domingo, 26 de febrero de 2017
OPOSICIÓN: ¿REFORMA O PROYECTO?
Rene Magritte
OPOSICIÓN
¿REFORMA O PROYECTO?
Miguel Aponte
Maduro ya lo dijo,
habrá elecciones sólo cuando estén seguros de ganar. Entonces, ¿cómo entender
una oposición cuya sola estrategia es literalmente esperar las elecciones que
quiera el régimen y, mientras tanto, dejarse siempre doblegar? Si descartamos
la mala fe, ¿qué pasa allí? Cuando el político responsable se plantea cualquier
acción, lo único que permite saber si ésta tiene sentido es que responda a un
proyecto dado. Si no, beneficiará al adversario o tendrá valor nulo. Sin
proyecto no podrá concebirse nada nuevo. No se trata de un talento especial ni
magia, sino de estricta lógica: si usted no concibe aquello que busca, ¿qué
espera encontrar? Cuando se está en la oposición todo esto equivale a fracasar.
El reformista
trabaja, trágicamente y aunque no quiera, a favor del presente que adversa; y
en última instancia conviene a quien ejerce el poder. No es que toda reforma
sea mala y que nunca quepa, sino que no se sepa distinguir cuando no aplica,
como es el caso de Venezuela hoy. Repitámoslo: Gandhi no recomendaba a los
ingleses cómo hacer más viable su dominación, les pedía que se fueran, punto; y
no colaboraba: era un pacifista, pero no un reformista, tenía clara su visión y
la procuraba sin pausa. El antídoto contra el reformismo es el proyecto.
Para nosotros, el
proyecto de país es el “Proyecto Democrático”. Ahora, esté claro, su
elaboración supone un momento que es teoría, planteamiento, discusión y
propósito, dar cuenta de los fines que se proponen. Y esto porque la verdadera
política es acción y no reacción. Para que el hacer político cobre sentido
tiene que ser búsqueda consciente de algo y ese “algo” es, repetimos, el
proyecto. El problema del liderazgo opositor es que no apunta a nada: carece de
proyecto. Se sabotea a sí mismo; trabaja -suponemos que sin querer- para su
propia destrucción o para convivir con el régimen. Se queda siempre en la
anécdota, sin ser capaz de decidir en verdad qué hacer en lo que importa: salir
de Maduro y no corregirle la tarea.
Miguel Aponte @DoublePlusUT
domingo, 19 de febrero de 2017
EL LEGADO DE OBAMA
EL LEGADO DE OBAMA
Los venezolanos recordaran a Barack
Hussein Obama II por haber decretado que este país es “una amenaza inusual y
extraordinaria para la seguridad nacional y la política exterior de los Estados
Unidos” por lo que declaró “una emergencia nacional para hacer frente a esta
amenaza” y luego no haber hecho nada al respecto.
Salvo las medidas dictadas inicialmente
contra siete funcionarios, lista que se ha ido ampliando más por presiones del
Congreso que por iniciativa de la Administración, pero aquellas siguen siendo
las mismas, que no son sanciones propiamente dichas, porque si privar de visa
fuera una sanción entonces la mayoría de los pocos venezolanos que las
solicitan estarían sancionados; como el bloqueo de bienes, que presupone
tenerlos en EEUU y que no impide que, por ejemplo, si alguno falleciera, sus
herederos pudieran reclamarlos, por no decir que con toda seguridad los tienen
a nombre de terceros.
Luego la Administración terminó casi que
disculpándose por haber dictado el Decreto, ante el escándalo del Foro de Sao
Paulo, aduciendo que ciertamente Venezuela no es una amenaza creíble para EEUU,
pero tenía que hacerlo así porque es un requisito exigido por leyes de
emergencia que permiten aplicar sanciones económicas, o sea, que es una
cuestión de mera forma.
La disculpa es más bien una confesión,
porque si se decreta que es amenaza quien en verdad no lo es, sólo por cumplir
requisitos establecidos para la aplicación subsecuente de normas concatenadas,
en español eso se llama fraude a la ley, esto es, modificar
deliberadamente los factores de conexión establecidos en las leyes para
conseguir la aplicación de aquellas que sean más favorables a la realización de
los propios deseos, burlando una restricción legal.
La motivación del Decreto es la violación
de DDHH, corrupción pública significativa y la inexistencia de un mínimo
democrático en Venezuela y si bien es necesaria una alta elucubración para
entender cómo es que esto amenaza la seguridad nacional y la política exterior
de los EEUU lo más arduo es hacerlo compatible con la política de apertura al
régimen de Castro, responsable directo de todos aquellos desmanes.
Si hasta la Conferencia Episcopal de
Venezuela ha llegado a la conclusión de que la causa de este desastre es la
imposición de un modelo totalitario, plasmado en el llamado Plan de la Patria,
que no es otra cosa que la implantación del castrocomunismo en este país,
cabeza de puente para su expansión a todo el continente.
Así sacaron a Cuba de la lista de países
patrocinadores del terrorismo porque hacía seis meses que no participaba en
esas actividades y, según el New York Times, renunció a sus relaciones con
organizaciones terroristas; aunque es público y notorio que el secretariado de
las FARC vive a cuerpo de rey en La Habana, junto a los Panteras Negras, los
Macheteros de Puerto Rico y cualquier otro terrorista de ranking mundial.
Ni por asomo aparecen las palabras
comunismo, guerrilla, islamismo, yihad, que no calzan en la retórica de Obama;
pero lo más inquietante es que no perciba violaciones de DDHH, corrupción
pública significativa e inexistencia de un mínimo democrático, en Cuba.
Todo el cambio de enfoque de su política
hacia Cuba se basa en el supuesto de que las de diez administraciones
anteriores “no funcionaron”; alguien debería decirle que la suya hacia
Venezuela no solo no funciona sino que resulta payasesca.
Los funcionarios sancionados han sido
todos recompensados por el régimen, elevados a la categoría de héroes de la
patria y no parece que ni siquiera la exposición pública internacional haya
disminuido un ápice la saña criminal con que siguen actuando.
En cambio, sirve para la campaña
propagandística más ridícula y falsaria de la historia, en la que se muestran
pescadores de Margarita, indios del Amazonas, campesinos de los llanos,
ancianos, niños (pero ni uno solo de los corruptos sancionados) clamando:
“¡Obama, deroga el Decreto ya!”
Cuando se hace una falsificación, lo que
queda en el mundo es lo falso, no lo que pretenden los farsantes. Ese es el
legado de Obama y otros legados.
AUTORRETRATO HABLADO
En su discurso de despedida de la
presidencia el 10 de enero, Obama ofreció una oportunidad como pocas para hacer
una condensada interpretación de contenido de la retórica izquierdista que es
parte indisoluble de su mensaje.
En general, el común denominador es la
incongruencia entre la proclamada adhesión a una tradición fundamentada en “los
principios de quienes crearon esta gran nación” y las proclamas
revolucionarias, clasistas y racistas, que obviamente no tienen nada que ver
con los “Padres Fundadores”, blancos, anglosajones, protestantes.
En particular, habría que ir desgranando
las frases dejadas caer aquí y allá como al pasar que son groseramente ambiguas
y vagas, que no dicen lo que dicen, de manera que cada quien puede
interpretarlas como convenga o según se ajusten a sus prejuicios, mezcladas con
medias verdades y francas mentiras.
Valgan unos pocos ejemplos: Si les
hubiera dicho hace ocho años “que abriríamos un nuevo capítulo con el pueblo
cubano”. ¿Qué significa eso? No parece ni bueno ni malo “un nuevo capítulo”;
pero, ¿con el pueblo cubano? Es una flagrante falsedad. Obama nunca se reunió
ni pactó nada con el pueblo cubano sino con Raúl Castro. Los afiches con los
que empapelaron La Habana lo exhiben con el tirano, respaldándolo, ante ese
pueblo oprimido que quizás haya sentido tanto o más desencanto que el
venezolano.
Y continúa: “que cerraríamos el programa
nuclear de Irán sin disparar un tiro”. Esta sí que es una mentira
escalofriante. El programa nuclear de Irán nunca ha sido cerrado, ni siquiera
suspendido. Si acaso recibió una tregua por diez años, lo que es significativo
porque como se han cansado de advertir los expertos israelíes, sin que nadie
escuche, es exactamente lo que hizo Mahoma en su canónica “tregua con la tribu
de Quraish”.
Un hecho histórico que se remonta al año
628, conocido como Tratado de Hudaybiyyah, que estableció una tregua por diez
años entre Medina y Quraish y que Mahoma rompió tan pronto como tuvo la fuerza
suficiente para aplastar a los infieles. Desde entonces los musulmanes hacen
rutinariamente lo mismo “cuando el enemigo es duro y fuerte”, sólo mientras no
puedan vencerlo.
“Que íbamos a conseguir la igualdad en
el matrimonio”. ¿Y esto qué es? ¿La igualdad entre marido y mujer? No puede ser
que Obama consiguió eso. ¿O será su respaldo al llamado matrimonio Gay? Pero no
lo dice claramente, sino que suelta algo de contenido difuso, muy propio de su
estilo pero para nada puritano.
Si al principio dijo que el país se basa
en “la idea de abrazarlos a todos y no sólo a unos pocos”, reitera que “unos
pocos prosperan a costa de la clase media”, y que “nuestro comercio debe ser
justo y no sólo libre”, deslizando la vieja contraposición socialista entre
justicia y libertad, olvidando que quien sacrifica la libertad en aras de la
justicia se queda sin ninguna de las dos.
“Darle a los trabajadores el poder de
fundar sindicatos para tener mejores salarios” es una posición ideológica que
presupone que el nivel salarial es un problema político, de poder, y no
económico, de productividad, que haya más torta que repartir y no más poder
para quedarse con un pedazo mayor de la misma torta e incluso de una menor, que
es lo que ocurre cuando se grava excesivamente la actividad productiva.
Pero la verdad histórica es que los
capitanes de empresa que “hicieron la grandeza de este país” tuvieron que
luchar contra los sindicatos y derrotarlos a veces a sangre y fuego, porque la
mentalidad sindicalista gira sólo en un ritornelo: reducir la jornada laboral
(trabajar menos) y aumentar el salario (ganar más); y esto ha sido denunciado
por los mismos marxistas: no en balde lo primero que hacen los comunistas
cuando llegan al poder es desmembrar los sindicatos e imponer los propios.
Si el clasismo de Obama es repugnante,
su racismo es una burda impostura. No sólo porque sea hijo de mujer blanca y
padre transeúnte que volvió a Kenya sin mayor nexo con EEUU, sin antecedentes
de esclavitud, discriminación, participación en luchas por los derechos civiles
o que haya nacido en Hawái, donde jamás hubo segregación racial o educado en
Chicago, muy lejos del Sur y de plantación alguna; sino porque es el niño
mimado de Harvard, que goza del favoritismo de la élite y del aplauso clamoroso
y sostenido de la izquierda más exquisita, sofisticada, frívola e irresponsable
del planeta.
No obstante, puede articular su diatriba
contra “los poderosos” desde el podio de la Presidencia, decir que después de
su elección “se hablaba de una nación post racial. Esa visión, por bien
intencionada que haya sido, nunca fue realista”.
“Si cada cuestión económica se
enmarca como una lucha entre una clase media blanca trabajadora y las minorías
indignas, entonces los trabajadores de la más diversa índole terminarán
luchando por migajas mientras los ricos se retiran aún más en sus enclaves
privados”. “Para los norteamericanos blancos significa reconocer que los
efectos de la esclavitud y (las leyes) Jim Crow no desaparecieron
repentinamente en los años 60”.
El espíritu americano, la fe en la Razón
y en la empresa, la primacía del Derecho sobre la fuerza, es “lo que nos
permitió derrotar al fascismo y la tiranía durante la
Gran Depresión y construir un orden posterior a la Segunda Guerra
Mundial”. Es inevitable observar aquí un salto histórico interesado: lo
que se conoce como Gran Depresión fue el crack económico de 1929 y entonces el
desafío a la democracia lo planteaban el comunismo y el anarcosindicalismo.
EEUU no entró en la II GM sino en diciembre de 1941, bien lejos de la Gran
Depresión; pero el antifascismo es una obsesión izquierdista.
En la actualidad el reto está planteado
primero “por violentos fanáticos que dicen actuar en
nombre del Islam” (sólo lo dicen), a los que habría que combatir desde una
posición de principios, para no dejar de ser lo que somos.
“Por eso hemos terminado con la tortura,
trabajado para cerrar Guantánamo, es por eso que rechazo la discriminación
contra los musulmanes estadounidenses (ovación, la más larga de todas). Aquí, a
punto de extenuación, cabe advertir que no son los musulmanes quienes
discriminan a los que llaman infieles, degüellan cristianos, ejecutan atentados
suicidas, dicen que los judíos no pueden profanar el Monte del Templo “con sus
sucios pies”, ni permiten a nadie siquiera pisar en Tierra Santa, que es toda
Arabia, no, éstas son invenciones islamófobas: La verdad, de Obama, es que los
musulmanes son los discriminados, doblemente, si son musulmanes negros.
El discurso de Obama es el exacto
retrato de sí mismo.
LA LISTA DE TRUMP
Es abismal la diferencia entre el inicio
del período de Obama y el de Trump, aquél recibido con regocijo por los poderes
mundiales al punto de que le adelantaron un premio Nobel de la Paz, no por lo
que había hecho sino por lo que se supone que podría hacer en el futuro;
éste, con una rechifla universal que le anticipa un impeachment,
algo sorprendente porque se supone que procede por actuaciones atinentes al
cargo y para entonces todavía ni siquiera había tomado posesión; lo acusan de
loco, amenazan con asesinarlo y hay quienes solicitan que sea depuesto por un
golpe militar.
La virtud hasta ahora inigualada de la
democracia americana es la transferencia pacífica del poder de un presidente a
otro libremente electo. Obama dice que “le prometí al Presidente Trump que mi
administración garantizaría una transición sin problemas”; pero ¿es eso lo que
está ocurriendo?
Todavía antes de que asumiera el cargo
ya había violentas manifestaciones en las calles de varias ciudades,
generosamente replicadas en los medios, contra un gobierno que ni siquiera
había comenzado, sin señal de que vayan a detenerse sino de todo lo contrario.
Esto sí que es un gran cambio en la
concepción de la democracia porque implica que las políticas de la
Administración anterior no van a poder cambiarse por la siguiente, de signo
contrario, porque eso terminaría con la paz de la República, ignorando así el
voto de la mayoría, que antes era el estandarte de la democracia en América.
El cambio lo marcó Obama al decir que la
Constitución no es más que “un pedazo de papel”, que es la tesis de Ferdinand
Lassalle, fundador y más influyente ideólogo de la socialdemocracia alemana,
para quien “la esencia de la Constitución de un país es la suma de los factores
reales de poder que rigen en ese país”.
De manera que no tiene ningún valor
inmanente, ni sagrado, sino que es la expresión del crudo balance de los
poderes fácticos de una sociedad histórica concreta; bueno, eso no es lo que
creían los “Padres Fundadores”, ni los Presidentes juran sobre una conjunción
real de poder, sino sobre aquel venerable “pedazo de papel”.
En Latinoamérica ya lo hemos vivido y
observamos cómo se han establecido dictaduras perpetuas mediante el expediente
de desestabilizar en la calle cualquier otro gobierno de modo que nadie pueda
mantenerse en el poder sino el autócrata insurgente.
Es el caso de Bolivia, Ecuador,
Nicaragua; pero éstos son los últimos de la fila, nadie podía imaginar que esta
táctica pudiera aplicarse a tan gran escala y en la primera potencia del mundo.
Sin embargo, la izquierda ha comprobado que la temeridad rinde frutos
inesperados en un mundo que premia la “post verdad” y donde la manipulación de
las conciencias no parece tener límites.
En verdad, ya lo hicieron cuando se
lanzaron en una arriesgada campaña contra el establishment a
favor del “Vietnam heroico”: todo el mundo se escandaliza por la conspiración
de Nixon en Watergate; pero nadie repara en la conspiración contra Nixon
que llevó a su derrocamiento, orquestada por el New York Times y el Washington
Post. Algo semejante vimos en Venezuela con el derrocamiento de Carlos Andrés
Pérez.
De manera que es muy pertinente el
aserto de Trump de devolverle el poder al pueblo, que ha desatado la furia de
los poderes facticos, que pretenden aniquilarlo antes de que pueda hacer algo.
Prometió revertir la apertura de Obama
hacia el régimen comunista de Castro y ajustar cuentas con su filial en
Venezuela, restableciendo el orden de lo principal a lo accesorio. Obama nunca
dijo lo más importante: Que el Partido Comunista Cubano tiene que abandonar el
poder como prerrequisito para cualquier transición en la isla.
Lo que está por verse es si Trump podrá
llevar a cabo siquiera uno de los puntos de su lista de promesas: si manda el
pueblo o el New York Times.
Luis Marín
19-02-17
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Venezuea 2017
viernes, 10 de febrero de 2017
SUPERVIVENCIA INFRAHUMANA
SUPERVIVENCIA INFRAHUMANA
Carlos Hermoso
Hay verdades que hasta las piedras las
saben, y una de ellas —que la padecemos en carne propia millones de
trabajadores venezolanos— es que los
salarios no alcanzan ni siquiera para cubrir las condiciones mínimas para vivir.
Se cumple de manera precisa aquello de que el salario debe estar por debajo de
tales condiciones. Se trata de un asunto histórico que hace casi 150 años anunciaron Adam Smith y David Ricardo. Es lo que permite que la rueda
del capital siga girando. Pero los sectores
medios, los profesionales, un tanto liberados de esa máxima del liberalismo
clásico —que ha
llegado a extremos tales por la
aplicación del neoliberalismo—,
también se ven afectados sensiblemente. El abrupto incremento de la pobreza
ahoga y aprieta como nunca en un país que no conoce precedentes en su historia
contemporánea.
Resulta supina —aunque muy extendida como
una verdad de “sentido común”— la afirmación según la cual los aumentos salariales conducen a mayor inflación. Fastidiosa resulta ya esa
cantilena. Primero se produce
la inflación como resultado de haberse violentado el principio —señalado por
Marx en el Libro Primero de El capital—
según el cual:
El Estado lanza al proceso de circulación, desde
afuera, billetes de papel que llevan impresas sus denominaciones dinerarias, como por ejemplo 1 libra esterlina, 5 libras
esterlinas, etc. En la medida en que esos billetes circulan efectivamente en lugar
de cantidades de oro homónimas, se limitan a
reflejar en su movimiento las leyes del curso dinerario. Una ley específica de la circulación de billetes no
puede surgir sino de la proporción en que éstos representan el oro. Y esa ley
es, simplemente, la de que la emisión del papel moneda ha de limitarse a la
cantidad en que tendría que circular el oro (o la plata) representado
simbólicamente por dicho papel.
Haciendo abstracción del aparente receso
que tuvo el llamado patrón oro, esta ley siempre ha tenido y tendrá vigencia
mientras impere la forma valor. Mientras
China, Rusia e India acaparan la compra de oro, se consolida el bitcoin. En cualquier caso, la emisión
de papel moneda de manera arbitraria para equilibrar el presupuesto, para
reducir el déficit, indefectiblemente lleva a la inflación. No es otra cosa lo que la genera.
Se produce una mayor escalada de precios si
sumamos la especulación y el precio del dólar. Partiendo de que no todo aumento
de precios, o toda variación de precios,
obedece a la masa de papel moneda en el mercado, sino también a otras determinaciones
como la especulación —y sobre todo al valor de cambio de las mercancías—,
podemos observar que en Venezuela las variaciones de los precios al alza son
resultado de la inflación y la especulación. Con ello se explica la drástica
caída de la capacidad de demanda social. Ante lo cual el gobierno se ha visto
obligado, siendo generosos en la categorización, a medio compensar la caída del poder adquisitivo del salario, a
riesgo de que la depresión sea aún mayor.
Entretanto, el gobierno sigue manteniendo
la emisión de papel moneda, ante el estímulo de que la inflación le permite una
mayor recaudación vía IVA y otros tributos, incluido el correspondiente al
salario, disfrazado de impuesto sobre la renta a personas naturales. En fin, una
política fiscal y tributaria regresiva que atenta contra la capacidad de
demanda social. Esa es la política chavista de estos tiempos.
Estas circunstancias conducen a que la
caída de la demanda y las bajas compensaciones salariales no permitan una
recuperación del poder adquisitivo del bolívar a tal escala que posibilite un
incremento de la oferta de bienes y servicios. El mercado de bienes básicos de
la dieta y la reproducción social también se ve afectado, pero no en la misma
medida en que lo hace la realización de los productos de menor rigidez en la
demanda ante las variaciones de precio. Esto es, por más que caiga el salario,
los trabajadores y asalariados en general siempre buscarán un margen de sus
ingresos para hacerse de los productos de primera necesidad, entre ellos alimentos
básicos de la dieta, sobre todo de los niños, y medicinas de dolencias crónicas
graves. Ante las variaciones al alza de los precios, se mantiene una correspondiente
demanda a riesgo de que la mengua se haga más aguda, con rasgos de animalidad o
subhumanidad. Varían sus precios al alza y aun así la familia hace todo el
esfuerzo para adquirir el producto. Circunstancia en la cual hace gala la ideología
dominante: ética del comerciante que
especula al máximo, sin parar mientes en la necesidad que agobia al
demandante. Asimismo, la gran empresa de alimentos parece sólida, mientras
aprovecha para monopolizar cada vez más productos, valga decir empresas Polar.
Pero los bienes y servicios de menor rango
para satisfacer las necesidades básicas van siendo dejados a un lado ante el
continuo incremento de precios. Es así como pueden ir a la quiebra o mermar en
sus ganancias pequeños propietarios y comerciantes, por no poder realizar sus
productos ante la caída de la demanda. Restaurantes, comercios diversos,
mercados como el de vehículos, entre otros, están sufriendo las consecuencias
de la caída extrema de la demanda social. A su vez, cuando se producen las
compensaciones, los pequeños productores se ven aún más afectados toda vez que
no pueden cubrir el incremento en sus costos de producción y funcionamiento.
No es la compensación salarial lo que
incrementa la inflación. No es la compensación lo que afecta al dueño de los
bienes, al empresario, pues. Es el gobierno con su política de despelote para
la emisión de moneda sin respaldo. Sumemos que la política económica para nada
busca incrementar la producción. No hace nada el gobierno por canalizar el
ahorro social hacia la inversión productiva. Con la inflación tiende a
paralizarse el crédito en general y el productivo en particular. Luego, el gobierno
le busca compensaciones a la banca con papeles y negociados diversos. Todo ello
incrementa la deuda pública que a la postre es más social que ninguna otra
cosa, pues la paga la gente con los dineros que le extrae el gobierno con su política
fiscal y tributaria. Otro de los círculos perversos que configura el gobierno
en favor de la oligarquía financiera.
Cuando la inflación no afecta tan
sensiblemente la demanda, cualquier empresario previsor —sobre todo los dueños
de ramas de bienes de elasticidad rígida— puede muy bien obtener superganancias,
entre una compensación salarial y otra. Esto le permite nutrir un fondo contingente
para el nuevo incremento salarial y aun así obtener ganancias extraordinarias,
superiores a la media en todo caso. Pesa en esto la naturaleza de los bienes en
el mercado. La escasez generalizada y la inflación perjudican fundamental y
principalmente al trabajador y a su familia. Estratégicamente favorece a los
empresarios que ven caer al mínimo el salario del obrero y de todos quienes viven
del trabajo.
En definitiva, vivimos no solamente un
espiral que ya se acepta como hiperinflacionaria, sino que la caída del
producto nos sitúa en una situación depresiva. Inflación con recesión —es
decir, con estancamiento o retroceso— se le conoce como estanflación, que a la
postre favorece de manera clara a los capitales más competitivos que logran
absorber a quienes sucumben. En Venezuela la circunstancia se expresa de manera
palmaria en el grupo Polar cuyos productos desde el año 2000 se han cuadruplicado,
pasando de 32 a más de 100 bajo su firma.
De allí que la especie según la cual los
aumentos salariales —en realidad las escuálidas compensaciones— contribuyen con
la inflación es pura ideología. Nada tiene que ver con la realidad por lo que resulta
hasta ridículo oír en boca de un dirigente sindical tal afirmación. Eso deben dejarlo
en la voz del empresario y sus ideólogos, sobre todo los economistas.
Carlos Hermoso
Caracas, 8 de febrero de 2017
viernes, 3 de febrero de 2017
LA DESESPERANZA NO ES CAMINO
LA DESESPERANZA NO ES CAMINO
Editorial de Analítica del
03 de febrero del 2017
El 23 de enero de
1958 fue una fecha crucial en la historia política de nuestro país, por ser el
día en que se puso fin a la dictadura militar, que había sido la forma
predominante de gobierno en Venezuela durante la mayor parte del siglo XX.
Fue importante porque
el sector militar de entonces entendió que un país moderno no podía seguir
dependiendo de la voluntad y de los caprichos de un hombre, y que era
indispensable unir a la sociedad venezolana para que esta concibiera las vías
para vivir de manera democrática.
Afortunadamente, la
persona seleccionada para ocupar el cargo del depuesto dictador era sencilla y honesta, el vicealmirante Wolfgang
Larrazábal, quien presidió con alto talante democrático la junta de gobierno
que llevó al país a elecciones libres universales y secretas.
Ahora, el 23 de enero
de 2017 debe ser la fecha en la que la mayoría de la población venezolana exija
e imponga un cambio, para que se restaure la democracia que con tantos
sacrificios se logró a finales de los años cincuenta.
Democracia es
pluralidad de pensamiento y acción, es confianza en el voto universal y
secreto, es respeto a las minorías, es separación de poderes, es libertad de
prensa, es aceptación de la disidencia, es no tener presos políticos, es
tolerancia, inclusión social y responsabilidad y honestidad en el manejo de la
cosa pública.
En fin, democracia es
esperanza en que con unión se puede construir un mejor país.
Enviado por Emilio Figueredo
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