domingo, 30 de noviembre de 2014
SIN ATENUANTES
SIN ATENUANTES
Gonzalo Himiob Santomé
Gonzalo Himiob,
abogado, criminalista, docente universitario, Fundador del Foro Penal Venezolano,
ensayista y poeta, refiere en su texto tres casos, que sirven para poner en
evidencia lo que es la ‘justicia’ que hoy se aplica en este expaís.
Estos son apenas
algunos ejemplos, que refieren en su crudeza el padecimiento de muchos más que
permanecen encerrados, en condiciones similares, sin juicio, sin derechos, sin
apelación, a merced de los dictámenes de un sistema policial y judicial, que
hace mucho rompió con toda legalidad.
Son los olvidados.
Importa levantar la voz en su nombre. mery sananes
GERARDO
Gerardo no tiene derecho a saber si es
de día o de noche. Lo mantienen bajo tierra, en una celda completamente blanca
y sin ventanas, en la que la monocromía solo la rompe el gris de la exigua
cobija que cubre su catre. Una pálida luz permanece encendida las 24 horas del
día y una cámara espía todos sus movimientos. Sus abogados no lo pueden
visitar. Son “órdenes de arriba”, le dicen. Únicamente recibe el consuelo
semanal de su familia en unas visitas restringidas y apuradas que son su único
contacto con el mundo exterior. Sabe, sin embargo, que no está solo. Otros
comparten con él, a esa misma profundidad y en las mismas condiciones, esos
pequeños y aterradores espacios que hasta los mismos custodios llaman “las
tumbas”. Así se siente él, en un sepulcro, enterrado en vida.
Goza, sin embargo, de breves escapes. Tal es la hondura de su encierro, y tan
intensa es su necesidad de conocer cuánto tiempo pasa en esas tristes
condiciones, que ha agudizado su oído para acompasar su ritmo diario al primer y
al último tren del metro, que en esas profundidades, se sienten a través de las
gruesas paredes de su ergástulo. Solo así puede saber cuándo comienza y cuándo
termina un día, aunque su sistema nervioso, privado de cualquier posibilidad de
regularizar su melatonina, no asimila el truco y sigue buscando pautas y
normalidades que Gerardo tiene, también por “órdenes de arriba”, vedadas.
Hasta sus carceleros saben que nadie debe ser sometido a tratos semejantes,
mucho menos cuando el gobierno se precia continuamente de su supuesto
“humanismo”. Pero eso al poder no le importa. Más le afana usarlo a él, y
también a otros, como “ejemplos”. En este mundo al revés que padecemos, si un
alto funcionario disfruta de los aviones de PDVSA para el goce privado de su familia,
o si otros violentan y hasta matan a los demás vistiendo de rojo, eso no es tan
grave como cometer el pecado de alzar la voz contra el presidente. La espiral
del miedo que a tantos paraliza no se alimenta sola, es insaciable y no sabe de
humanidad ni de respeto a los DDHH. La regla a imponer es la del silencio, sin
atenuantes.
Gerardo lidia dignamente con su soledad, con la injusticia, con los daños a su
salud que todo esto le produce y hasta con los “zamuros” (rábulas oportunistas
ávidos de exposición mediática) que cada vez que pueden se le acercan para
hablarle mal de sus defensores y para prometerle villas y castillos que, él lo
tiene muy claro, hoy por hoy no son más que espejismos. Sin embargo, aunque le
robaron injustamente la luz del sol y su libertad, no han podido quitarle el
amor por sus hijos. Para ellos es y fue siempre su lucha. Ellos son su fuerza y
su bastión.
MARCELO
Marcelo sigue tratando de asimilar su infortunio. Le resulta difícil, pues es
abogado y no hay nada peor para una mente entrenada en las artes de la ley que
sufrir, en carne propia, la irracionalidad de los abusos del poder. También le
resultan muy duras las paradojas que supone su encierro. Marcelo fue Director
de Yare I, y tenía bajo su mando y supervisión a la que hoy es la Directora de
Yare III, lugar en el que lleva más de 220 días detenido ¿Su pecado? Ser
activista de DDHH y haber asistido legalmente y de manera gratuita a unas
personas en un allanamiento. Fue detenido, bajo engaño además, en el momento en
el que prestaba sus servicios a quienes se lo pidieron, sin estar cometiendo
delito ni tener orden de captura dictada contra él. Fue detenido por ejercer su
profesión.
A veces piensa que tampoco se le perdonan las duras palabras que contra la
persecución injusta de manifestantes, pronunció en febrero de este año, cuando
le tocó, como voluntario del Foro Penal Venezolano, asistir en una audiencia a
varios de los jóvenes detenidos en una causa delicada: La que luego serviría
para procesar a Leopoldo López.
Marcelo está mal. Desde su celda de máxima seguridad padece día a día 40 grados
centígrados de calor sofocante, viendo además que sus problemas de la columna,
y lo que es más grave, ese implacable cáncer en la piel que cada día le roba un
trozo más de vida, le tratan con la misma crueldad que le muestran sus
captores.
Está preocupado por sus hijos de 3 y de 5 años de edad. Vivía en un apartamento
alquilado y era el único sostén de su familia. Llega diciembre y no podrá estar
con ellos. Eso le duele mucho más de lo que se permite reconocer. Ya no dicta
sus clases de derecho penal, y la verdad sea dicha, a veces se cuestiona si su
amor por el conocimiento y la enseñanza vale aún la pena.
Es que la sevicia se le dispensa sin atenuantes. Lo importante, para quienes le
tienen sometido, no es que esté enfermo o que merezca en todo caso ser juzgado
en libertad, sino el mensaje que el poder envía a los demás abogados del país:
“No se metan a redentores. Si defienden a un “apátrida”, a un “guarimbero” o a
un estudiante revoltoso, aunque la ley esté de su lado, son ustedes unos
criminales”.
Sin embargo, cada noche (Marcelo, al menos, sí puede ver desde su celda la luz
del sol) ve un trocito de cielo nocturno en el que, si tiene suerte, a veces se
coloca como si fuese solo para él, una estrella. Entonces se calma. Sabe que no
es un criminal, y que en todo caso ese mote cala más en quienes, con sus
abusos, le robaron el abrazo navideño de sus hijos. La justicia llegará,
Marcelo lo sabe.
INÉS
Esta semana Inés esperaba tranquila que la dejaran en libertad. La orden la
había dictado el tribunal que lleva su causa, a solicitud de la fiscalía. Es
una muchacha apasionada, de carácter fuerte. Eso la llevó a emitir públicamente
muy duras palabras contra el gobierno y sus agentes. Ese era su pecado, y hasta
cierto punto ella misma lo reconocía como tal.
Pero eso es una cosa y otra, muy diferente, es que tus trinos te lleven a la
cárcel. Así no funcionan la democracia ni los DDHH. Además, la pena que en todo
caso le correspondería, en caso de ser condenada, no permite que se la mantenga
encarcelada durante el proceso. Por ello había sido acordada su libertad; pero
no contaba Inés con el tamaño de la maldad contra la que luchaba.
Pasaban los días, y sus carceleros no la dejaban salir. Excusas mediante, minuto
a minuto empeoraba el olor de la triquiñuela que preparaban contra ella. El
gobierno no estaba dispuesto a respetar ni la Constitución que dejó el
“gigante”, y tenía que demostrar que, contra los suyos, ni el pétalo de una
rosa. Le llegó al cabo de cuatro días de incumplimiento descarado de una orden
directa del tribunal, una sorpresa sin atenuantes: El mismo juzgado que había
ordenado su libertad, a instancias de la misma fiscalía que la había pedido, le
había revocado la medida y había ordenado (cruel ironía) su “captura”, pese a
que sus captores jamás la habían liberado.
Inés no desfallece. Sus ideales son incapturables. La lucha por su libertad
sigue. Ella sabe que su causa es a la vez la de millones de personas que no
están dispuestas a tolerar que en Venezuela, como era antes, mande más un
policía que un juez.
@HimiobSantome
Gerardo Carrero,
estudiante (Sebin)
Marcelo Crovato,
abogado (Yare III)
Inés González Arraga, twitera (Helicoide)
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