Humberto García Larralde
martes, 28 de febrero de 2012
HUMBERTO GARCÍA LARRALDE - EL AUTOSUICIDIO DE HUGO CHÁVEZ
El neologismo redundante de CAP viene al caso al transmitir la idea de un redoblado esfuerzo por quitarse la vida. Y esto parece estar haciendo el presidente Chávez. No sólo no atiende al tratamiento sugerido por los médicos, sino que asume un protagonismo aun más virulento como líder de su Revolución Bolivariana. Mientras psicoterapeutas destacan la importancia de conductas que proporcionen agrados y satisfacciones para el tratamiento exitoso de afecciones cancerígenas, el Presidente se atrinchera en una guerra de odios e insultos a las fuerzas democráticas y a su recién escogido candidato. Cargarse de veneno es, claro está, lo menos indicado.
Más pernicioso aun es su negativa a delegar el poder, a compartir responsabilidades y a admitir la conveniencia de preparar su sucesión. No. El temor por enfadar al líder hace que nadie se atreva a asomar la idea del relevo y, mucho menos, considerar otro candidato que no sea él. Convencido, de tanto repetirlo, que él es la Revolución, que él es el Pueblo, que “el Estado soy yo”[1], se echa encima a solas la conducción del “proceso”, dejando traslucir que no confía ni en sus más cercanos allegados. Ninguna decisión, por más nimia, se toma sin su anuencia; ninguna Psuvista declara sin el visto bueno de su jefe máximo. El culto a su persona -que él ha fomentado- concentra en él la carga emocional de la campaña electoral que se avecina, agudizada por las claras perspectivas de triunfo de las fuerzas democráticas en las elecciones del 7 de octubre. Fidel mostró tener mayor sabiduría, apartándose del ejercicio directo del poder cuando su vida corrió serios peligros. Claro, Fidel cuenta con la absoluta confianza de su hermano…
La explicación que mejor parece avenirse para esta conducta autodestructiva tiene que ver con los delirios de grandeza que acompañan a Chávez. Cual mariposa incapaz de resistir la atracción fatal del bombillo incandescente, el comandante-presidente lo consume su desmedida ambición de poder. En procura afanosa de una épica -hasta ahora esquiva- que certifique la “autenticidad” de su revolución, no se resigna a delegar poder, mucho menos a renunciar al protagonismo central en la campaña, aun cuando las posibilidades de derrota sean altas. Repite a cada rato que “su vida ya no le pertenece”, dando a entender que pertenece ahora al Pueblo, a la Revolución y, desde luego, a la Historia. En vísperas de su viaje a Cuba comparó su lucha contra el cáncer con la gesta independentista y, acogiéndose a una sugerencia de la diputada oficialista María León, señaló que forma parte de su cruzada contra los “escuálidos”: por tanto, el cáncer “será derrotado”. La confusión de su devenir personal con la suerte de la patria es medida de sus delirios, pero también de la prisión que le impide atender debidamente sus problemas de salud.
¿Podemos esperar de Chávez momentos de reflexión, de disposición a enmendar errores y de reparar entuertos, como suele suceder en quienes padecen enfermedades que pueden ser terminales? Independientemente de su condición verdadera –y la recurrencia al secretismo que garantiza solo Cuba no es buena señal- cuánto bien no caerían gestos de reconciliación, de respeto por el adversario, de apego a los derechos humanos. Paradójicamente, quienes más pierden con la obstinación megalómana y personalista de Chávez son sus propios partidarios, incapaces de actuar sin su tutor supremo. El autosuicidio, por ende, es también político.
Humberto García Larralde
economista, profesor de la UCV
[1] Dicho por Hugo Chávez -emulando a Luis XIV- ante críticas sobre la Ley de Tierras en la instalación del Congreso Internacional de Derecho Agrario (3 /12 /01).
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