Su humor, su sensibilidad, aquella visión de la vida que le permitía asomarse a la esencia de las cosas, sin otro aderezo que el sentimiento y una razón que tenía como centro la justicia, le permitían construir con profunda sencillez, un verdadero expediente a su tiempo.
Un tiempo que no se ha cancelado, sino que prosigue indetenible su acción destructora. ¿Quién diría que hoy los discursos-procederes de unos y otros poco han variado? ¿Y cómo haríamos para multiplicar el mensaje de Cantinflas, dicho no en calidad de excelencia, sino en su condición de hombre libre, de simple ciudadano, clamando por un tiempo para la vida?
Invitamos a escucharlo. Tal vez nos ayude a comprender que no se trata de asumir bandos, sino de militar en la causa de la esperanza hasta ahora preterida del hombre.
Tal vez sus lágrimas logren conmovernos más que las armas, más que el pleito permanente entre nosotros, que somos los mismos, pero a quienes nos han dividido en bandos irreconciliables, para que seamos los actores de la muerte, mientras que los dueños de los bandos, se guarecen en sus propios privilegios, sin advertir que la vida que creen vivir, se levanta sobre la historia del sufrimiento y el dolor de una humanidad que aún no ha sido y que avanza sin reparos hacia su más violenta extinción.
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