martes, 1 de mayo de 2012
LA PROCLAMA 20 DE JUNIO DE 1910
MATERIALES PARA SU
DISCUSIÓN
LA PROCLAMA
Semanario de combate
Dirigido por Henrique Soublette
Órgano de la Revolución de las ideas.
Año 1, mes 1, CARACAS 20 de junio de 1910.
Proclama Primera:
Venezolanos:
Venimos a lanzaros una serie de proclamas de guerra.
Cien años habéis vivido en medio de la guerra, y el estado
marcial no debe ser cosa nueva para vosotros.
Pero la guerra de que os hablamos no es la guerra en que hasta
ayer hemos vivido, guerra de cabecillas, pugna de aventureros empeñados en
conquistar fortuna y predominio bajo el pretexto de partidos engañosos,
autorizados por banderas vacías de
sentido, a costa de la vid , del pueblo y de la honra de la patria.
En nuestros ejércitos no hay generales, nosotros no usamos
más armas que las plumas, ni más reductos que las tribunas, los escenarios y
las imprentas.
La guerra que proclamamos es LA REVOLUCION DE LAS IDEAS. Es
necesario modificar, renovar las ideas, o mejor dicho; es necesario
desarraigar y tirar lejos los tercos
prejuicios, los positivismos interesados, y sembrar, en su lugar, ideas, ideas
sanas, ideas serias, ideas fuertes. Las ideas, oídlo bien, son las únicas, las
únicas semillas, que pueden desarrollarse y florecer y dar frutos para el
mañana.
Fuera de las ideas serias, todo es empirismo de parroquia,
engaño o impostura de cacique o hipocresía de buscón.
La única campaña salvadora que puede hacerse aquí, es la
campaña de las ideas.
Aquí bajo cierto punto de vista, no hay malos, ni débiles,
ni viciosos, aquí lo que hay es insultos, ignorantes.
Y bajo eso, lo único que puede hacerse, lo único que debe
hacerse, lo único que es honrado e inteligente hacer, es educar, ilustrar,
divulgar ideas.
Claro está que esa campaña tiene muchos, muchísimos
enemigos; que son por ejemplo:
El mandón de armas a tomar, que fía todos sus problemas al
filo de su machete.
El parásito graduado –de
las cinco facultades- que vive de la ignorancia de los demás.
El profesionalista que con veinte libros en un armario y dos
o tres en la memoria se cree ya apto para abrumar con su desdén a los que se
pongan encima de la cabeza sus textos breviarios.
El charlatán de corrillo, el orador de orden de todas las
oportunidades, el polemista a tanto por cuartilla, el prestidigitador político
(estadista, economista, congresista o lo que sea), el diputado que engorda a
costa del vacío de su cerebro y el patán que se moriría de hambre si no llegara
a la ofrecida portería.
Son también enemigos de la campaña de las ideas:
El cura que por cada idea nueva que prende en su parroquia
siente un centavo menos en su cepillo, el maestro que aplica la octava de las
obras de misericordia enseñando lo que
no sabe y el poetastro que agita las palabras como un niño agita un cascabel
sin saber lo que hay adentro.
Y finalmente, el fracasado, el impotente, el exhaustado, el
que tuvo que vender sus ideas para comprar el pan de la casa, el que ahogó las
pocas que tenía en una copa de alcohol o las perdió en un lupanar, o las
aventuró en el garito.
Esos son nuestros naturales enemigos, los que nos miran con
desprecio, a nosotros, los que batallamos por las ideas. Esos son los que nos atacan con las ironías
cobardes o con risitas femeninas.
Ellos son los que dicen:
“Teorías, teorías, que no necesitamos para nada; hay que ser
prácticos, hay que bajarse a la tierra; eso no es más que literatura”.
Pues bien, ¡Sí! Teorías, ¡eso! Lo que vosotros no tenéis,
curiosos de la política, de las ciencias y de las artes, lo que os estorba
porque os quita vuestra usurpada reputación.
¿Bajarnos a la tierra? Sí, pero no tanto como vosotros
cuando saludáis al que os da el diario de limosna.
¿Literatura? Bien, sí. Literatura de hombres que tienen la
virilidad en su sitio, literatura que cumple su alta misión de propagar las
verdades, defender la justicia y preparar el advenimiento del Progreso.
Literatura de esa, sí. Quincallería literaria, olla podrida de todo lo ajeno,
de esa, no.
Y nosotros aspiramos a que nuestras proclamas cundan y vayan
a despertar adeptos, donde quiera que estén -¡ vanidad de convencidos, quizá!-
nosotros aspiramos a ver compactarse un ejército de defensores de las ideas.
¿No se han llegado a levantar tantas revoluciones sin
bandera? ¿Por qué no habría de levantarse esta bandera sin revolución?
Esperemos.
Y lancemos nuestra primera proclama en medio del pueblo,
condensada en estas solas frases:
¡ABAJO LAS ARMAS!!
¡¡ABAJO EL EMPIRISMO!!
¡¡ ABAJO LOS QUE VIVEN DE
LA IGNORANCIA!!
¡¡ARRIBA, ARRIBA LAS
IDEAS!!
texto difundido hoy 01 de mayo del 2012
por Luis Marín
Etiquetas:
Henrique Soublette,
Semanario La Prcolama
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