PROBAR EL FRAUDE
Luis Marín
Cuando mencionan las denuncias de fraude electoral los grandes medios de
comunicación les añaden infaliblemente el estribillo de que éstas se hacen “sin
pruebas”, lo que las vuelve automáticamente “infundadas” de antemano, sin
ninguna otra consideración de los hechos, ni respeto por las víctimas,
ciudadanos con plenos derechos, que se sienten injuriados.
Esta unanimidad induce a pensar que existe interés en despreciar las
denuncias, en “pasar la página”, dejar a los defraudados como malos perdedores
destinados a rumiar su frustración por los rincones, sin merecer atención
alguna, no digamos de esos medios que están ocupados en cuestiones más urgentes
e importantes, sino de los organismos que deberían preservar los derechos
ciudadanos.
En un contexto así, es engorroso abordar un tema de por sí complicado,
que requiere una sutil perspicacia, esfuerzo, laboriosidad, que la mayoría no
está dispuesta a invertir, sobre todo cuando es tan fácil correr a felicitar al
“ganador”, como hacen tantos de nuestros compatriotas, seguros de conseguir
mejores resultados que clamando ¡fraude!, aunque éste sea ostensible.
Esta ha sido nuestra historia en lo que va de siglo XXI hasta que,
después de una tenaz perseverancia, por fin, la mayoría de la comunidad
internacional y los citados medios reconocen que en Venezuela “no hay
elecciones transparentes y justas”, una transacción con la corrección política
que todavía les impide vencer el tabú de la palabra “fraude”.
En Venezuela los medios censuran cualquier programa en que se trate de
analizar el fraude, aunque sea para desvirtuarlo, algunos partidos políticos
aprueban resoluciones en las que prohíben a sus dirigentes y militantes usar la
palabra, con el argumento de que con ella se espanta a los electores y se
promueve la abstención, la béte noire tanto de políticos como de quienes están
en el negocio, o sea, fabricantes y promotores de sistemas electrónicos de
votación, como máquinas de votación, capta huellas, cuadernos electrónicos,
hardware, software, y aquí comienza a despejarse la explicación de aquella
misteriosa unanimidad.
El fraude electoral es un negocio del que se benefician políticos
corruptos y empresarios inescrupulosos, que comparten idéntico desprecio por
los ciudadanos comunes que son utilizados y manipulados por los medios de
comunicación para que actúen en contra de sus propios intereses, elevando a
posiciones de poder a unas jaurías de depredadores que los arruinarán,
devastando sus vidas y bienes.
Si esta actitud interesada que conlleva una toma de posición no fuera
suficiente obstáculo, existen dificultades naturales, como el principio de
buena fe, que predispone a las personas normales a creer lo que les dicen y
levantan defensas, que hasta llegan a ofenderse si se les insinúa que están
siendo engañadas; o la presunción de legalidad de los actos de la
administración, que implica desafiar al poder electoral, que no es poca cosa.
Los medios, los defraudadores, no tienen que probar nada, quienes tienen la
carga de la prueba son los defraudados.
Ahora bien, ¿cómo se prueba el fraude electoral? Si esto fuera sólo una
batalla por la opinión pública, bastaría llevar al conocimiento de la mayoría
argumentos incontestables y allí se revelaría la verdad; los tribunales, por su
parte, generalmente funcionan con libertad de pruebas, así que además de
documentos, testimonios y experticias, admiten cualquier elemento que lleve al
juez a la convicción de cuál es la solución legal de la controversia.
En Venezuela se ha ensayado absolutamente todo, al punto de que no se
requiere convencer a nadie más porque ya existe una firme convicción en la
opinión pública, que se sabe estafada, de que no es posible cambiar al régimen
mediante ningún procedimiento electoral.a cuestión se ha elevado a nivel científico y universitario, de manera
que se han realizado numerosas investigaciones en diversas disciplinas
estadísticas y matemáticas que muestran fehacientemente las inconsistencias
internas del sistema electoral y de sus resultados, que violan incluso leyes
matemáticas infalibles, como la ley de Benford, entre otras.
Pero esto no ha sido concluyente, se puede hacer una larga exposición de
fundados indicios, concordantes y no contradictorios, que convenzan a cualquier
persona sensata y no obstante la fortaleza de los defraudadores sigue
inexpugnable, porque cualquier aficionado a la filosofía sabe que el
negacionismo es irreductible, para ellos no se puede “probar” nada, tanto menos
una intención maliciosa de defraudar.
Las elecciones todavía en curso en los EEUU han puesto de relieve a
nivel mundial esta confrontación que apenas despertaba interés mientras
discurría en Venezuela y otros países iberoamericanos que sufrieron el contagio
con los mismos síntomas que ahora vemos allá reproducidos exactamente, incluso
con los mismo actores implicados.
No sólo es Smartmatic, Sequoia, Bizta, Dominion Voting System, nombres
harto familiares para los venezolanos, sino también la intervención de
encuestadoras, comentaristas de los medios, supuestos opositores o críticos,
que se han desplazado a los EEUU y realizan allá la misma labor de zapa que
ejecutaron aquí para la implantación del castrochavismo.
La misma adulteración del registro electoral, propaganda embrutecedora
sobre la supuesta popularidad del candidato favorito de los medios que nadie ve
reflejada en la calle ni en los centros de votación, proyecciones de sedicentes
expertos, pronosticadores de oficio, la dureza granítica que en Venezuela se
llama “cara e´tabla” con que se asume la mentira flagrante como si fuera
verdad; la rampante censura y cruel indiferencia por las víctimas.
Podría preguntarse a los venezolanos que avalan el fraude electoral en
los EEUU si ellos creen sinceramente que en Venezuela nunca hubo fraude
electoral en el corriente siglo y es probable que respondan que EEUU no es
Venezuela (como antes decían que Venezuela no es Cuba), que es un país de
Leyes, con instituciones sólidas; no, eso jamás podrá pasar aquí.
Veamos el respeto a la Ley. Escribe Gustavo Coronel que “hay normas muy
antiguas que se aceptan en el país como indicativas de resultados. Entre ellas
que los cinco o seis grandes medios se reúnan y, por consenso, ´call´ o llamen
ganador a uno de los dos candidatos”.
Sería fácil retar a GC a que exhiba esas normas que sabemos no existen
ni pueden existir porque serían flagrantemente inconstitucionales, se puede
cernir la Constitución sin hallar la menor mención a ese concilio de “robber
barons” que nombra al Presidente de EEUU. ¿Y los electores presidenciales que
deben reunirse el lunes 14 de diciembre y ni siquiera han sido seleccionados?
Son una antigualla que estos “cinco o seis” ya han suplantado.
Si digo que abstencionistas aparecen votando, le parece una “curiosa
afirmación porque, si votan, no son abstencionistas (esto no prueba el fraude
sino que me estoy contradiciendo) y el de los incapacitados, como si los
incapacitados no tuvieran derecho a votar”. Desde hace milenios los abogados
distinguen entre la titularidad del derecho y su ejercicio. Que alguien tenga
derecho a votar no implica que pueda hacerlo, por ejemplo, si es inhabilitado,
está en estado vegetativo, en una unidad de terapia intensiva, en un manicomio.
En EEUU se ha demostrado con declaraciones juradas (affidavit) casos de
“cosechadores” que colectan boletas en auspicios, en connivencia con
administradores y enfermeras, de los homeless recluidos, algunos incapacitados,
todos con perfecto derecho a votar: una conjura abominable; pero, ¿calificará
como fraude en una mente socialdemócrata? ¿Valdrá como prueba en el estrado de
un juez, así sea norteamericano?
Aunque Joe Biden diga: “We have put together
I think the most extensive and inclusive voter fraud organization in the
history of american politics”, no prueba nada. Se puede desmentir como es usual, que fue citado fuera de contexto, que
se equivocó, que quería decir lo contrario, que está senil, como es evidente,
pero el punto es: ¿Se estimará como una confesión? La reina de las pruebas,
como se decía antes.
Por primera vez en la historia Venezuela le lleva la delantera a los
EEUU en algo, la posibilidad de que ellos puedan resolver lo que nosotros no
hemos podido es apenas una endeble esperanza.
Si algo he logrado es develar la hipocresía de los medios, dice Trump;
sin querer también ha descubierto a unos cuantos topos venezolanos.
Luis Marín
26-11-20