domingo, 14 de octubre de 2012
HUMBERTO GARCÍA LARRALDE - DÓNDE ESTAMOS
“Un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia
destrucción”
Simón
Bolívar
No puede menospreciarse el sentimiento de frustración, dolor e indignación
de millones de venezolanos por los resultados de las elecciones presidenciales
del pasado domingo. Decepciona constatar que sectores mayoritarios de la
población prefirieron alinearse con un proyecto retrógrado y primitivo cuando
se les ofrecía la posibilidad de montarse en el autobús del progreso. El
aforismo “más vale malo conocido que
bueno por conocer”, nos recuerda la propensión conservadora del ser humano ante
decisiones que pueden ser trascendentales para su futuro. Que la inseguridad y
las 19.000 muertes violentas el año pasado, el deterioro en los servicios y en
las condiciones de vida del venezolano, la corrupción desbordada, el abuso
grosero del poder, el apartheid político, la militarización del país, el
colapso de PdVSA y de las industrias básicas de Guayana, y la amenaza creciente
a las libertades civiles no hayan entrado en la balanza de esta mayoría a la
hora de votar, exaspera.
Y no vale al chantaje de que “el pueblo siempre tiene la razón” para
atemperar lo dicho. Un pueblo corrompido por prácticas clientelares –y conste
que no las inventó Chávez- no tiene “siempre la razón”, menos cuando está bajo
el influjo de una propaganda Goebbelsiana,
ingeniada para convertir al Caudillo en imprescindible salvador. Ya lo decía el historiador Francois Furet con relación a Hitler, “Supo, por instinto, el más grande secreto de la política: que la peor de
las tiranías necesita el consentimiento de los tiranizados y, de ser posible,
su entusiasmo”.
Desde
luego, la contienda fue muy desigual; Henrique Capriles contra la maquinaria
del Estado, con un ejecutivo volcado abiertamente a promover la candidatura de
Chávez, un CNE que ni chistaba ante este ventajismo abusivo y con la invasiva presencia
de éste y del gobierno en los medios a través de las cadenas y las “cuñas”
obligatorias de la ley Resorte. Adicionalmente, el brinco pegado por el gasto
público este año en toda suerte de misiones, sobornos y mecanismos de
transferencia, sin duda influyó. Finalmente, no puede subestimarse el efecto de
la campaña de intimidación y miedo para evitar que empleados públicos y
“misioneros” se apartaran del carril Bolivariano. Sin embargo, este abuso de
poder es intrínseco a la ecuación de dominio y control del presidente Chávez,
parte del desafío a superar.
El
verdadero desafío va más allá y tiene que ver con la amenaza de que se imponga
una visión de sociedad refractaria al progreso y la libertad. Se trata de una
competencia crucial entre dos maneras excluyentes de concebir el país. Se bien
es absurdo pretender que triunfó el “socialismo”, la mayoría sí se alineó con
un proyecto social ajeno a la democracia liberal. Se cosechó lo que, de manera
sistemática, venía sembrando Chávez: los (anti)valores de una sociedad fundada
en el derecho a usufructuar bienes y servicios, remuneraciones y/o posiciones
de poder, independientemente del esfuerzo realizado o de los méritos puestos de
manifiesto para ello: solo importa la lealtad hacia él y a su proyecto
bolivariano. La legitimidad y perpetuación en el poder del Caudillo pasa por la
instauración de un régimen populista de
expoliación en el que el reparto de la riqueza social obedece a
consideraciones políticas.
Con
base en una simbología maniquea cuidadosamente urdida, Chávez ha construido un
imaginario que alimenta un sentido de pertenencia con un “modelo” que solo él
puede garantizar. Cosas tan nimias como tildar a cada ministerio como “del
Poder Popular”, hacer del “pueblo” una entelequia insubstancial que se confunde
con la voluntad de Chávez, y ponerle el epíteto de “protagónica” a la
democracia; y no tan nimias como falsificar el pasado reciente para decir que
el 4 de febrero (de 1992) se alzó el “pueblo” contra el neoliberalismo y
calificar a la gigantesca marcha de la oposición el 11-A de 2002 de
conspiración golpista, incitan a alinearse en torno al salvador.
A
ello se añade la permanente descalificación de las fuerzas democráticas de
“apátridas” o “oligarcas”, y a levantar el coco de una agresión imperialista en
ciernes para quitarnos el petróleo –como si no le estuviera entregando un
millón de barriles por día. La engañifa de señalar que Chávez nacionalizó el
petróleo, que antes de él, el país era una “colonia” y que el “pueblo” lo que
comía era perrarina -que lo que está en juego es la “independencia de la
patria”-, terminan por redondear un dispositivo ideológico de dominación que justifica
poner en sus manos la decisión sobre nuestro futuro. El control de los medios y
la negativa al diálogo contribuyen a obstruir todo vaso comunicante con ideas
ajenas que pudiesen desmontar tal impostura.
De
ahí lo crucial que ha sido la demolición de las instituciones del Estado de
Derecho y de la economía de mercado. La concentración en manos de Chávez de
potestades cada vez mayores impide que normas autónomas, institucionales,
puedan interponerse a la consolidación del régimen
de expoliación que se ha venido instaurando en los últimos años, verdadero
fin de la “revolución bolivariana”, no obstante los aditamentos
“revolucionarios” con que se adorna (y que ellos mismos terminan creyendo).
Pero la sostenibilidad de este régimen depende de que, 1) Continúen
incrementándose los ingresos petroleros para usufructo discrecional del
Ejecutivo; 2) Que estos ingresos se compartan con amplios sectores de la
población a través de mecanismos variados de transferencia, vulnerables a la
manipulación política; y 3) Que logre legitimarse, a través del aparato de
propaganda, la idea de que el derecho al usufructo de estas dádivas es obra
exclusiva de Chávez y del régimen bolivariano.
Cuando
Capriles intenta convencer a los dolientes de estos esquemas de reparto de que
él va a mantener las misiones, pero institucionalizándolas, atenta contra los
valores que fundamentaron su creación. Decir que se van a someter a reglas de
juego objetivas y transparentes dinamita el corto circuito de lealtad que
deliberadamente soslaya reglas imparciales de asignación. Lastimosamente,
desdibuja el sentido con el cual son percibidos por muchos. De ahí la
preferencia del electorado por la versión original, la chavista, cuyas claves
de reparto le son más asequibles: basta la adhesión al ideario
“revolucionario”.
Esta
forma de perpetuar lealtades es muy efectiva en los estados más pequeños, en
los cuales el Estado es prácticamente la única fuente de sustento. El dominio
político del chavismo ahí garantiza que el manejo de las misiones y otros
mecanismos de reparto se mantenga fiel a los objetivos para los cuales fueron
creadas. No en balde la abrumadora superioridad de los votos para Chávez en
esos estados.
¿Qué
implicaciones tiene lo anterior para el programa democrático? En primer lugar,
la importancia de comprender la naturaleza del problema a enfrentar. No se
trata sólo de redoblar esfuerzos por llegar a sectores de la base chavista
–que, desde luego, es importante- sino de entender cómo debe proseguirse esta
vinculación. Segundo, entender que las elecciones regionales y municipales
brindan una oportunidad invalorable para este esfuerzo. Por último, prepararse
para aprovechar el impacto que pudieran tener los escenarios previsibles en el ámbito
político y económico para el próximo año.
El
análisis intentado en estas líneas no pretende criticar el excepcional esfuerzo
hecho durante la campaña presidencial. Fue ejemplar. Solo que debe tenerse
conciencia de la dimensión de este esfuerzo que, por fuerza, está obligado a socavar
las bases mismas sobre las que se sostiene el neofascismo chavista. Los
increíbles tres meses de campaña de Capriles fueron, no obstante lo exitoso de
sus giras y lo efectivo de su mensaje, insuficientes: Chávez ha estado en
campaña desde 1999.
La
vinculación afectiva, de pertenencia, con su prédica simplista y maniquea ha
venido adquiriendo una dimensión cuasi-religiosa que es necesario socavar.
Además de tiempo, requiere de oportunidades propicias. El programa de gobierno,
contentivo de propuestas concretas elaboradas por los mejores especialistas,
debe inspirar una pedagogía política que devuelva al venezolano al mundo real.
Ahora vienen las elecciones regionales y para alcaldes, contiendas que habrán
de decidirse con base en la percepción acerca de la capacidad para resolver los
problemas que agobian a los electores. En muchos estados la base chavista se
viene rebelando ante la desastrosa gestión de “sus” gobernadores. Si bien el
padrinazgo de Chávez seguirá teniendo incidencia, la “magia” es más débil
cuando debe operar a través de intermediarios.
De
ahí, precisamente, la intención de implantar un Estado Comunal, porque elimina
la intermediación de órganos autónomos –por lo menos en lo formal- entre Caudillo
y pueblo. Porque la verdadera inspiración del proyecto chavista no viene de
Carlos Marx sino del neofascista argentino, asesor durante sus primeros años de
gobierno, Norberto Ceresole. El régimen
populista de expoliación de la riqueza social, sin rendición de cuentas ni
normas que lo limite, se afianza con la eliminación de estructuras de gobierno
que puedan competir por recursos y lealtades. Se trata de hacer de la propuesta
comunal un Estado Corporativo que remplace a sindicatos y demás organizaciones
sociales autónomas, por meros apéndices del gobierno. En última instancia, es
el control y la conculcación progresiva de libertades lo que asegura el
disfrute, sin restricción alguna, de las mieles del poder.
Finalmente,
es menester considerar los posibles escenarios a presentarse el próximo año,
que tendrán incidencia sobre la capacidad de evitar que Venezuela se pierda en
el agujero negro del totalitarismo y pueda emprender su camino hacia el
progreso, la justicia y la libertad. Sin entrar en honduras, cabe señalar que,
sin los enormes ingresos petroleros percibidos durante los últimos años, el dispositivo
expoliador entra en crisis. El estancamiento de la economía estadounidense, la
recesión al borde de la cual se encuentra Europa y la desaceleración de la
economía china, auguran condiciones adversas al mantenimiento de precios
petroleros altos.
En
el plano interno, destaca la inviabilidad de un tipo de cambio excesivamente
sobrevaluado así como la insostenibilidad de un gasto público como el
experimentado este año, que habrá de exacerbar la
conflictividad social, más cuando hay tantos contratos colectivos congelados y
un deterioro notorio de servicios públicos esenciales. Bajo Chávez, los ajustes
requeridos para enfrentar esta situación habrán de ser bastante más severos que
si hubiera ganado Capriles, por su empeño en destruir la actividad productiva,
la magnitud de los compromisos clientelares asumidos y el colapso del Estado
bajo su gestión. Las fuerzas democráticas no pueden eludir la responsabilidad
de erigirse en alternativa viable, creíble, ante tal perspectiva. Por último,
está la eventualidad de la muerte –próxima- del Presidente. ¿Quién en esa tolda
podría enfrentarse exitosamente contra Capriles en una hipotética contienda
electoral?
Definitivamente,
no es el momento para amilanarnos por no haber ganado la elección presidencial.
¿O acaso queremos terminar de entregarle el país al fascismo?
“De lo que aquí se trata
es de averiguar cómo tantos hombres, tantas ciudades y tantas naciones se
sujetan a veces al yugo de un solo tirano, que no tiene mas poder que el que le
quieren dar; que sólo puede molestarles mientras quieran soportarlo; que sólo
sabe dañarles cuando prefieren sufrirlo que contradecirle. Cosa admirable y
dolorosa es, aunque harto común, ver a un millón de millones de hombres servir
miserablemente y doblar la cerviz bajo el yugo, sin que una gran fuerza se lo
imponga, y si solo alucinados al parecer por el nombre Uno, cuyo poder ni
debería ser temible por ser de uno solo, ni apreciables sus cualidades por ser
inhumano y cruel”.
Etienne de la Boetie, Sobre la
servidumbre voluntaria, 1576 (?).
Humberto García Larralde
economista, profesor de la UCV
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