SIN DIOS Y SIN FRONTERA
Luis Marín
Cotidianamente se nos repite que el
Presidente de los Estados Unidos es “el hombre más poderoso del planeta”. Ese
hombre declaró urbi et orbi que ganó
abrumadoramente las elecciones del 3 de noviembre; pero le intentan robar la victoria
mediante un masivo fraude electoral. Pero ningún tribunal admite sus demandas,
los Estados acreditan a los electores presidenciales, los Colegios Electorales
se reúnen y votan por otro candidato.
Es forzoso concluir que éste no
puede ser “el hombre más poderoso del mundo”; debe haber otro u otros que
tienen más poder, que pueden permitirse tratarlo como perro muerto. Trump advierte
que se enfrenta al Deep State, una
sustancia viscosa en que se mezcla el Pentágono, la Agencia de Seguridad Nacional,
la CIA, el FBI, la rancia burocracia de Washington, que se convirtieron en un
Estado dentro del Estado.
Es fama que el primero en denunciar
al complejo militar-industrial como una amenaza para la democracia americana
fue el Presidente Eisenhower en su discurso de despedida, en 1961; como que el
sucesor, Kennedy, fue asesinado por ese Estado Profundo, en 1963. Es notoria su
conexión con el Washington Post y el New York Times, que les permitió urdir la
conspiración que llevó a la caída de Nixon, en 1974. Con DT optaron por un vasto
proceso revolucionario para echarlo de la Casa Blanca.
Hay muchos candidatos a ser ese
hombre más poderoso del mundo, desde George Soros, Bill Gates, Jack Dorsey,
Mark Zuckerberg, Jeff Bezos, etcétera; pero también están los medios de
manipulación, que no son transmisores de noticias sino de propaganda, los
creadores del mainstream que embota a la opinión pública. Hay que añadir a
los Big
Tech, Google, Twitter, Facebook, YouTube y otro largo etcétera asociado
con aquellos hombres.
La pregunta es: ¿Qué los une? ¿Cuál
es la base de esta coalición? ¿Qué les permite, a pesar de tener intereses tan
diversos e incluso contradictorios, aliarse en un frente común para derrocar al
gobierno de DT?
La respuesta más usual los asocia al
globalismo, entendido como aquellas tendencias que alzan las banderas de la
ecología, calentamiento global, agenda verde,
racismo, ideología de género, aborto, maltusianismo, neomarxismo, deconstrucción,
ateísmo, etcétera, cada una de las cuales da para una disertación aparte; como
la injerencia china, rusa, iraní, et al.
DT declaró en su discurso en la ONU
que el futuro es de los patriotas, no de los globalistas; pero no hay nada
mezquino en esto: cree que cada quien debe querer a su país como él quiere al
suyo. EEUU nunca será socialista, no lo permitirá, es más, lo erradicará del
hemisferio, en Cuba, Nicaragua, Venezuela. Se declara pro vida y contra el
aborto. Cree que el cambio climático es una leyenda urbana. Invoca la bendición
de Dios para América.
Algunos lo toman como una
declaración de guerra; pero no se concentran en los puntos contrapuestos para
generar un sano debate, sino que, sabiéndolo perdido, optan por la vía fácil de
agredir a la persona con toda clase de insultos, injurias, descalificaciones, con
base en defectos reales y supuestos, para destruir el mensaje aniquilando al
mensajero.
Se puede preguntar a cualquier
detractor furibundo de Trump qué ve de bueno en Biden sin recibir respuesta
alguna. Luego, están movidos por el odio, que es mal consejero y se sabe que
daña en primer lugar a quién lo abriga. Tenemos experiencia en esto: en Cuba
decían “cualquier cosa con tal de salir del negro”, refiriéndose a Batista; en
Venezuela, “lo que sea por salir del gocho”; en EEUU, “como sea para sacar al
catire”. Sabemos cuáles son las consecuencias y ahora no es la excepción.
Biden anuncia que su primer paso
sería reinsertar a EEUU en los acuerdos de París sobre medio ambiente; que
volvería a la política de apertura hacia Cuba; reasumiría el suicida tratado
nuclear con Irán; no necesita decir que promovería el aborto sin restricción
pagado con fondos públicos, ni combatiría el racismo sistémico de la sociedad
americana porque de eso se ocupa su Vicepresidente.
Y este es un buen punto de partida
para desmadejar un ovillo de mentiras. Kemala Harris, “la primera persona negra
que ocupará el cargo de Vicepresidenta de los EEUU”, dice la DW, el 14 de
diciembre, con motivo de la votación de los Colegios Electorales. Otros la
llaman “afrodescendiente”; pero su perfil dice que su padre es jamaiquino
emparentado con el dueño de una plantación de esclavos, su madre es natural de
la India.
Para la BBC es “carismática”, quien
se postuló a la candidatura presidencial demócrata y no llegó al 4% de apoyo,
frente a 16 de Sanders y 21 de Biden; para Efecto Naím es la primera mujer que
llega a Vicepresidenta “por su política inclusiva”; ninguno destaca que sea
abortista, haya legalizado el uso de la marihuana y el matrimonio gay en su
Estado o sea una cuota de la extrema izquierda californiana a cambio de apoyar
a Biden.
Ella declara que “soy negra y estoy
orgullosa de ello”, lo que además de falaz la revela como racista porque, ¿qué
se pensaría de un ario que dijera lo propio? Quizás no sea inútil aclarar que no
se dice “Vicepresidenta”, porque presidente es el participio activo del verbo
presidir, así como no se dice la Bella Durmienta o que todos estén en capilla
ardienta.
Esta no es una cuestión baladí,
porque los medios destruyen el idioma, inventan palabras y cambian el contenido
de los conceptos, con lo cual desmontan las estructuras no solo del pensamiento
sino de las instituciones. Por ejemplo, todos titularon que “el colegio
lectoral confirma la victoria de Biden”, cuando en verdad el Colegio Electoral
no “confirma” sino que vota por los candidatos, votos que envían al Congreso
que debe contarlos en sesión conjunta el 6 de enero del próximo año y “la
persona que obtenga el mayor número de votos para Presidente será Presidente,
siempre que dicho número represente la mayoría de todos los electores
nombrados”, solo entonces habrá un Presidente electo.
Los medios convirtieron una elección
indirecta en directa, de hecho, violando la voluntad expresa del constituyente
originario. Hillary Clinton votó en el Colegio de New York bajo protesta porque
no está de acuerdo con esa institución que debe ser abolida a favor del voto
popular directo con el cual supone que hubiera llegado a la presidencia en
2016.
En EEUU hay una auténtica revolución
socialdemócrata, a la que sólo le importa el nudo poder no la pulcritud de las
elecciones; el Presidente Trump vale menos que en su momento Nicolás II en
Rusia o mucho antes Luis XVI en Francia, ya no tiene ningún poder real ni es
digno de ningún miramiento.
El próximo paso que anuncian, al lograr
el control de ambas Cámaras del Congreso, es aumentar el número de magistrados
de la Corte Suprema de Justicia de nueve a quince para garantizar los cambios
revolucionarios subsiguientes y con los tres poderes, pues, “tomar el cielo por
asalto”.
Cuba disfrutará de un remozado
neocastrismo, Venezuela tendrá su birmanización, puede predecirse la
presidencia de Gustavo Petro en Colombia para 2022, el retorno de Correa al
Ecuador, el desmantelamiento de Chile y paremos de contar para no llorar.
Existe la posibilidad de revertir la
revolución con una elección contingente del Congreso el 6 de enero; pero es lo
más parecido a un milagro que pueda concebirse.
Como imaginar a Trump aferrado a las
columnas del Templo clamando: “¡Mueran conmigo los filisteos!”
Luis Marín
18-12-20