jueves, 3 de abril de 2014

HUMBERTO GARCÍA LARRALDE - “LA HISTORIA ME ABSOLVERÁ”




“LA HISTORIA ME ABSOLVERÁ”
Humberto García Larralde

Quizás el dogma más manoseado por quienes profesan ser marxistas es el de la lucha de clases como motor de la historia y, consecuentemente, el advenimiento inexorable del socialismo. La explotación de clases trabajadoras -esclavos, siervos u obreros- por la correspondiente clase dominante según fuese la época, encerraba una contradicción antagónica que ponía en evidencia la inviabilidad del sistema imperante de producción y distribución de medios de vida. Conduciría a conflictos sociales que desembocarían, tarde o temprano, en un cambio revolucionario para acabar con tal sistema, para abrirle paso a la conformación de un nuevo modo de producción.

Con esta fórmula sencilla los marxistas, comenzando por Engels, creían haber descubierto una ciencia del cambio social al que llamaron Materialismo Histórico. En esta óptica, la contradicción entre el carácter social de la producción capitalista y la apropiación privada de sus beneficios por parte de los dueños del capital, conduciría a que el proletariado, consciente de su objetivo histórico como clase, se rebelara para derrocar el orden burgués e implantara, como orden superior, el socialismo.

Una explicación del cambio social como ésta sólo tiene sentido en ausencia de mejoras en la productividad. Durante larguísimos períodos de la historia, ésta se mantuvo estancada, pues las técnicas de producción permanecían prácticamente inalteradas. En tales condiciones, la riqueza que acumulaba el señor de la tierra o el autócrata y su corte, provenía, necesariamente, de lo que se le confiscaba a los productores directos.

Se trataba de un juego suma-cero, en el que las ganancias de unos eran a expensas de las pérdidas de otros. Pero con el advenimiento de la revolución industrial se entronizó un incremento sostenido de la productividad que, salvo para quienes todavía no se han enterado de las falacias de la teoría del valor-trabajo, desbancaba la idea de un antagonismo insalvable entra la burguesía y el proletariado. Ya el “juego” no sumaba cero: la plétora in crescendo de la producción capitalista –revolucionaria, fue el calificativo que le dio Marx- hacía posible que la ganancia del empresario se asociase a una mejora en la remuneración y en el nivel de vida de los trabajadores, como lo evidencia el bienestar social alcanzado en las sociedades opulentas.

¿Pero a qué viene esta disquisición un tanto abstrusa? Viene al caso por la indulgencia que se deriva de considerar como históricamente inexorable la “revolución socialista”. Todo lo que se haga para hacerla avanzar, encuentra justificación providencial. Amparados en esta teleología, los “revolucionarios” no tienen por qué constreñirse a los dictados éticos de la convivencia democrática. El fin justifica los medios, sean éstos sumamente reprobables en otro contexto.

Avalada por esta fe, su doble moral encuentra una veta particularmente fértil para absolver vagabunderías. Se le achacan delitos a la disidencia, supuestos o no, para perseguirla, pero éstos no son tales si son cometidos por los “propios”. Chávez hizo un aporte significativo a esta justificación incorporando todo el peso de Bolívar al evocar la supuesta gloria que nos envolvería al emular la épica emancipadora que éste condujo. Su bendición, máximo laurel en el culto que los venezolanos hemos construido del Libertador, sería garantizado a todos aquellos que dejaran de lado sus lealtades para con el orden institucional existente, para acompañar al comandante en la “refundación de la Patria”..

Las barbaridades ejecutadas durante estos dos meses en la represión desproporcionada de la protesta estudiantil sin duda encuentran en los dogmas en comento un bálsamo tranquilizador para más de un zelote chavista. Igualmente, la abyección vergonzosa del TSJ al avalar, con el más bochornoso cinismo, la argucia de Cabello para despojar a María Corina de su investidura, pone al desnudo la doble moral “revolucionaria”, pues Chávez había otorgado al depuesto Zelaya de Honduras una vocería en la representación venezolana de la OEA igualito como lo hizo Panamá con la diputada Machado.

Pero la infamia llega a niveles aún más bajos de perversidad moral: se asoma la amenaza de llevarla a juicio por ¡traición a la patria! Y así, con un descaro que trasciende todo límite de decencia, los “honorables” magistrados, tal como hicieron con los alcaldes depuestos de San Diego y San Cristóbal, terminan por enterrar los escasos visos de legalidad que servían de hoja de parra a las ruindades del régimen.

Y así, con el sambenito de la absolución de la historia, la “revolución” se despoja de todo escrúpulo y de todo apego al honor y la consecuencia con sus ideales supuestos, para pisotear los derechos humanos y políticos de los venezolanos. Estamos frente a la más vil descomposición del cuadro político y social que ha conocido el país, en el que se válida todo para defender los privilegios de la autocracia militarista en el poder: un régimen de expoliación que, en los años en que Venezuela capta los mayores ingresos petroleros de toda su historia, condena al pueblo a sufrir penurias crecientes, ¡pero en nombre de sus intereses!

Y es que el cinismo gobernante no tiene límite para pretender asumir -a estas alturas del desastre- una “supremacía moral” para “justificar” sus tropelías. Es el fascismo descarnado, sin disfraz, que pone de manifiesto la perversa crueldad de todo fanatismo: cuando se cree poseer la verdad absoluta, todos los que no comulgan con ella son pecadores y se justifica, en nombre de la Historia (con mayúscula), su aplastamiento.

Pero los epígonos de la Revolución Bolivariana se escandalizan cuando uno les señala su esencia fascista, argumentando que, en tanto que “socialista”, su proceder tiene base científica, resultado de una interpretación racional de la dinámica de fuerzas socio-económicas que permite discernir “leyes de la historia”. El fascismo por el contrario, apela a las pasiones de un romanticismo extremo, de índole irracional.

Lamentablemente para los que se refugian en este argumento, ya Hannah Arendt había señalado que las llamadas “leyes de la naturaleza” con base en las cuales una seudo-ciencia europea buscaba fundamentar la doctrina racista del nacionalsocialismo alemán, necesariamente tenían que entenderse como “leyes históricas”, pues su devenir no podía sino expresarse a través de la evolución histórica. Y con este carácter fueron evocadas en los discursos nazis, notoriamente en la defensa de sí mismo que Adolf Hitler esgrimió en el juicio en su contra por el putsch de la cervecería en Munich:

“Porque no son ustedes, caballeros, los que nos juzgan. Ese enjuiciamiento lo dictamina la eterna corte de la historia. (...) Podrán pronunciarnos culpables mil y una veces, pero la diosa de esa eterna corte de la historia sonreirá y hará trizas el alegato del fiscal y la sentencia de esta corte. Ella nos absolverá”. Schirer, William L. (1966), The Rise and Fall of the Third Reich, Vol. I., Pág. 78

Los que creen, como Fidel en su momento, que la Historia los absolverá de todos sus atropellos contra la humanidad, realmente ignoran la historia. El fascismo no se absuelve.

Humberto García Larralde
Profesor de la UCV / Economista

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