domingo, 12 de agosto de 2012

JOSÉ FÉLIX DÍAZ BERMÚDEZ - HITLER, DEMENCIA Y FANATISMO


 
La crisis alemana justificó su ascenso y el fanatismo su conducta. El Juicio de Nuremberg (1945) recogió la lamentable cronología de su poder


Desde Lechería.- El 23 de marzo de 1933, se conoció la alarmante noticia de que el Reichstag había concedido al canciller Adolfo Hitler poderes dictatoriales, quedando así abolida la Constitución del Weimar, creadora del Estado Alemán como una República Democrática. Esta no pudo contener el progresivo asalto del poder por parte de los nazis, ya que como bien lo afirmó Reinhard Rürup: “una Constitución no puede sustituir jamás una actuación política”, pero sí prohibirla cuando viola sus principios y sus contenidos. Se le había otorgado al “Fuehrer” poderes para modificar esa Constitución bajo el argumento de que “se le concederá al pueblo el derecho de sancionar legalmente la reforma constitucional, ya que se tiende a aunar la autoridad del Reich con la autoridad real del gobierno”.   

De esa manera, Hitler comenzó a adoptar medidas: negó a otros partidos el derecho a “criticar los actos del gobierno nacional”; señaló que la dictadura “era por ahora indiscutible porque todas las energías del gobierno estaban absorbidas por sus esfuerzos para arrancar a las masas obreras alemanas de la miseria material…”; reconoció la igualdad ante la ley: “a todos cuantos actúen movidos por el interés nacional y presten su apoyo al Gobierno” y, a los fines de “promover una renovación completa de la vida nacional”, determinó que “… usará de todos los medios de propaganda a su disposición como son la prensa, la radio, el cine y la literatura”. En lo internacional, aseguró que “el primer deber de todo gobernante consiste en restablecer la confianza entre las naciones”, al cuestionar la división de Europa entre “vencedores y vencidos”. Los hechos posteriores demostraron la falsedad de sus promesas al desencadenar la represión interna, el odio nacional y la II Guerra Mundial.   

La crisis alemana justificó su ascenso y el fanatismo su conducta. El Juicio de Nuremberg (1945) recogió la lamentable cronología de su poder: El 1° de agosto de 1934, Hitler asumió los cargos de Presidente del Reich y de Canciller. El 15 de septiembre de 1934, la bandera con la esvástica del Partido se convirtió en la bandera oficial del Reich. El 20 de diciembre de 1934, la “Ley sobre Actos de Traición contra el Estado y el Partido” impuso delitos contra el prestigio de los nazis. El 23 de abril de 1936 se dictó una amnistía contra crímenes de personas que defendieron “los ideales nacionalsocialistas”.

El 1° de diciembre de 1936 se conformaron las Juventudes Hitlerianas. El 4 de febrero de 1938, el “Fuehrer” asumió el mando directo de las Fuerzas Armadas. El 26 de abril de 1942, el Reichstag reconoció el derecho de Hitler de “hacer con todos los medios a su disposición que todo alemán, fuera soldado, juez, funcionario del Estado o del partido, cumpliera con su deber”. Así, mientras “la voluntad del Führer es suprema en el Partido” (Manual del Partido Nazi) y se sometía a la sociedad, se conduce al pueblo alemán a su destrucción, a la guerra más atroz de la historia, a la peor experiencia política contra la libertad, la convivencia humana, la tolerancia entre los hombres, y la democracia como forma de  vida y actuación.

 
EL TIEMPO, 12.08.2012 05:20 AM
 José Félix Díaz Bermúdez

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