absurdamente bajos constituye un gigantesco incentivo por
trasegar bienes a países vecinos para obtener ganancias fabulosas. El caso más
notorio es el de la gasolina que se vende internamente a 9,5 céntimos de
bolívar, pero cuyo precio en Colombia y las islas del Caribe supera $1,2, más
de 1400 veces mayor al tipo de cambio paralelo. Con tal margen de ganancia, no
hay complicidad que no pueda comprarse. La sobrefacturación de importaciones,
la subfacturación de exportaciones y, sobre todo, la connivencia de ciertos funcionarios
para ponerse en estos dólares oficiales, son vías expresas para lucros estupendos.
Luego está la reventa de bienes subsidiados y prácticamente desaparecidos de
los estantes, a precios varias veces superiores, a través del comercio
informal. La actividad especulativa, muchas veces con sobornos de por medio, reditúa
mucho más que dedicarse a una empresa productiva, sobre todo en un contexto tan
aplastante a la iniciativa privada como el actual. Más allá, contratos
abultados otorgados sin licitación a los “amigos de la revolución”, permiten
embolsillar jugosas comisiones sin pestañear.
La falta absoluta de
transparencia en las decisiones sobre el usufructo de la riqueza nacional, la
ausencia de rendición de cuentas y el atropello a lo que queda del Estado de
Derecho a conveniencia de quienes ocupan el poder, es gasolina para el fuego de
la corrupción. Sobre todo si la complicidad de un poder judicial obsecuente
asegura total impunidad, como lo muestran a diario los oligarcas en el poder,
a-lo-Jaua. ¿Cuántas otras “colitas” no estarán dándose mientras los jerarcas se
llenan la boca denunciando a la corrupción? ¿Cuántos negocios ilícitos, robos
descarados, explican que, con USA $100 el barril de petróleo, a Venezuela no le
alcancen las divisas?
Finalmente, la
profusión de controles de aplicación discrecional, con un arsenal sancionatorio
cada vez más temible, constituye el arma perfecta para la extorsión de cuánto
funcionario policial, militar o del SUNDDE se siente alentado “a contener la
especulación”. Que lo digan los buhoneros y los pequeños comerciantes. Pero es
menester reconocer que la “revolución” democratizó a la matraca: incorporó a la
milicia y a los consejos comunales.
El modelo
político-económico “socialista” trasuda corrupción. Asegura lealtades y
complicidades avivando oportunidades de “negocio” expedito con sólo plegarse a
los dictámenes del poderoso. Es la mejor garantía de Maduro para mantenerse en
el poder. El reparto discrecional de la renta, eje del socialismo petrolero de que se valió Chávez para atornillarse en
Miraflores, y el excesivo personalismo con que se toman las decisiones que
afectan la vida de los venezolanos, sería inconcebible en un régimen acotado
por leyes que se cumplan, libertad de prensa para denunciar irregularidades y
un poder judicial que garantizara, imparcialmente, el debido proceso.
Una economía
abierta, en la cual compiten libremente entre sí empresas sujetas a un marco
legal que protege contra el fraude, en la que los consumidores tienen a su disposición
una variedad de opciones para elegir y en la que la fuerza laboral es consciente
de sus derechos y responsabilidades, subvierte el monopolio excluyente del poder
y la centralización de las decisiones sobre los recursos económicos, que sirven
de asiento al predominio de la oligarquía Bolivariana. Por eso los controles,
la aplicación discrecional y arbitraria de castigos, y la ausencia total de
transparencia y de equidad con que se toman medidas. Perpetuar este caldo de
cultivo de la corrupción es un elemento cardinal al esquema actual de dominación.
No en balde, la nueva ley de Maduro se reserva la información sobre hechos de
corrupción. ¡Cero transparencia!
Pero no es sólo
cinismo e ignorancia –de lo cual sin duda hay bastante- lo que explica el
contrasentido de esta repentina “cruzada” anti-corrupción. Más importante es la
fabricación de “enemigos”, central a las pretensiones de legitimidad de todo
régimen fascista. De ahí que la “guerra económica” –estupidez como ninguna
desde una óptica racional- cumple un propósito fundamental, que es culpabilizar
a los demás del desastre urdido por el socialismo petrolero. La neolengua bolivariana es crucial para
“justificar” esta impostura y preservar así la expoliación de los ingresos de
la nación por parte de militares y enchufados.
El “socialismo” es
bueno –se argumenta-, defiende a los pobres. Ahí están los bienes y servicios
baratos, gracias al control “revolucionario” de los precios. Que no se consigan
es culpa de los “enemigos del pueblo”, “traidores a la patria”. Y si alguien
señala que estos controles -además del cruel desabastecimiento-, han engendrado
la inflación más alta del mundo, los “revolucionarios” ripostan que la vida
austera, “liberada” del consumismo dispendioso que nos quiere imponer el
imperio, templa la moral y propicia sentimientos de solidaridad y de
cooperación, semillas del Hombre Nuevo. ¡Ser rico es malo!
Ante las expectativas
aun más sombrías sobre lo que nos espera asociadas a la caída del precio del
petróleo, Maduro, en vez de preparar un enjundioso programa de ajuste con la
ayuda de las mentes más calificadas del país para evitar que sucumba definitivamente
la economía, se prepara más bien para la guerra. ¡A cerrar filas! y le aprieta
aun más las tuercas al sector privado, se arremete contra diputados que
denuncian la corrupción y se criminaliza la protesta.
Porque la neolengua le permite a Maduro
proyectarse ahora como adalid de la lucha contra la corrupción. Pero para ello
es menester la ley que hará desaparecer al IVIC, el ahogo progresivo de las
universidades y el silenciamiento y acoso de todo medio crítico. A la par, se expulsan
dirigentes incómodos del PSUV por denunciar
irregularidades y atropello de sus derechos como militantes, se activa una ley sapo al interior de ese partido para intimidar y
mantener callados a otros y ni de vaina que desarma a los colectivos. La neolengua es incompatible con la inteligencia.
Humberto García Larralde
economista, profesor de la UCV
Etiquetas:
Humberto García Larralde - Corrupción
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