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domingo, 30 de agosto de 2020
VENEZOLANOS FRENTE A BIDEN
VENEZOLANOS FRENTE A BIDEN
Luis Marín
En los anales de la psicopatología social del siglo XXI debe figurar en
sitio destacado el caso de los venezolanos que han salido del país huyendo del
socialismo y una vez instalados en lugar seguro, en los EEUU, por ejemplo,
apoyan allá la misma agenda política que los expulsó de aquí.
Lo curioso es que utilizan el mismo discurso: EEUU no es Venezuela,
exaltan las sólidas instituciones norteamericanas, el imperio de la Ley, el
Estado de Derecho, ese ADN democrático que corre por las venas de los
ciudadanos de ese gran país. No, allá no puede ocurrir lo que pasó aquí y ante
cualquier reparo responden: “No vale, yo no creo”.
Recordemos la ingeniosa tesis de Moisés Naím de que el problema de
Venezuela no es el socialismo: “Los venezolanos están huyendo no sólo de la
indigencia sino también del colapso del orden público y de la falta de
servicios más básicos: la electricidad, el agua corriente, las
telecomunicaciones, las carreteras, una moneda que funcione, la salud y la
educación. A fin de cuentas, estos refugiados no huyen del ´socialismo´, se
escapan de un gobierno infernal y fracasado”. Es como decir que los cubanos que
se echan en una balsa al estrecho de La Florida no están escapando del
´comunismo´ sino de toda la lista anterior.
De manera que se puede reconocer la realidad de ambos países, que es
imposible negar, y no obstante salir de ello con la convicción socialista
intacta, porque todas las consecuencias que se derivan de la aplicación del
modelo, donde quiera que sea, no le son imputables, se explican por una mala
gestión, corrupción de funcionarios u otros errores inexcusables; pero la
doctrina sobrevive completamente refractaria al testimonio de la realidad.
Otros venezolanos, menos ingeniosos que Naím, eluden esas disquisiciones
doctrinarias y prefieren argumentar que JB, en realidad, no es socialista. Él
es un individuo moderado, sensato, equilibrado, equidistante del supremacismo
derechista de Trump y del extremismo de izquierda, representado por las turbas
de Antifa y Black Lives Matter que, por alguna razón maliciosa, se suelen
asociar con su agenda.
No es poca razón haber sido vicepresidente de Obama durante todo su
reinado confirmando la percepción tradicional de que “este cargo es el más
insignificante de cuantos haya imaginado o concebido el hombre hasta el
momento”, al decir de John Adams, vicepresidente y sucesor de Washington; o en
forma más moderna, que es como la quinta rueda del carro, que revela su
importancia sólo en caso de que se pinche el principal.
Para Obama estos movimientos resultan “inspiradores” y de hecho, en
ejercicio de su vocación de “organizador social”, desarrolló su propia
plataforma llamada Organizing For Action (OFA), con decenas de oficinas
desplegadas por todo el país, cuya finalidad es coordinar las acciones de los
sedicentes “movimientos sociales espontáneos” dirigidas a sabotear el
cumplimiento de las promesas de campaña de Trump que ellos repudian.
Se les ha visto aparecer en manifestaciones contra las medidas
anti-inmigración, en el caso del muro con México, en el desmantelamiento del
sistema conocido como Obama-care y aportando asistencia jurídica y financiera a
los grupos en general, proveyéndoles recursos logísticos, materiales y de
transporte, propagandísticos, dando asesoría legal y pagándoles fianzas a
individuos detenidos en actos de vandalismo, también presentando demandas para
neutralizar judicialmente las iniciativas de la Administración.
Pero si todavía quedaran dudas de estos nexos simbióticos, el mismo JB
se encargó de despejarlas con la selección de su compañera de fórmula, Kamala
Harris, que representa en sí misma este coctel ideológico no exento de su
“toque racista”. Es muy falazmente llamada “afroamericana”, porque sus padres
son inmigrantes de Jamaica y la India.
Hizo su carrera en la conocida popularmente como “República Popular de
California”, uno de los Estados más radicalizados de la Unión, donde fue Fiscal
General, con propuestas tan controvertidas como legalizar el consumo de
marihuana, responde vagamente que hay que “reinventar” el concepto de seguridad
pública frente al reto de retirar fondos a la policía para invertirlos en
programas sociales, su propuesta “Back on Track” consiste en reducción de penas
por planes de formación laboral y reinserción social de delincuentes, en
cambio, recomienda procesar a los padres cuyos hijos falten a la escuela.
Es partidaria de la ideología de género y del aborto. Como Fiscal anuló
la “propuesta 8” que impedía el matrimonio entre personas del mismo sexo; como
senadora promovió la Women´s Health Protection Act, que “prioriza proteger a la
mujer en la decisión de abortar a la vez que procura que los servicios de
abortos sigan disponibles sin restricciones”, una forma muy sibilina de asentar
que el aborto es una “decisión” y que se deja sin protección alguna al niño,
sin duda, la parte más indefensa.
A Venezuela le ofrece dar ayuda a organizaciones humanitarias
internacionales para ser distribuidas a los venezolanos residentes y
refugiados, continuar apoyando los esfuerzos diplomáticos multilaterales hacia
una transición pacífica hacia elecciones legítimas, lo cual debe ser el último
objetivo: “Finally, we should take US military intervention off the table”.
Pero afecta más directamente a los venezolanos la declaración explícita
de JB de volver a la política de Obama de apertura hacia Cuba, el “deshielo”,
de tan ingrata recordación. Esto implica deslindar una realidad para tratarla
como procesos desvinculados.
Imposible olvidar que durante esa administración se celebraron en La
Habana las “negociaciones de paz” entre Santos y las FARC, se firmó el llamado
“acuerdo del siglo”, que condujo al actual desbarajuste que sufre Colombia, con
los guerrilleros controlando el poder judicial y dirigiendo el Congreso, sin
haber sacado ni un voto, mientras Álvaro Uribe está en prisión, habiendo ganado
todas las elecciones a que se ha presentado, incluyendo el plebiscito en que se
rechazó con un NO rotundo los mentados acuerdos.
Las FARC disidentes ahora acampan en territorio venezolano,
disputándoselo con el ELN, sus dirigentes viven en Caracas y La Habana
respectivamente, el ejército y la policía de Castro ejercen autoridad en toda
la subregión, ¿cómo puede resolverse esta situación separando una realidad
geopolítica única que aquí se denominó Venecuba o Cubazuela?
Gustavo Petro manifestó su apoyo a la candidatura de JB, la foto de
Piedad Córdoba pasea por las redes del brazo de Nancy Pelosi, no exactamente
vestidas de rojo porque la Pelosi prefiere darse un exquisito toque roji-negro,
como hacen Hillary Clinton y Michelle Obama. Todos están clarísimos: quieren
hincar de rodillas a todo el mundo.
¿Y qué les pasa a los venezolanos? Lo que exhiben es, por ejemplo, una
morbosa devoción por Michelle Bachelet, olvidando que su Partido Socialista es
miembro del Foro de Sao Paulo y del Grupo de Puebla, que promueve disturbios
para abolir la libertad desde la Patagonia hasta más allá del río Bravo.
Va siendo hora de hacer una reflexión muy seria: ¿No podría haber algo
en su mentalidad y en su conducta que contribuye a lo que todos estamos
padeciendo? ¿No tendrán una gran responsabilidad en lo que ocurre aquí y que
están llevando donde quiera que van? Porque, bastante que se les advirtió y
nunca escucharon.
Como colofón puede preguntarse, una vez que hayan contribuido a destruir
a los EEUU, porque la mala noticia es que sí puede ser destruido, ¿para dónde
van a emigrar?
Luis Marín
30-08-20
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viernes, 28 de agosto de 2020
VENEZUELA ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE
César Rengifo
VENEZUELA
ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE
Humberto García Larralde
A Jorge Díaz Polanco
y otros venezolanos de bien,
comprometidos con su país,
que no alcanzaron a ver
el final de esta pesadilla.
El país se debate entre dos eventualidades, decisivas para su futuro. No
es la pregonada disyuntiva entre un proyecto socialista y otro capitalista,
entre una alardeada “revolución” o un supuesto desarrollo neoliberal. A pesar
de la repetición, ad nauseam, de consignas y giros retóricos izquierdosos, el
proyecto comunistoide nunca tuvo sentido y jamás será posibilidad en Venezuela.
No sólo por su inviabilidad y porque fracasó rotundamente ahí donde se intentó
imponer –sobre millones de cadáveres—, sino porque no es la intención de
quienes hoy comandan el aparato estatal.
Cuba y el otro museo del terror, Corea del Norte, con los cuales suele
asociarse el término “socialismo”, son regímenes totalitarios dinásticos,
retrógradas, dedicados a consolidar, a sangre y juego, privilegios para su
casta militar dirigente. Como terminó por reconocer el propio Fidel Castro, no
representan opción para nadie. Pero como el vocablo “socialista” es polisémico,
sirve también para referirse a los estados de bienestar existentes en algunos
países europeos --Dinamarca y otros países escandinavos, el Reino Unido, hoy
gobernado por el Partido Conservador, Alemania, bajo el liderazgo de la
socialcristiana, Angela Merkel--, diametralmente diferentes: economías de
mercado robustas, instituciones sólidas que aseguran derechos individuales,
civiles y políticos para todos, seguridad social omnicomprensiva y los más
altos niveles de vida del globo.
Se trata de prósperos países capitalistas, pero con profundo contenido
social. Pero, al provenir de una cultura política que tuvo fuerte impronta
marxista, la socialdemocracia europea ve obnubilada su percepción de la
abominación comunista, que niega toda idea de justicia y de libertad. No
entiende que cierta prédica de izquierda sirve, hoy, para encubrir prácticas
que en nada se diferencian de las peores expresiones fascistas.
Lo que se juega Venezuela en los próximos meses son sus posibilidades
reales de vida como país o, alternativamente, de segura muerte. Ya ha avanzado
demasiado su desintegración. El 2020 será el séptimo año consecutivo de
contracción: para diciembre, el tamaño de nuestra economía estará en torno a la
cuarta parte de la existente en 2013. No es una mera estadística. Es el cierre
y la quiebra continuada de empresas, la destrucción de empleo, el colapso de la
producción de alimentos y de los servicios públicos, la hiperinflación desatada
por un gasto público financiado con emisión monetaria, la práctica desaparición
del poder de compra de los sueldos y salarios.
Es la consecuente desnutrición, la desesperación y angustia de tantos.
Son las muertes evitables –de haberse podido conseguir los medicamentos y
salvaguardado el sistema de salud--, es el secuestro del futuro para una
generación de jóvenes, el robo de una jubilación digna para quienes trabajaron
toda su vida. Son los millones que han tenido que huir, buscando su
sobrevivencia. Y ahora emerge la enorme vulnerabilidad de la población ante la
pandemia mortal que azota el mundo, dada la falta de equipos e insumos, y el colapso
de los hospitales, a pesar del heroico esfuerzo de los trabajadores de la
salud.
Pero no sólo es el desplome económico. Con el desmantelamiento del marco
institucional que aseguraba nuestros derechos y señalaba nuestros deberes,
desaparecen las bases normativas para la convivencia en sociedad. Se asienta la
anomia, el dictamen arbitrario del más fuerte, del que posee las armas. Las
palancas del Estado están, hoy, en manos de militares corruptos y esbirros
cubanos y, crecientemente, de una variada gama de organizaciones delictivas que
aseguran la permanencia de Maduro en el poder Sin posibilidades de ciudadanía,
sin apego a normas de convivencia civilizadas y con la absoluta ruina de
nuestros medios de subsistencia, Venezuela está dejando de ser. Se considera un
“Estado fallido”.
Esta consunción no es fruto de guerras ni del azar. Es el resultado
inevitable de un régimen de expoliación articulado en torno al poder, devenido
en Estado Patrimonialista. La narrativa “socialista” ha servido para justificar
el desmantelamiento del Estado de Derecho y el arrinconamiento de los
mecanismos autónomos de mercados en competencia para la asignación eficiente de
recursos productivos. Los sustituye el arbitrio de la fuerza y la lealtad hacia
quienes la comandan, conformando verdaderas mafias que controlan de manera
exclusiva y excluyente al Estado: la “revolución” puesta al servicio de una
oligarquía criminal[1]. Son los verdugos de Venezuela, en primer lugar, la
cúpula militar corrupta y los agentes nazi-cubanos: Maduro, los hermanitos
Rodríguez, El Aissami y cía., quienes se han adueñado del país. En próximas
entregas, haremos referencia a ello.
Insólitamente, a pesar del desastre urdido por Maduro y la
descomposición de su gobierno, el rechazo masivo de la población y el repudio
internacional a su gestión, se mantiene aferrado al poder. No ha habido límites
éticos, morales o políticos que no haya traspasado con tal de seguir depredando
al país. Su perversidad y capacidad para hacer el mal, al costo que fuese, ha
superado toda expectativa racional. Cuenta, para ello, con más de 60 años de
experiencia represiva cubana. Pone en evidencia, una vez más, que el fascismo
concibe a la política como una guerra conducida por otros medios, ahora contra
una mayoría decisiva de venezolanos.
Su última agresión ha sido cerrar definitivamente los mecanismos
constitucionales para que ésta exprese su voluntad, maquinando una farsa para
“elegir” en diciembre el parlamento para el período 2021 - 2026, sin auditoría
alguna de máquinas y del registro electoral, y cambiando los procedimientos de
votación y de asignación de diputados. Para asegurar su triunfo, el tsj de
Maduro confiscó los partidos opositores principales y trampeó la designación
del CNE, además de perseguir dirigentes opositores, muchos presos o en el
exilio. Tales comicios, tan burdamente amañados, han sido denunciados por los
voceros de las democracias occidentales.
No hay forma que la oligarquía criminal ceda el poder, que no sea por la
fuerza. De ahí la imperiosa necesidad de una respuesta unida, que aglutine la
mayor cantidad de voluntades, para convertir a la farsa electoral de Maduro en
una gran derrota política. Ello contribuirá a minar, aún más, sus bases de
sustento, de manera de forzar las puertas de una transición política que
restituya las condiciones necesarias para recuperar la libertad y el sustento
de los venezolanos.
La propuesta lanzada por el presidente (e) Juán Guaidó debe ser vista
con este fin. No es tiempo para visiones de parcela, sino para aunar esfuerzos
que logren la salida del usurpador. En este orden, organizaciones de la
sociedad civil proponen realizar una consulta vinculante, conforme al artículo
70 de la Constitución, sobre el cese de la usurpación. Con tal mandato, la
Asamblea Nacional electa en 2015 designaría, en un lapso no mayor de dos meses,
un gobierno de unidad nacional y el nombramiento o ratificación de los otros
poderes públicos, seguido de la convocatoria a elecciones generales libres y
justas en un plazo perentorio, solicitando el apoyo y certificación de la
comunidad internacional.
El compromiso de los venezolanos demócratas es evitar que desaparezca
nuestro país. No se trata de regresar al pasado –de esos polvos rentistas,
vinieron estos lodos totalitarios—sino de construir una economía social de
mercado, competitiva, de fuerte protagonismo ciudadano. Dependerá de
todos.
Humberto García Larralde
economista, profesor (j)
Universidad Central de Venezuela
28 agosto 2020
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Humberto Garcia Larralde
domingo, 2 de agosto de 2020
PARTIDO MILITAR Y CHAVISMO GRINGO VENECUBANO
DANIEL LARA FARÍAS
FUERA DE ORDEN
Entrevista a
Agustin Blanco Muñoz
16 julio 2020
I/II
ANÁLISIS SOBRE EL PARTIDO MILITAR
II/II
¿CHAVISMO GRINGO-VENECUBANO?
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ABM Entrevistas
FIJANDO PERSPECTIVA
FIJANDO PERSPECTIVA
Humberto García Larralde
La actual situación
venezolana, por su complejidad, dificulta visualizar salidas concretas al
gravísimo atolladero en que nos encontramos. Para empezar, es imposible digerir
que quienes detentan el poder, deliberadamente adopten políticas y conductas
perjudiciales a la población. Pareciéramos estar en un mundo invertido, en el
cual el fin del gobierno fuese destruir la economía, apropiarse de los dineros
públicos y acabar con la producción petrolera.
Y lo ha logrado: la
economía es, hoy, apenas un tercio del tamaño de cuando Maduro ocupó la
presidencia y la producción petrolera, para junio, sólo un 15% del existente
cuando comenzó su gestión. Convertir a Venezuela, otrora el país más próspero
del continente, en el más pobre --como constata la ENCOVI 2019—, constituye una
proeza insólita. Lo único que hace dudar de que fuese este su propósito es que,
al haberse logrado en tan poco tiempo, revela una eficiencia (macabra)
impensada en la gestión del régimen.
Más allá, turba el
desprecio absoluto de Maduro por el parecer de la inmensa mayoría del país, que
clama desesperada por un cambio político. Niega todo lo que se espera de un
mandatario. Asimismo, desconcierta su desdén por una opinión pública mundial
que lo insta a respetar la constitución y los derechos humanos, a pesar de que
ello repercute en sanciones que cercan su margen de operaciones.
La situación que se
evoca es la de un mundo bizarro que no obedece a criterios de racionalidad, por
lo menos de aquellos basados en el bienestar y la libertad de los venezolanos.
Con un “anti-gobierno” de tal naturaleza, es harto problemático entenderse.
¿Con base en qué objetivos, metas? El hecho de que, contra todo pronóstico,
continúa en el poder, representa un insulto a la razón y a nuestro sentido de
justicia.
Que los malos de la
partida parecieran salirse con las suyas en estos momentos --con tan terribles
costos para la población--, contraría nuestra fe básica en la convivencia en
sociedad. Hablo de “malos” a conciencia: no hay forma de pensar que los
destrozos causados --por su magnitud y extensión-, hayan sido por accidente o
producto de la ignorancia de sus ejecutores. Han sido resultado de políticas
deliberadas.
En ese mundo al
revés, Maduro se mantiene, como es sabido, con base en la fuerza bruta. Desata,
desde el poder, la violencia de sus esbirros y órganos represivos, conformando
--bajo tutoría cubana-- una eficaz maquinaria de terrorismo de estado para
someter a la población. Hoy, lo auxilia el estado de emergencia implantado con
la excusa de combatir el Covid-19. El confinamiento extendido, el racionamiento
de la gasolina, los toques de queda y las medidas de represión para su
cumplimiento –las arbitrariedades y atropellos cometidos por la Guardia
Nacional--, complementan el ansiado control social despótico.
La presteza en acudir
a la fuerza obedece a dos factores: la defensa del régimen de expoliación del
que son beneficiarios los detentores del poder; y la legitimación que otorga
una construcción ideológica perversa, destinada a exculpar los atropellos cometidos
en la prosecución de lo anterior. El régimen de expoliación explica la
obstinación de Maduro y su camarilla por el poder, desafiando el deber ser.
Para ello, desmanteló el Estado de derecho y cultivó cuidadosamente una
sociedad de cómplices dedicados a depredar la riqueza social, corrompiendo a
las cúpulas militares y segregando o castigando (cárcel, tortura, amenazas a
familiares) a los honestos.
Destruyó, así, a la
economía, mientras pisoteaba los derechos de los venezolanos. Hoy impera sobre
nosotros una nueva oligarquía, militar y civil, conformando verdaderas mafias
que dominan las fuentes de su expoliación sobre las riquezas del país:
extorsión y confiscación de empresarios, saqueo de las riquezas minerales de
Guayana, despojo de PdVSA, robos de dineros públicos, estafas, tráfico de
drogas, etc.
El constructo
ideológico patriotero y comunistoide pretende absolver, entre las filas
oficialistas, esta depredación, creando una falsa realidad que aísla a los
perpetradores de estos delitos contra la nación de toda increpación,
cobijándolos como “revolucionarios” que obran en beneficio del pueblo. La
destrucción de la institucionalidad democrática y de la rendición de cuentas se
justifica ¡alegando la construcción del socialismo! Lejos de sentir arrepentimiento
por sus atropellos, emergen imbuidos de una pretensión de supremacía moral”
(¡!) que los lleva a insultar a todo aquel que los critique.
Esta postura alimenta
sentimientos de desesperación entre algunos opositores, porque pareciera que un
régimen que no tiene razón de existir, que representa un sinsentido, está
ganando la partida. La confusión y merma en la iniciativa del liderazgo
democrático contribuye con esta percepción. Los venezolanos no la hemos tenido
fácil en esta lucha contra el fascismo, más con la experticia y represión que
ha aprendido de los cubanos.
Pero, al poner las
cosas en perspectiva, se observa que el fracaso aparente de la oposición se
mide sólo en su incapacidad de desalojar a los mafiosos del poder, no porque su
proyecto haya sido derrotado, perdido vigencia o apoyo. La supuesta victoria
del fascismo reside exclusivamente en que todavía detenta los mandos del
Estado. Pero ¿ha fortalecido su proyecto, ha ganado más adeptos, convencido a
la opinión pública mundial? ¿Ha logrado insuflarle sentido a su gestión,
asegurar su futuro?
Al contrario, el
chavomadurismo no tiene factibilidad alguna como propósito. Su único objetivo
es sobrevivir, pero ya no como proyecto político, sino para mantener el régimen
de expoliación, que es su razón de existir. No tiene vida más allá, pero
tampoco alternativa. Cual parásitos, los chavistas son incompatibles con la
prosperidad de su anfitrión; Venezuela. Pero al matar a ésta, acaban con su
propia existencia.
La oposición
democrática está obligada a reunir fuerzas para darle el empuje final a estos
trogloditas y rescatar a la nación de su aniquilación. No obstante las
dificultades, debe aprovechar todas las oportunidades para debilitar aún más al
fascismo e impedir que asuma la iniciativa. Debe arrinconarlo políticamente.
Esto significa asumir una política proactiva ante la convocatoria arbitraria a
elecciones parlamentarias hecha por Maduro, exentas de toda garantía para que
se exprese la voluntad popular.
Como señala Henrique
Capriles, no basta denunciarlas por fraudulentas y cruzarnos de brazos a
esperar que, a cuenta de tener nosotros la razón, se derrumbe definitivamente
el apoyo al régimen o intervengan fuerzas externas que lo desalojen. Con esa
convocatoria tan burda, Maduro se ha puesto el mismo contra la pared. Solo si
la oposición se mantiene inerme, podrá sacarle provecho político.
No se trata de
decidir entre ir o no al diálogo con la mafia militarizada, o de acudir, o no,
al llamado electoral. Obviamente, no hay la más mínima intención, por parte de
los fascistas, de ceder poder por cualquiera de estas vías. Acabar con el juego
democrático es un propósito crucial, por ende, de su mandato. Pero eso les
coarta sus posibilidades de respuesta ante las amenazas crecientes que representan
las sanciones, el encogimiento de sus bases de depredación y el malestar de la
población.
No tienen como labrar
consensos que alivien sus problemas de gobernabilidad y su apoyo, tanto interno
como externo, es cada vez más menguado. La verdadera disyuntiva está, entonces,
en cómo aprovechar las coyunturas que se presenten, sean cuales fueran éstas,
para fortalecer la opción democrática y debilitar, aun mas, las posibilidades
de esta mafia de mantenerse. Refugiarse en el uso de la fuerza, cada vez más
compartida con cuerpos irregulares, tiene un indudable costo político.
Sé que es muy cómodo
hacer recomendaciones desde afuera. Ofrezco mis excusas por tal atrevimiento.
Pero me ampara una enorme confianza en esa nueva generación de jóvenes
políticos que han asumido un rol protagónico en la lucha por desalojar al
fascismo, conscientes de que su permanencia acaba con toda posibilidad de
construirse un futuro provechoso. Demás está repetir que la unidad de
propósitos y de acciones será decisiva para que su liderazgo rinda los frutos
esperados.
Humberto García
Larralde
economista,
profesor (j) de la
Universidad Central de Venezuela,
humgarl@gmail.com
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