martes, 14 de abril de 2020
LA SUSTANCIA CHINA
El Dragón Chino
LA SUSTANCIA CHINA
Luis Marín
Si
al venezolano más desprevenido le hubieran dicho que la actual pandemia del
COVID 19 se debe al contubernio de un murciélago con un pangolín, seguramente
habría contestado: “Sí, claro. Ya conozco esa historia”. Y es que en Venezuela
cada vez que se produce un colapso del sistema eléctrico consecuencia de malas
políticas, desinversión y corrupción, el régimen lo explica por la intervención
de alguna iguana, zamuro o rabipelao, cuando no es una conspiración de los
EEUU.
Exactamente
lo mismo que hacen los comunistas chinos que, de poner el foco de atención
sobre un pangolín, un simpático animalito más bien parecido a un cachicamo, sin
solución de continuidad lo pasaron a un funcionario, Zhao Lijian, Subdirector
del Departamento de Información del Ministerio de Relaciones Exteriores de la
República Popular China, quien con absoluta estolidez afirmó que el virus lo
llevaron unos soldados americanos durante los juegos militares mundiales
celebrados en Wuhan en octubre del año pasado, bulo replicado inmediatamente
por Telesur.
Podría
pensarse que los comunistas son todos iguales y siempre se comportan de la
misma manera, no importa si son cubanos, rusos o chinos; o bien las técnicas de
desinformación son universales, porque parten del principio compartido por todo
mentiroso según el cual mientras más inverosímil sea el relato más probabilidades
tiene de ser creído, por el simple razonamiento de que nadie se atrevería a
decir algo así si no fuera verdad.
Otro
aspecto del asunto es la actitud observada en occidente en las interacciones
sociales, sean políticas, jurídicas, comerciales o de cualquier tipo, que se
basan en la buena fe y en la presunción general de veracidad, que si no fueran
de este modo harían prácticamente imposibles la mayoría de los intercambios
individuales y colectivos.
Nunca
se termina de entender que cuando se trata con comunistas o musulmanes estos
principios se vuelven inaplicables sencillamente porque no creen ellos, tienen
su propia cartilla de valores que consideran superiores a todos los de
“burgueses” o “infieles” a quienes es lícito derrotar por cualquier medio que
sea, sin limitación alguna.
Si
el venezolano más desprevenido es también lo suficientemente mayor, podría
recordar el espectáculo de la lucha libre, en que los luchadores iban
decantándose entre los “limpios”, que siempre actuaban según las reglas
establecidas, y los “sucios” que echaban mano de cualquier tipo de artimañas y
bajas maniobras.
El
campeón de los sucios era el Dragón Chino, sujeto sombrío que tenía entre sus
trampas características una “sustancia” que en los momentos en que se encontraba
en aprietos les propinaba a sus contrincantes para salir del lance y tomar una
indebida ventaja.
Lo
increíble es que los buenos nunca se daban cuenta de las celadas del Dragón
Chino, se paseaban por el ring con aire triunfal mientras el público les
trataba de advertir clamando desesperadamente.
Pero
nada, el Dragón Chino ejecutaba su ataque y por si alguien no se había dado
cuenta el locutor vociferaba: “¡Le echó la sustancia!” Nuestro héroe se
retorcía de dolor, dando tumbos enceguecido; mientras el Dragón Chino desafiaba
los abucheos del público que le gritaba: “¡Sucio!, ¡tramposo!” y otros epítetos
menos repetibles.
Nunca
supimos qué era la sustancia, ni cómo es que la aplicaba, sólo veíamos sus
efectos, que ponía de rodillas al oponente e invertía el estado de la
contienda, que hasta ese momento se perfilaba como una inminente victoria.
¿De
dónde sacaría occidente que podía declararle una guerra comercial a China y
ésta se resignaría a perderla mansamente sin echar mano de algún recurso
deshonesto? Quizás de eso que los anglosajones llaman el fair play, que hace
que las contiendas se desenvuelvan dentro de un ámbito que pueda considerarse
civilizado, cualquiera sea el sentido atribuido a esa expresión.
Siempre
que se planifica una ofensiva se calcula el número estimado de bajas y hay que
reconocer que China las ha tenido bien pocas, apenas un personal que ellos
consideran prescindible cuando no una carga de ancianos y enfermos, mientras su
aparato industrial militar se conserva intacto, frente a la devastación
económica y social de occidente.
Atenidos
estrictamente a los hechos, el virus chino ha destruido en tres meses la
riqueza de capital acumulado en tres años de gestión de Trump, todos sus éxitos
en materia de creación de empleos, arruinado completamente la vitrina de logros
domésticos en el año de la reelección, imposible imaginarse una interferencia
mayor en los comicios.
Los
medios globales, unánimemente anticapitalistas y antiliberales, no se han
enfocado en la maniobra china sino todo lo contrario: inventaron una falsa
disyuntiva entre salvar vidas o a la economía, como si fueran excluyentes,
informan de la reversión del calentamiento global, cómo se ha reparado un
tercio de la capa de ozono, reducido a la mitad la emisión de gases de efecto
invernadero.
Los
más panglosianos celebran cómo hemos rescatado nuestras relaciones familiares,
los padres juegan con sus hijos en vez de trabajar, hemos recuperado los
verdaderos valores de nuestra existencia alienados por la sociedad de consumo,
ahora tenemos tiempo para meditar, saldremos de esto más solidarios; dentro de
poco, el virus chino será una bendición en vez de una ignominiosa agresión.
Si
este no es “el fin del siglo americano” como sentencia Xi Jinping, sin duda que
China es “la amenaza primordial de nuestros tiempos”, como concluyó Mike
Pompeo.
Luis
Marín
12-04-20
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