martes, 25 de noviembre de 2014
PRECIO DE LA CARNE EN LA VENEZUELA SEGURA
PRECIO DE LA CARNE EN LA VENEZUELA SEGURA
Ramón Santaella
¡Pedro!
¡Sí!
¡Por favor!, acércate un
momento para que veas esto
Es la compañera de vida de
Pedro, vecinos de la localidad, quien, alarmada interrumpe la cotidianidad del
marido cuando lee la prensa diaria en su biblioteca; exige su presencia en la
cocina, donde últimamente ha tenido que desarrollar su capacidad inventora para
preparar cada almuerzo, supuestamente, considerado por ellos como la comida más
importante del día.
Pocas veces cenan, colocando como pretexto lo dañino que resulta comer en
las noches; en consecuencia, van a la cama sin consumir alimentos o toman un trozo
de pan “campesino” (solo de nombre), lo acompañan con queso blanco y matizan con
un jugo, generalmente, de lechosa.
En relación al desayuno, después que el jamón superó la barrera de Bsf.300
el kilo y escasea el queso amarillo, igualmente costoso, han decidido realizar
dicha comida en la calle, visitan al vendedor de empanadas o al de pastelitos,
pero, aun cuando estos productos son pequeños, su precio es de Bsf.30, el café,
negro, grande, Bsf.25 y un supuesto jugo de frutas (cargado de agua corriente y
azúcar para enfermar a los clientes), cuesta Bsf.25.
Si antes, tiempo no muy
lejano, se consumían los mismos productos por Bsf.45, ahora deben cancelar
Bsf.110, siempre y cuando, no acudan a las ventas localizadas en centros
comerciales, donde el producto alcanza precios mayores; por otra parte, las
empanadas deben ser de queso llanero o carne mechada, porque pedirlas con atún,
cazón, pabellón o mariscos, es presenciar la subida de precios, hasta alcanzar Bsf.60
en las últimas nombradas.
Pero, Juana, la compañera
del mencionado vecino, no le ha llamado para oírlo describir lo que comen o
explique si cenan o desayunan y dónde lo hacen; ha llamado su atención por otra
cosa.
Aquí estoy, ¿Qué deseas?,
pregunta él.
Ella abre la puerta de la
nevera y le dice: ¡Por favor!, échale un vistazo y dime que ves.
Pedro responde: Amor, veo
una hermosa jarra azul marino, con agua helada en su interior.
¿Ves alguna otra cosa?,
pregunta Juana.
¡No!, no hay otra cosa que
mirar, expresa Pedro.
¡Amor!, dice ella, mirándolo
fijamente: esta nevera da lástima, está consumiendo energía por no dejar, solo
para enfriar el agua de la jarra; deberíamos desconectarla ¿No crees?
Nuestro vecino intenta
responderle: ¡Oye, amor!, la ironía está demás, ya sé el estado en el que se
encuentra nuestra nevera, pero, ¡ten calma!, estamos esperando el aguinaldo,
¡aguántate!, solo faltan unos días, te prometo que haremos mercado y la
llenaremos de algo más que agua. Es más, estoy casi seguro que por ahí viene un
aumentote de salario, porque el Presidente le está aumentando a los obreros, a
la gente que trabaja.
¡Espera!, espera, responde Juana,
si es como tú dices, ¿por qué le subieron tanto a los militares?
Te das cuenta, indica Pedro,
por eso te decía que oyeras la alocución presidencial, para que no te
confundieras como ahora, él lo dijo muy claro: “les subo 45% del sueldo porque
Ustedes son los obreros de la paz”, ¡muchacha!, ¡hubieses visto como lo
aplaudieron!; Juana…, ¿verdad que provoca ser militar?
¡Mira,
Pedro! Bájate de esa nube que ya tu tiempo pasó, estás muy viejo para la gracia
y no puedes ser siquiera reservista, mejor pensamos en las cosas de la casa, ¡sabes, no te hagas el loco!, la nevera está
vacía.
¡Pedro!, deja de soñar mijo, ¿Podríamos comprar un poco de carne siquiera
para el almuerzo de hoy?, después, cuando te entreguen el aguinaldo, compramos lo
que nos hace falta, ¿te parece?
Él encogiéndose de
hombros responde: ¡está bien, amor!,
está bien, ojalá consigamos carne blandita porque la última punta de trasero
que adquirimos en la carnicería del portugués, bien cara, por cierto, no
pudimos meterle el diente, ni siquiera fue
suficiente darle con la piedra para que ablandara, pero, nos la vendieron como de primera.
Y…, se pregunta en voz alta como para que Juana lo oiga: ¿Qué sería de este
país si no tuviésemos patria y para
complemento, segura?
Luego, dirigiéndose a su
compañera, expresa: ¡Amor!, haremos lo siguiente, iremos a la carnicería que
visitamos el otro día en Cagua; allí venden caro pero, hay aire acondicionado,
la atención es buena, respetan el orden de llegada y la carne es de primera.
Ella lo interrumpe: ¡Coño!, Pedro, ¡lo aburguesado te sale por los poros!,
lo que interesa, mi amor, es que la carne sea blandita, digerible, que no la
perdamos como la anterior; ¡eso es cuanto interesa!.
Lo cierto es que ese italiano se está llenando con ese negocio, exclama el
vecino, y comenta: ya verás cómo las personas se sientan para ser atendidas,
sin preguntar precios; simplemente, piden, piden, llenan bolsas de carne, pagan
cuanto les cobran y no ha pasado nada.
Figúrate, hay quien pide la limpieza del producto y tú verás como el lomito
o el ganso de res, pesados con anterioridad, son limpiados y de tanto pellejo
que le extraen, reducen su peso en unos cuanto cientos de gramos, y no pasa
nada.
¡Amor!, se dirige a Juana
que va a su lado
¡Sí, dime!, responde ella
¡Sabroso tener dinero para comprar lo que uno quiera, sin estar pendiente
del precio y el gasto, verdad!
Ella intenta complementar el deseo del compañero y añade:
¡Sabes amor!, nos importaría un carajo que el Gobierno devalúe la moneda,
que el Dólar sea verde, marrón o tenga diferentes valores como divisa, según
esos “sicates”, lo preocupante es el desabastecimiento.
¡Amor!, no digas eso, responde Pedro: si hay desabastecimiento es porque lo
otro también importa y bastante; no olvides que acá no producimos más que
petróleo y ahora, se dice que está en picada; así que hay que andar con cuidado
y debemos confesarnos para que Dios se apiade de nosotros en los próximos años.
¡Juana!, este Diciembre debería ser de abstinencia, habrá que hacer como
las hormigas porque no sabemos cuál será la dimensión del aguacero.
¡Mira!, estamos llegando a la carnicería.
En la carnicería:
¡Ay, qué bueno!, nos tocó el
nº 45 y van por el 38, dentro de poco estaremos sentados, ordenando.
¡Amor!
¡Sí!
¿No te llama la atención que
en esta carnicería no exista precio de las carnes por ningún lado?
¡Amor, no hables tan
fuerte!, ¡mejor, cállate!, no te das cuenta que a este negocio solo vienen
representantes de la burguesía.
¡Entonces!, dice ella, ¿quiere decir que el Gobierno no se mete con este tipo
de negocios?, porque a fin de cuentas, deben estar especulando con los precios
pero …
¡Amor!, él llama de nuevo la
atención de Juana, ¡tranquila, sí!
Ella, un tanto nerviosa: ¡Pedro!,
¿Nos vamos?
¿Por qué?, responde él: ¿acaso
no estamos acá para comprar carne de primera?
Ella replica: ¿Tú crees te
alcance el dinero que trajiste?
Él dice: Ya te dije que al
recibir el aguinaldo me emparejo, repondremos lo que gastemos hoy y ya, a comer
buena carne porque Venezuela es de todos y somos iguales, el derecho nos asiste.
¡Ay, ya viene tu número!,
dice ella un tanto emocionada.
Se desocupa una de las
sillas, parecen eléctricas comenta el vecino, porque después que uno se sienta
en ellas, es como no poder separarse de las mismas y hasta por imitar a los
demás, consciente o no, cuando el carnicero pregunta por el pedido, comenzamos
a demandar de todo.
El peso electrónico, marca: kilo de solomo de cuerito (lomo de res),
Bsf.340 el kilo, y si uno ha pedido un kilo y sobra algún pedazo que no quiere
sea adquirido por otra persona, dice: ¡por favor!, coloque lo restante; la chuleta
de cerdo, de la redondita, a Bsf.290, la misma actitud; salchichas de “Río
Caribe”, Bsf.380; lo más barato es la costilla de res que antes comprábamos el
kilo en Bsf.20, para hacerle sopa al perro; ahora, con más huesos que carne,
Bsf.140 el kilo; ya no pensamos en el perro.
Si se te ocurre decirle al
carnicero que quieres algo especial para hacer una parrillita de costilla -piensa
el vecino-, las escoge con trozos de falda (carne para mechar), de manera que
al llevarla a la parrilla, no hay diente que pueda entrarle y el único que se
aprovecha de ello, es el perro de la vecina porque el nuestro, precisa, está muriendo de viejo y se le han caído
colmillos y dientes.
Lo cierto es que al momento
de hacer el pedido, una señora que recién ocupa la silla de al lado, les da con
el codo y dice: No se les vaya ocurrir comprar pernil aquí que el “presidente o
vicepresidente de la papa”, le está asegurando al pueblo que habrá pernil para
todos en Diciembre.
Tengo entendido, si no oí
mal que en Puerto Cabello hay unos cuantos contéineres con 20.000 Tm de
perniles; eso sí, colocarán máquinas capta huellas para evitar que los vivos de
siempre se lleven más de la cuenta y dejen a otros sin nada.
Lo que soy yo, mijitos, continúa diciendo dicha señora: estoy rezando todos
los días para que no los dejen podrir en el puerto y estoy dispuesta a no ver
para los lados, haré mi colita en cualquier mercal porque la igualdad ha
llegado y no voy a dejar de comerme un buen pedazo de pernil, por el qué dirán
si hago cola; después de todo, es lo que una hace cuando quiere adquirir
cualquier producto necesario en los supermercados.
Y…, ¡Saben una cosa!, aquí venden muy caro, señores, esto no lo aguanta
nadie, hay que ser rico para comer carne de primera, aparte de las otras carnicerías
que engañan a una y que vendiéndole carne de primera y terminamos echándosela
al perro que tiene caninos capaces de masticar esa suela.
Disculpe que la interrumpa, doñita, dice Pablo, debemos retiramos, ya cancelamos,
gracias por su compañía y el consejo, lo tomaré en cuenta, con su permiso,
chao.
¡Amor!, pregunta Juana, mientras caminan hacia el estacionamiento: ¿Tú
conoces a esa señora, la que estaba hablando contigo?
¡No, y Tú!, responde el marido.
Bueno, yo preguntaba porque es bueno mantener cierta relación con ella
porque ¡fíjate!, sabe qué venderán en los mercales y como tú hablaste de que todos
somos iguales, se me ocurre que podemos comprar en esos establecimientos, a fin
de cuentas, siempre estamos haciendo cola.
¡Claro!, aquí en la carnicería no la hicimos porque sería el colmo que ante
una carne tan cara, tuviésemos que hacer cola para adquirirla.
¡Amor!
¡Sí!
¡Por favor!, abre la puerta del carro, sí.
Gracias
Ahora, dice Pedro, el que se mantenga
calladito hasta llegar a la casa, gana, ¡ok!
RSY.
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