Humberto García Larralde
domingo, 11 de junio de 2017
LA GUERRA POPULAR
Oswaldo Guayasamin
El grito
LA GUERRA POPULAR
Humberto García Larralde
La “Guerra popular” es uno de los mitos
favoritos de los “revolucionarios”. Es una figura de raigambre rural,
reminiscente de guerras campesinas contra crueles terratenientes. En el imaginario
comunistoide, se invoca la gesta del octavo ejército de ruta durante la Gran
Marcha liderada por Mao Dzedong, o la guerra del Vietcong contra la ocupación
estadounidense de lo que era Vietnam del Sur. En Venezuela, la mitificación de
Ezequiel Zamora (“General de hombres libres”), hizo de la batalla de Sta. Inés
un antecedente “popular”, anti-oligárquico, de la lucha anti-imperialista, que
tanto provecho le sacó el “eterno”. Una muestra de hasta dónde llegó lo
ridículo de este afán, se aprecia en laamenaza de Chávez en 2006 a eventuales invasores yanquis en su programa Aló Presidente Nº 251:
“Por allá (en Bolívar) un capitán, ¿saben lo que me dijo?...
Comandante, tengo 500 indios que lanzan unas flechas y le ponen en la punta el
veneno ese, curare. … Esos indios no pelan a 200 metros. La flecha hay que
lanzarla con viento a favor y el indio sabe cómo es. Yo no he tenido tiempo de
practicar, pero voy a hacerlo con arco y flecha. Si a algún gringo invasor
hubiera que meterle un flechazo aquí (señala con un dedo en el cuello), con
curare del bueno, en 30 segundos usted está listo querido gringo, usted estaría
listo. (…) Con arco y flecha los indios tuvieron en jaque a los españoles
durante siglo y medio desde las montañas que rodean a Caracas, ideales para la
guerra de resistencia…”[1]
Lo cierto es que la fulana “guerra popular” entró a formar parte
de la doctrina militar de nuestra (¿?) Fuerza Armada. ¿Y cómo se ha preparado
el contingente castrense para esta eventualidad?
La evidencia nos indica que, entre los
preparativos de la “guerra popular” en Venezuela, está la importación de
tanquetas nuevecitas, equipadas con paneles que cierran calles y con
dispositivos bélicos; “ballenas” capaces de arrollar y lesionar personas con
chorros de agua a altísima presión; bombas lacrimógenas a montón, mejor caducas
para mayor efecto tóxico; escopetas que disparan estas bombas y todo tipo de
proyectiles metálicos; bastones y cachiporras; e indumentaria de tortugas
ninja, con escudos de flexiglass, que protegen a los valientes guardias contra
viejitas y jovencitos desarmados. En contraste, se prohíbe la importación
privada de máscaras antigás, cascos y otros bienes que pudiesen ser usados por
aquellos desalmados que pretenden protegerse de los “gloriosos” GNB. Porque la
guerra en que se viene preparando la Fuerza Armada es “popular” porque es contra
el pueblo.
Entre las tácticas de esta guerra contra
el pueblo está el cierre de muchas estaciones del metro para incomodar a los
caraqueños, el bloqueo de calles para impedir el desplazamiento de automóviles
y buses, y la destrucción de puentes a la autopista que el mismo gobierno
construyó hace poco para aliviar el congestionamiento vehicular. Todavía peor
son las arremetidas, disparando y lanzando bombas lacrimógenas
indiscriminadamente, contra edificios residenciales y barriadas populares, en
las que someten a sus pobladores -incluyendo ancianos y niños- a asfixias y
atropellos crueles. En estas salvajadas no se salvan centros comerciales y
clínicas, ni los heridos (y enfermos) ahí atendidos.
Para estos militares (y PNBs)
depravados, el ciudadano se ha transformado en objetivo de caza. Todo es
válido. Alimentan sus escopetas con metras de metal, tornillos y clavos para
que la investigación balística no sepa con qué arma fue asesinado un
manifestante. Saquean negocios y apartamentos, abusan de mujeres a quienes
detienen y les roban celulares, dinero y otras pertenencias como “trofeo de
guerra”. Amparan y alientan a colectivos de sicópatas armados -los fascii
di combattimento de Maduro- para asesinar y perseguir a quien pueda
asomarse a protestar por sus derechos, y colocan francotiradores agazapados en
azoteas de edificios cercanos a donde han sido convocadas protestas, para que
el trabajo sucio no les sea achacado. Detienen arbitrariamente a cualquier manifestante
y lo someten a juicio militar por “asalto a centinela”, “ofensa a la fuerza
armada” u otras ridiculeces. Por último, torturan a detenidos y los vejan con
todo tipo de crueldades y bajezas, como si se tratara de saldar afrentas entre
caudillos montoneros del siglo XIX.
Y uno se pregunta, ¿son éstas “nuestras
gloriosas fuerzas armadas”? ¿Las que supuestamente son “herederas del Ejército
Libertador”? La crueldad y malicia exhibida por muchos de los Guardias y/o
Policías Nacionales contra los muchachos, capturados en tantos videos, desafían
toda comprensión. Al comienzo, se corrió la especie de que eran cubanos
disfrazados. Luego, que la ministro Varela había soltado a criminales para
lanzarlos, vestidos de Guardia, contra los manifestantes. Tristemente, la
verdad es bastante más fea: son venezolanos egresados de escuelas militares
“bolivarianas”. ¿Cómo fueron formados? ¿No tienen familia, madre, hijos? ¿Viven
en Marte para no entender lo que está pasando?
Auxilia a nuestras mentes perplejas la
explicación de Hannah Arendt sobre la terrible banalidad del mal. Pero es
menester algunas precisiones referentes a la situación venezolana actual. Toda
empatía con la población venezolana objeto de estas atrocidades ha sido
deliberadamente destruida descalificando a los manifestantes como
“desestabilizadores de ultra-derecha”, “traidores” o, incluso, de “fascistas”.
Los conceptos en sí no importan -estos criminales ignoran su significado- sino
su uso como etiquetas hacia donde canalizar el odio. ¿Qué sentido tiene, para
un proyecto tan primitivo y retrógrado como el de Maduro, descalificar a otros
de “ultra-derecha”? ¿En qué mente cabe que los “fascistas” son los que salen a
manifestar pacíficamente y no los gorilas que los reprimen salvajemente?
Como en el caso nazi, el uso de epítetos
denigratorios sirve para quitarle todo viso de humanidad al otro, degradarlo de
manera de facilitar su aniquilación. No hay fundamentación racional de tan
brutal represión, sino ponzoñosos resentimientos viscerales. Se atropella, no
gente de carne y hueso, sino a la expresión del mal, a los “terroristas” que
quieren destruir la “revolución bolivariana” y que, por ende, traicionan a la
patria.
Visto así, la Guardia Nacional asume la
función de ejército de ocupación en urbanizaciones y barriadas, conquistadores
de un territorio en el que residen pobladores enemigos que constituyen un
peligro y que es menester aplastar. P’al carajo la admonición del Libertador, “Maldito
el soldado que empuñe su arma contra su propio pueblo”, pues no
pertenecemos, no somos pueblo sino habitantes extraños. De ahí que para
ellos pierde todo sentido lo dispuesto en el artículo 68 de la constitución:
“Los ciudadanos y
ciudadanas tienen derecho a manifestar, pacíficamente y sin armas, sin otros
requisitos que los que establezca la ley.
Se prohíbe el uso de
armas de fuego y sustancias tóxicas en el control de manifestaciones pacíficas.
La ley regulará la actuación de los cuerpos policiales y de seguridad en el
control del orden público.”
Ese es el cruel legado de los
simbolismos maniqueos que animan ese odio para defender, a sangre y fuego, a la
oligarquía expoliadora que ha destruido a Venezuela. “Justifica” el uso de los
medios de violencia del estado para aplastar las garantías constitucionales y
librar una guerra de rapiña contra el país. ¿Es ésta la “guerra popular” con
que se caen a embustes en los cuarteles para disfrazar sus semejanzas con los Pinochet,
Videla y Somoza, que tanto han azotado el continente?
Generales Benavides, Reverol y González
López, son demasiadas las evidencias, testimonios y videos de las atrocidades
cometidas. ¿Detrás de qué clichés “revolucionarios” van a intentar esconderse
para negarlos y evadir sus culpas? Y usted, Gral. Padrino López, no basta con
haber reconocido, ¡al fin!, que la Guardia Nacional comete atrocidades. Si no
procede en consecuencia a imputar a los esbirros responsables por asesinato y/o
graves violaciones a los derechos humanos y a desmarcarse de este régimen
fascista, usted también es cómplice. ¿Hasta cuándo defender lo indefendible?
Humberto García Larralde
Economista, profesor de la UCV
humgarl@gmail.com
11 junio 2017
[1] Citado en el artículo de Pedro Llorens,
“Usted está listo, querido gringo”, El Nacional, Pág. A-8 02/04/06.
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