sábado, 14 de abril de 2012

HUMBERTO GARCÍA LARRALDE - EL MUNDO DE CABEZA



A cualquiera le parecería insólito, más bien indignante, escuchar a de Klerc –último gobernante del Apartheid surafricano- tildar a Mandela de “racista” o a Hitler acusar a los gringos de “antisemitas”. Aunque no haya registros de que lo anterior haya ocurrido, si lo hay de la acusación de Chávez a Henrique Capriles de “fascista” (¡!) en su acto conmemorativo del 13 de abril. Esta imputacuión viene, vale recordarlo, de quien ha aplicado un apartheid a-la-Bolivariana a través de la lista Tascón; violado reiteradamente la Constitución apropiándose intempestivamente de propiedades, cerrando medios de comunicación e incurriendo abierta y descaradamente en peculado de uso de bienes públicos para sus giras y campañas; y prescrito al poder judicial a meter preso a quienes lo han desafiado, como la jueza Afiuni, Baduel y tantos otros. Este insólito señalamiento proviene de quien aúpa la destrucción y la violencia en la UCV levantándole la mano a uno de sus principales artífices, glorifica a los pistoleros de Puente Llaguno por la mortandad infligida a manifestantes desarmados y utiliza al ejército y la Guardia Nacional como fuerza de choque para arremeter contra los habitantes de Monagas, su Gobernador, y cualquiera que reclama sus derechos. Este personaje impuso la macabra consigna de “Patria, Socialismo y Muerte” –acallada luego cuando descubrió que se trataba de la suya-, se ha burlado cínicamente de los graves señalamientos de organizaciones internacionales por el incumplimiento de su gobierno en materia de derechos humanos, pretende remplazar sindicatos y centros estudiantiles con unos “consejos” no elegidos, bajo su control, a la manera del Estado Corporativo de Mussolini, y pretende “legitimar” sus desmanes a punta de embustes, calumnias y mucho teatro, pero sobre todo, de una retórica patriotera que prostituye el legado de Bolívar. Este caudillo militar que pretende convertir al país en un cuartel bajo sus órdenes, extirpando su pasado democrático, que alimenta una adoración a su figura, propia de Stalin, Hitler o Mao, ¡tiene los santos riñones de acusar de fascista al candidato que viene pregonando la tolerancia, la inclusión, el respeto por los derechos humanos y quien viene promoviendo en sus visitas casa por casa, la paz y la convivencia entre venezolanos!

            Los sicólogos llaman a este comportamiento “proyección”. Ya lo ha manifestado antes Chávez al tildar a los opositores de golpistas: no hay nada más efectivo para aliviar la culpa por delitos cometidos que achacárselos a otro. Pero uno se pregunta si tales desvaríos son contagiosos o si simplemente la histeria fascista se ha exacerbado ante la certeza de su próxima derrota. ¿Cómo explicar, por ejemplo, la aseveración de Juan Barreto de que la violencia que azota al país se combate, no con campañas de desarme, si no armando al pueblo para que se “defienda”?

            En el mundo de la neolengua[1] chavista, sería iluso exigir un mínimo de autenticidad y consistencia. Pero se les acabó el embeleso de promesas no cumplidas. Ya es tiempo que el fanatismo chavista reconociera sincera y públicamente la naturaleza de su proyecto “socialista”. Que los Diosdado Cabello, Rafael Rodríguez, Cilia Flores, Jorge Rodríguez y afines salieran al frente, con valentía y paso de ganso, a saludar con mano alzada y “cara al sol” al Caudillo: “¡Somos fascistas y a mucha honra”!

Humberto García Larralde
economista, profesor de la UCV




[1]LA GUERRA ES LA PAZ, LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD; LA IGNORANCIA ES LA FUERZA”, George Orwell, 1984, Editores Alfa y Omega, 1984, Pág. 10.

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