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domingo, 23 de junio de 2019
FORO DE SAO PAULO EN CARACAS
FORO DE SAO PAULO 2019
EN CARACAS
Luis Marín
En
medio de la mayor crisis humanitaria de la historia latinoamericana,
equiparable a las peores que en el mundo han sido, ¿qué pueden hacer las
delegaciones en Caracas que no sea declarar orgullosamente que sí, que esto es
lo que ellos proponen para el resto de los respectivos países de dónde
provienen?
Un
hecho desconcertante, porque no basta toda la inversión ideológica a la que la
izquierda global nos tiene acostumbrados para trocar lo negro en blanco y lo
que está a la vista en quiméricas fantasías: esto no puede ser una meta para
nadie en su sano juicio.
No
obstante, la tradición comunista está poblada de consignas como “no pasaran”,
de mitos como “el sitio de Stalingrado”, o la mentalidad de “plaza sitiada” que
constituye Cuba en los últimos sesenta años.
Estas
concepciones hincan sus raíces en los tiempos heroicos del comunismo, en las
grandes catástrofes y conflictos que han cimbrado la historia de la humanidad
para cambiar su rumbo en dirección completamente inesperada e impensable en los
períodos anteriores de relativa normalidad.
Tanto
es así que los revolucionarios auténticos se convierten en unos nostálgicos del
futuro, añorando la llegada de esos períodos en los que “lo extraordinario se
vuelve cotidiano” como sinónimo de revolución y que les permite abrigar la
ilusión de que están “escribiendo la historia”.
No
importa que una y otra vez se demuestre que la historia no la escribe nadie,
como no sea póstumamente, después que todo haya pasado y cuyos resultados nunca
son lo que se han propuesto los actores, que la historia si bien puede tener
actores, ciertamente no tiene autor, ni guionista.
Todos
los ensayos de ingeniería social, de edificar la nueva sociedad y al hombre
nuevo, desde el experimento nacionalsocialista y fascista, hasta el comunismo
soviético, han terminado en memorables cataclismos que todavía hoy nos
asombran; pero extrañamente el socialismo encuentra energías renovadas para
volverlo a intentar una y otra vez con idénticos resultados.
De
manera que la intransigencia ideológica nos conduce a la política del
atrincheramiento, no existe ninguna posibilidad de concesiones, ni retroceso,
al contrario, cualquier intento en este sentido se considera como claudicación,
sino francamente un acto de traición.
Frente
a los revolucionarios organizados y armados, no existe ninguna otra alternativa
que no sea la victoria, derrotarlos en el terreno o en cambio sucumbir a sus
quiméricas ilusiones historicistas, la idea de que el futuro se puede construir
según planes preconcebidos.
Decir
que el régimen cubano apoya al de Venezuela para mantenerlo en el poder a
cualquier costo es no ver el tema en toda su amplitud, que realmente existe un
plan para expandir el comunismo en todo el continente, incluso en los EEUU,
tarea en la que se han logrado grandes avances y en la que no están dispuestos
a retroceder.
El
FSP gobierna en al menos diez países latinoamericanos y está en coalición en
España, es la principal oposición en otros tantos, conquistó a México y su
próximo objetivo declarado es Colombia. La agresividad e intransigencia les ha
dado buenos resultados, ¿por qué tendrían que cambiar su política? La consigna
es: “Unidad, lucha, batalla, victoria.”
Son
bien conocidas las líneas maestras de política implementadas por las
organizaciones que se agrupan en el FSP, por lo que su par dialéctico debe
seguir otras en sentido diametralmente opuesto: de derecha, liberal, pro
capitalista, en estrecha alianza con EEUU e Israel.
Aunque
no existe nada equivalente a la mentalidad de trincheras en el ideario liberal,
que más bien tiende a la funcionalidad y al sentido práctico, es indispensable
crear un anti-Foro de Sao Paulo que le haga frente en todo el continente, con
innovación y creatividad.
El
eje de la nueva política muy bien podría también perfilarse en Caracas.
Luis Marín
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lunes, 10 de junio de 2019
¡¡Y TODAVÍA SIGUE AHÍ!!
¡¡Y TODAVÍA SIGUE AHÍ!!
Humberto García Larralde
Por más increíble que parezca, el monstruo que tanto daño ha infligido a
los venezolanos, que es repudiado por la inmensa mayoría, desconocido por los
gobiernos de más de 60 países democráticos, acusado de violar sistemáticamente
los derechos humanos en foros internacionales, continúa usurpando el poder
después de seis meses. Seis meses, tenemos padeciendo de un enfermo sin
escrúpulo alguno para proseguir, al costo que fuera, con sus políticas de
destrucción y expoliación nacional. Decían que dónde pisaba el caballo de Atila
no crecía la hierba, expresión de la saña con que su jinete destruía todo
vestigio de civilización (romana). El régimen de Maduro lo ha superado con
creces.
Al verlo en la entrevista con el periodista Jorge Ramos, sorprende su
empeño en eludir preguntas embarazosas repitiendo sandeces aprendidas de
manuales comunistas de los años sesenta. Se presenta al entrevistador como
presidente “obrero” (¡!), como si tal farsa confiriera a sus opiniones alguna
autoridad. Sumido en la más absoluta estulticia, repite clichés acartonados
para despachar a Ramos como de “derecha”, “militante político de la oposición”
“agente del imperialismo”. En fin, un personaje de lo más patético, incapaz de
abordar el mundo real sin muletillas ideológicas obsoletas, cayéndose
repetidamente a embustes en un intento por obviar el juicio demoledor de sus
compatriotas. Por si las dudas, se hizo patente que estamos en manos de un
energúmeno totalmente ajeno a cualquier posibilidad de compartir salidas a la
terrible situación del país..
Pero peor todavía son los militares que lo mantienen en el poder.
Sorprende que, durante todos estos años, ninguno haya hecho nada para librar a
los venezolanos de tanto sufrimiento. Son resultado de un proceso de “selección
adversa” aplicado deliberadamente durante años para promover a los más viles y
ruines como encargados de su custodia y para ocupar los cargos de mando de la
Fuerza Armada y, en particular, de los cuerpos de seguridad de estado.
Proporcionan una medida de las labores de limpieza y desintoxicación que
habrá que emprender una vez desalojemos a las mafias del poder. Aun así,
asombra que ninguno haya sentido siquiera la más mínima angustia ante los
crímenes de Maduro y los suyos como para tomar la determinación de ponerles
fin. Parece que estamos ante un núcleo duro y curtido de desalmados, que
erradicaron toda sensibilidad o criterio moral ante tanto padecimiento.
Para los investigadores Yates y Farah, constituyen la Empresa Criminal
Conjunta Bolivariana[1] que ha esquilmado centenares de miles de millones de
dólares del país, extendiendo sus tentáculos a cuentas bancarias y negocios
turbios a nivel internacional. El agravante es que, además de la solidaridad
intermafiosa para depredar a sus anchas un coto de caza tan lucrativo como ha
sido Venezuela, se inviste de una farsa “revolucionaria” para encubrir sus
desmanes y legitimarse ante el pensamiento “progre” mundial.
Este ardid tiene gran efectividad, no porque la mafia se crea realmente
su impostura, sino porque está obligada a hacer de ella una realidad
alternativa, inexpugnable, como refugio ante sus crímenes.. Busca aislarse en
una burbuja autocomplaciente cargada de epítetos con los cuales auto-absolverse
y revertir la carga en contra de sus acusadores, como se evidenció con la
patética actuación de Maduro con Jorge Ramos. Al haber traspasado todo límite
moral, ético y humano en su trato con los venezolanos, los mafiosos se han
trasladado a un limbo sin contacto con la realidad, cuyos únicos referentes son
aquellos que los eximen de todo cargo de conciencia, Así pueden proseguir, sin
remilgos, sus negocios. Representa una necesidad existencial, un asunto de
sobrevivencia.
La gran pregunta es, ¿Con estos señores se puede negociar un acuerdo
para que se vayan?
Por supuesto, cualquier posibilidad de resolver la grave situación
actual sin derramamiento de sangre, es preferible. Pero hay que tener claro con quién se negocia
y para qué. De tratarse de una dictadura militar habría un piso de racionalidad
y de intereses definidos, con base en el cual una adecuada combinación de
amenazas, concesiones y ofertas de perdón podría generar eventualmente una
solución consensuada que abriese las puertas a la recuperación del país.
Pero no es una dictadura militar porque los militares dejaron hace
tiempo de ser una institución. No existe unidad de mando, respeto por las
jerarquías, un cuerpo de valores y/o de directrices que los unifiquen en torno
a objetivos compartidos, ni la confianza requerida para coordinar esfuerzos ni
el apresto, los repuestos y servicios de apoyo requeridos para ser operativos.
La mentida columna vertical del régimen fascista de Maduro está carcomida por
la anomia que resulta de apetencias y prácticas mafiosas que se imponen a todo
lo demás. Se trata de una mafia militarizada, no de una institución. Con
Pinochet se pudo negociar porque detrás de él había una institución capaz de
ponderar la gravedad de la situación a que se enfrentaban de desconocer los
resultados del plebiscito de 1988.
Y, si se examina el resto de la oligarquía expoliadora, tampoco se
consigue piso sólido como para sostener una negociación seria. A pesar de las
expectativas creadas ante la imperiosidad de encontrarle salidas a la terrible
crisis que está acabando con el país, los venezolanos nos enteramos de que el
matrimonio reciente de la hija de Cabello dilapidó la bicoca de 16 millones
euros, que el susodicho se fue para la Habana para organizar el Foro de Sao
Paulo en nuestro país el próximo mes, que la fraudulenta asamblea constituyente
se auto extendió su “vigencia” hasta finales de 2020, y que Maduro quiere
elecciones, ¡pero de la Asamblea Nacional!
Mientras, unos 33 parlamentarios son perseguidos o presos, habiéndoles
allanado arbitrariamente su inmunidad. La vida de los mafiosos sigue como si
nada. ¿En qué planeta habitan? Estamos frente a un estado fallido que no
respeta a Maduro pero lo mantiene ahí como ”pararrayo” que los ampara ante toda
crítica a sus negocitos particulares. ¿Quiénes serán los negociadores, qué
garantías ofrecen?
Es erróneo plantearse la negociación como alternativa a una solución de
fuerza. Es, más bien, el último paso para evitar una solución de fuerza que, de
otra manera, parece inexorable. El apaciguamiento no funcionó con Hitler.
Tampoco lo va a hacer con los fascistas venezolanos y sus mentores cubanos.
Para eso el blindaje ideológico. Pero la solución de fuerza no parece depender
de nosotros, a menos que aparezca el mítico militar institucionalista
venezolano dispuesto, como Larrazábal hace 50 años, a liderar el desplazamiento
de Maduro.
De no ser así, estamos a merced de nuestros aliados internacionales, la
mayoría de los cuales son renuentes a una intervención militar.. Un desafío de
la diplomacia democrática es saber explicar las complejidades del problema que
enfrentamos. Y, ante el reproche de que corresponde a los venezolanos resolver
nuestros problemas, me remito a los alemanes bajo Hitler.
Dos grandes problemas acotan las posibilidades de una solución negociada
factible. Una, que el gobierno de transición que surja sea económicamente
viable. Dada la devastación sufrida, ello será imposible sin un generoso
financiamiento internacional. Ahora bien, ningún ente va a prestar ingentes
cantidades de dinero a un gobierno en que participen representantes de la
mafia. ¿Es posible que las mafias accedan a una coalición en la que no estén?
El segundo problema es la necesidad de contar con un estamento militar
confiable que sirva, en última instancia, como sostén de un principio de
autoridad en torno al orden constitucional. ¿Un contrasentido? Muy posible,
pero estamos frente a un país que puede dejar definitivamente de ser ante el
arrase que han hecho de sus instituciones, normas y valores de convivencia, las
mafias y los contingentes de malandros “revolucionarios” empoderados. El
demonio de la anomia y la anarquía. ¿Estaremos a la altura de este desafío?
Humberto García Larralde
economista, profesor de la UCV
humgarl@gmail.com
[1] https://www.infobae.com/america/venezuela/2019/05/30/asi-opera-la-empresa-criminal-conjunta-bolivariana-que-mantiene-al-dictador-nicolas-maduro-en-el-poder/
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